lunes, 27 de marzo de 2006

Un árbol, un libro, un hijo

Cuando era mucho más chica, a los once años exactamente, planté una araucaria en el jardín de mi casa, de la mano de mi papá y de mi hermana, en un viernes santo helado y lluvioso.
Ahí está la famosa, ahora más alta que yo, saludándome por la ventana de mi pieza.
Este hecho hacía que hasta hace una semana un tercio del antiguo dicho estuviera cumplido.
Ese que dice que uno no tiene su vida completa hasta que han salido de sus manos esas tres cosas: un árbol, un libro, un hijo.
Bueno, vengo llegando de una reunión en una casa editorial bien famosa.
Y parece que al fin veré mi nombre en letras de molde y con tiraje nacional.
Con una amiga vamos a escribir un libro a cuatro manos.
Bueno, ya había sido publicada, pero a un nivel interno de mi empresa, y en esa oportunidad funcioné más como editora/recopiladora que otra cosa.
Lástima que se trate de un tema muy propio de mi profesión, así que lo más probable es que a fin de año salga a la luz, pero yo siga estando, para ustedes, en la más completa de las sombras. Y que nunca lleguen a tener, ni por casualidad, mi obra en sus manos.
Igual estoy feliz.
Y nerviosa.
¡La media responsabilidad!


Sonrío mientras me fumo un cigarro y escucho a Cesaria Evora. Y espero que, más temprano que tarde, el tercio que me falta (y el más importante para mí) se vea materializado en forma de un enano increíble que me llame mamá.

domingo, 26 de marzo de 2006

Keys

Al prender la tele, cuando chica, muchas veces me encotraba con la imagen de un alcalde dibujo-animado entregando las gigantescas (y dibujo-animadas) llaves de una ciudad a los superhéroes dibujo-animados del momento.
Nunca entendí para qué cresta les entregaban esas llaves. Si las ciudades, hasta donde sabía yo, no tenían puertas.

Crecí un poco y supe que en la vida real también se hacía esto. Pero los privilegiados no eran superhéroes, sino deportistas, estadistas, artistas y varios istas más, que se destacaban en su quehacer. Ah, y también la llave era harto más chica y menos glamorosa.
Y yo seguía sin entender la utilidad de la ceremonia.

Hoy me llegó un mensaje de texto al celular de mi querida amiga Cecilia:
"Para que veas que me acuerdo de mis promesas, tengo lista la copia de las llaves de mi oficina para ti. Besos, C."

La Cecilia y yo trabajamos en una institución grande, con muchos empleados. Ella tiene un puesto más alto que el mío, por lo que le toca tener oficina privada, con computador, tacitas de café, teléfono de uso libre, baño para ella sola, calefacción y otras comodidades.
En cambio yo, que soy más del pueblo, comparto una especie de planta libre con otras veinte personas. Con tres computadores para todos, un teléfono con celulares bloqueados y vía operadora al exterior, baño compartido, sin calefacción y además teniendo que lidiar con el malhumor de la vieja que está a dos metros de mí, que me hace callar cada vez que me río y se queja abiertamente de que con mis amigos no la dejamos trabajar con nuestro permanente hueveo.
Hace unos días, viendo que ya estaba superada con las malas ondas de la vieja, la Cecilia se las jugó y me ofreció su oficina, libre disposición. Sesión propia en el computador, armario para dejar mis cosas, y llaves de la puerta. Porque, al ser nuestra empresa muy grande, circula mucha gente por ahí, y todos los lugares donde se guarda información importante o hay cosas de valor tienen que estar con llave si no hay nadie en ellos.
Me doy cuenta de su voto de confianza, y eso me emociona mucho.
Porque si nuestro jefe se entera de esto, la matan.
Y yo, capaz que me mande un codoro sin querer, como dejar corriendo la llave del baño, prendido el computador o sin cerrar la puerta.


Se unen estas llaves a las que hace algunos meses me dio el papá de la Mari, mi amiga del alma, de su casa.
- Mire mijita, si usted pasa aquí, tiene su propia cama y su pieza, su toalla en el baño y hasta maneja los autos, ¿para qué nos sigue jodiendo con el timbre?
Con eso el tío Emilio me curó de una todas las heridas que me hizo en el corazón el imbécil de su hijo Fernando alguna vez.

Mi llavero ahora sí que le compite al de San Pedro.
Y me queda más que claro lo que una llave representa.
Es una invitación no solo a entrar, sino a quedarse, a volver siempre, a ser de la casa.
Es la adopción hecha objeto.

Estoy doblemente feliz.
Uno, porque colecciono llaves, no importa del tamaño que sean.
Dos, porque al fin entiendo de qué se tratan esos gigantes, dorados y engalanados presentes que se otorgan, en la vida real o en la ficción, a aquellos que se las merecen.

martes, 21 de marzo de 2006

Santiago:

JOVEN SANTIAGUINA REQUIERE URGENTEMENTE DE TRANSPLANTE AL CORAZÓN

Sombra de Mí, de 28 años de edad, se encuentra en estado crítico al cumplirse hoy dos años de sufrir un repentino y devastador ataque cardíaco.

Reuters.- La vida de la joven profesional Sombra de Mí, soltera y oriunda de la capital, se vio trágicamente afectada el 21 de marzo de 2004, cuando, tras una larga y muy mal cuidada enfermedad al corazón, fue víctima de una sorpresiva hemorragia masiva que casi la llevó a la muerte.
Desde ese entonces la joven permanece conectada a máquinas que la mantienen respirando, comiendo, viviendo y riendo de manera artificial; y, aunque por ahora se encuentra fuera de peligro vital, las consecuencias de su crítico estado anterior, sumados a la delicada sensibilidad de sus coronarias al día de hoy, la han llevado a una situación que la tiene en el límite de su resistencia.
La enfermedad que de Mí padece ha sido denominada por los expertos en el tema Rupturitas Solitarii, y es más común de lo que se cree en estos días. Y a pesar de que se conocen sus síntomas, causas y efectos, sigue cobrando miles de víctimas en la población de nuestro país, aún cuando se realizan constantes campañas de prevención y se prueban nuevos y revolucionarios tratamientos a cada instante.
El equipo médico que asiste en todo momento a la malograda Sombra comenta que, a pesar de las constantes transfusiones de sangre que recibe de amigos, familiares, conocidos y compañeros de trabajo, la joven no puede permanecer eternamente conectada a las máquinas que la sostienen, pues cada día su calidad de vida se ve más afectada, comprometiendo su recuperación y poniéndola en peligro de sufrir secuelas irreversibles en el futuro.
Es por esta razón que se hace un llamado urgente a la comunidad para que busque algún donante compatible, que permita a la mujer recuperarse del todo, retomando sus actividades normales y dejando atrás estos largos meses de dolor y lucha por volver a la vida.
Mientras tanto, el staff clínico multidisciplinario indica reposo, compañía, mucho cariño y evitar experimentar con tratamientos alternativos, los cuales de sobra han demostrado en el pasado, haber logrado sólo empeorar la triste situación de la paciente.

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Eso. Hoy ya son dos años.

Y se sienten, fuerte.

Sobre todo porque la cura ha sido lenta y nada fácil.

Aquí me encuentro, a la espera de mi transplante.

Antes de que sea demasiado tarde.

miércoles, 15 de marzo de 2006

Tiempo pasado

Todavía me acuerdo, corría diciembre de 1995, a poco de dar la PAA, pesadilla para todos nosotros los estudiantes de ese tiempo, cuando me llamó por teléfono a horas exorbitantes la Turca:

- Oye Sombra, ¿quién era Nabucodonosor?

- Turca, son casi las doce de la noche, despertaste a mi papá y más encima quiero dormir bien para la prueba...

- Hueona, estaba en mi cama feliz, pero me acordé de ese gallo y necesito saber quién mierda es pa poderme quedar dormida tranquila, por si lo preguntan mañana...

- Bueno, pero relájate... Nabucodonosor era.... blá, blá, blá.... ¿ok?

- O.K.

- ¡Y no me llamí más!

Esta simple anécdota, casi enterrada en mi memoria, me hizo volver a esos tiempos felices en que ni soñabamos con tener celular, MSN o siquiera Internet.
Obvio, si todo eso hubiese existido, primero que nada la Turca calmaba sus nervios con Google, y no despertando a mi pobre padre; y, en caso de exceso de urgimiento, me llamaba al celular y se evitaba la alarma generalizada en mi hogar, lugar donde todo llamado después de las once de la noche ha sido siempre sinónimo de desastre natural, fallecimiento repentino o broma de pésimo gusto.

Siento que la tecnología me simplifica la vida, y como tal, me encuentro totalmente rendida a sus pies.
Gracias a ella converso con mis amigos y conocidos de regiones, de otros países, o simplemente de Santiago pero esclavizados por la pega, cada vez que quiero y sé de ellos mucho más frecuentemente de lo que siquiera podría imaginarme.
Gracias a ella estoy ubicable 24/7 en mi celular.
Gracias a ella puedo aprender, aclarar dudas, saciar mi sed de curiosidades, escribir y expresarme, con solo un click de por medio.

Pero extraño el romanticismo de antes.
Cuando te separabas de tus compañeras de curso y las veías nuevamente al día siguiente, y se te hacía corto el recreo para contar todas las peripecias del día anterior o el fin de semana.
Cuando mandabas cartas por correo y recibías la respuesta, de puño y letra del remitente, un par de semanas después.
Cuando no te atrevías a salir ni al kiosco de la esquina por si te llamaba ÉL, y justo cuando lo hacías, por ley de Murphy pasaba, y tenías que torturarte (horas) esperando que apareciera otra vez. Y ni hablar de tener una foto del susodicho sin tener que sobornar a la hermana para que te regalara una. Ahora agarras el celular y ¡click!.
Cuando ibas a un paseo y tenías que pasar por todo un proceso químico y de espera, para poder ver las fotos de las aventuras corridas (muchas de las cuales eran absolutamente desechables, horrorosas, humillantes, borrosas o hilarantes).

Estoy como las viejas.
Recordando lo simple que era.
Y lo bueno que nos parecía.

Hoy creo que me sentiría manca, tuerta o qué se yo, sin mi celular.
Hoy tengo cercanos a los cuales sólo veo en bautizos, matrimonios y funerales, pero de los cuales tengo noticias casi día a día.
Y me pregunto... ¿no será así porque hemos aprendido a sustituir el contacto personal por el digital?
Me gustaría poder comprobarlo de alguna manera.
Pero ya no hay vuelta atrás.
Me parece mucho que soy adicta a los fulgores de esta pantalla.

Y eso que ni siquiera me acerco a mis sobrinos, que son unos tiburones del chat, el blog, el fotolog, el Photoshop y cuanta lesera exista.
Que pasan horas conversando (¿de dónde sacan tanto tema?) con sus amigos y compañeros de curso on-line.
Que me miran con cara de bicho raro cuando les cuento cómo era mi vida antes. Que ni se logran figurar cómo sobreviví, pololeé y tuve amigas.
Que lo encuentran una verdadera lata.

No tengo idea.
Parece que soy romántica y resistente al cambio.
Por lo menos en las profundidades de mi corazón.
Al menos, una parte importante de mi generación es igual que yo.
Es decir, tecnológicamente asumida, pero con sus reparos.
Y otra, igualmente importante, ni se lo cuestiona. No prenden el computador más que para trabajar, y ante la sugerencia de MSN, deben pensar que se trata de las iniciales de un tal Manuel Salgado Núñez.

Entretanto, les cuento que la Turca logró entrar a la universidad.
De hecho, fuimos compañeras.
Y tengo al seguridad de que no tiene idea de quién es Nabucodonosor.
La próxima vez que se conecte a MSN le voy a preguntar.

jueves, 9 de marzo de 2006

La nueva primavera


Aprovecho la ventana, que todavía se puede mantener abierta de noche sin congelarse.
Estoy sentada frente al computador pensando miles de cosas y empiezo a escuchar, muy a lo lejos, una batucada. Claros, los tambores llegan hasta mis oídos y me percato de que la fiesta del verano se acaba sin remedio.

Yo no soy demasiado sabia, ni inteligente, pero me doy cuenta de que la vida está llena de ciclos.
Así como el verano termina para dar paso al letargo del otoño y la aparente muerte del invierno, el mundo se las arregla para volver siempre a renacer.

Espero tranquila, como pocas veces antes había estado, la nueva primavera de mi vida.

lunes, 6 de marzo de 2006

Un guiño al cielo

En un par de ocasiones anteriores, he reflexionado acerca de mi postura frente a Dios.
Me parece que alguna vez dije que eramos amigos, pero no íntimos.
Sigo pensando que la nuestra es una relación dispareja, donde claramente Él me quiere mucho más que yo a Él.
Me cargan las cosas a medias, las tibiezas y las comodidades. Pero en este caso debo reconocer que simplemente esas son las tres palabras que mejor definen mi experiencia religiosa.
Y me cuesta tomar una iniciativa para cambiar estas medias tintas. Porque hay días en que mandaría todo a la mierda. Y otros, en que siento que hasta me podría llegar a hacer monja (hiperbólicamente hablando). Es decir... ¿para qué lado me defino?


Esta semana me senté a conversar con la Clara, una compañera de trabajo que es bien Opus Dei. Y bueno, yo, al lado de ella, soy totalmente Opus Night.
No sé por qué yo estaba sensible y abierta a la escucha.
Ella me dijo que cada uno de nosotros tenía un ángel de la guarda designado desde el día en que nacimos, cosa que yo ya sabía.
También me dijo que él está para nosotros, para que le pidamos todo lo que necesitemos, y que le gusta que le pongamos nombre, apropiándonos de él. Eso no lo sospechaba.
Así que el sábado, en un arranque de piedad inaudito, me puse en contacto con mi ángel.
Le comenté que ya estaba bueno de vacaciones, que en verdad no le había pedido nunca nada, así que su primera tarea era indicarme cuál era su nombre.
A los pocos minutos, andando en auto, apareció ante mis ojos un letrero gigante con la palabra Domingo en él.
Ok. Domingo it is. Me gustó mucho que él eligiese este nombre, el mismo que yo escogí para presentarles a ustedes a mi dulce y pequeño amigo en este espacio.
Y ayer, que estaba angustiada con un problema, (no menor) cuya solución en verdad no podía encontrar, miré al cielo y dije:
Ya Domingo, te toca ponerte con una ayudita.
En menos de dos horas, juro que la salida se materializó delante de mis ojos.
Power.
Parece que la Clara tenía razón. O por lo menos, me encanta creer que es así.
Igual, por si las moscas, miro pa´arriba y guiño el ojo, en agradecimiento por el favor concedido.

miércoles, 1 de marzo de 2006

Como una teleserie

Si una cosa me encanta son los refranes.
O dichos.
Los uso mucho, tradición heredada de mi familia materna.
(Así como hace poco me enteré que sentarme con los pies hacia adentro, como cabra chica, es herencia total de mi abuela paterna)
Me encanta eso también. Reconocerme parte de una larga cadena. Me emociono cuando me entero de que tengo los mismos dedos de mi abuelo materno, la manía de cuidar los libros de mi hermano mayor, la capacidad de sociabilizar de mi padre, el espíritu práctico de mi madre.

Pero volviendo a los dichos, los amo por su ingenio y verdad ineludibles.
"El mundo es redondo como una rueda que gira Sombra, algunas veces estás arriba, otras abajo" me dijo una vez mi mamá.
Por Dios que es cierto.

Ayer en la tarde estaba en mi casa, conversando por MSN a una velocidad supersónica con el tierno de Domingo, cuando apareció en línea, tintineando en azul y naranjo, el mismísimo Gringo, mi ex.
- Sombra, estoy pa´l gato, por favor, puedo juntarme a conversar contigo?
- ¿Qué te pasó?
- Terminé con mi polola. ¿Café más tarde?
- Bueno
- ¿Te paso a buscar a las 7?
- Me parece

La Isa, que andaba por ahí cerca, casi me come con los ojos. No podía creer que me iba a juntar con él.
Pero yo sentí que era importante, que me necesitaba, y en verdad no me costaba nada. A pesar de lo mal que me trató alguna vez, a pesar de las cosas que dijo de mí, a pesar de todo.

A las siete en punto me pasó a buscar un Gringo más flaco y desolado que nunca.
Nos fuimos por ahí a tomar café y me soltó toda su historia.
Que si fuera un proyecto de guión de teleserie, no se realizaría por increíble.
La realidad superando a la ficción.

Básicamente, el pololeo de dos meses y medio del Gringo se murió por mentiras y cahuines que esparcieron sus amigos, mis antiguos amigos, acerca de él.
Lo mismo, exactamente lo mismo que pasó un poco después de que nosotros terminamos.
Lo mismo que él presenció, de brazos cruzados, avalando con su silencio mentiras que él sabía eran más grandes que catedrales.

Ahora él está como estaba yo hace dos años.

Sin polola.
Sin amigos.
Dolido, asustado, empequeñecido.

Ahora yo estoy arriba y él está abajo.
Y podría hacer o decir muchas cosas vengativas.
Pero me acuerdo con tanta lucidez de lo cagada que estaba, de lo sola que estaba, de lo mal que me sentía, que lo único que pude hacer fue abrazarlo y escucharlo.
Y cuando me llegó el turno de hablar, lo hice con objetividad y verdad. Pero también con cariño.
No me guardé mis sentimientos de desprecio absoluto por un grupo de personas que no tiene cosas más interesantes que hacer en su vida que meterse en la de los demás, y nunca para construir, sino más bien para destruir, apuntando con el dedo, juzgando y apedreando.
No escatimé en recursos que me ayudaran a describir cuál era el camino que me había ayudado a salir adelante de ese trance.
Me dolió tener que recordarle que hacía un tiempo ya se habían manifestado estas mismas características en esas personas, materializadas en mí. Me dolió hacerlo porque a través de ese hecho yo en parte le recordaba su traición.
Pero era necesario para que levantara la cabeza y pudiera equilibrar las cosas.
Parece que se quedó más tranquilo, porque se sintió comprendido, acogido y querido.

Cuando volví a mi casa, dos horas después, la Isa me tomó del hombro y me dijo, súper seria:
- Huevona, eres mucho mejor que yo. Nunca habría sido capaz de hacer algo así con alguien que me dañó tanto.

Pero yo de verdad no lo siento así.
No creo haber cometido ningún acto heróico.
Solamente hice lo que me salvó cuando me pasó lo mismo, cuando necesité escucha, cariño y apoyo de la gente que me quería y que me conocía.
De los pocos que fueron capaces de tratarme justamente.
Y apliqué lo que entendí a golpes. Que nunca se debe hacer a otros lo que no te gusta que te hagan.
Sumemos a esto que al Gringo lo perdoné hace mil años, y que todavía lo quiero muchísimo, de una manera muy distinta de la que solía hacerlo. Pero lo quiero.
Resultado: hacer lo que me pareció obvio. Tenderle una mano.

Pero pucha que es heavy.
Es fuerte descubrir que siempre tuviste la razón, y a la vez estuviste tan tremendamente equivocada.
Que tus antiguos amigos eran efectivamente una mierda, y que los quisiste mucho y confiaste infinitamente en ellos. Que te jugaste la vida por cada uno y te pagaron así.
También es fuerte descubrir el poder que te da eso, y el daño enorme que podrías llegar a hacer con esa certeza.

Pero hace tiempo ya que descubrí una cosa más. Que el perdón, la paz y la concordia son mucho más fructíferos que el rencor y la venganza.

Y por eso me quedo con la última frase de la Isa:
- Pucha que te conoce bien el Gringo, sabiendo que puede acudir así a ti. Y qué pena que vino a darse cuenta de eso demasiado tarde.