Para leer como corresponde este post, es altamente recomendable que usted escuche, o al menos lea, la letra de la canción Con tus ojos de Alejandro Filio.
Una vez hecho eso, proceda con lo que sigue:
Imagine usted que es una señorita en edad casamentera y bastante decepcionada de los hombres de su generación, los cuales son inmaduros, poco amables y, en mucho menor grado, serios.
Luego, sitúe en la puerta de la casa de tal señorita a un personaje de las siguientes características: Ojos verdes y pelo rubio, gran altura y contextura atlética. Añada a los ojos verdes una mirada profunda, penetrante, pero limpia y dulce; manos muy grandes pero suaves. Hablar pausado y profundo, risa abierta, franca, sonora y contagiosa.
A continuación, agregue a estas señas un carácter amable, caballeroso, sincero e hidalgo; madurez perfecta, capacidad de escuchar, acoger, abrazar y querer infinitas, intactas, impolutas.
Si a todo esto usted es capaz de añadirle una amistad que se ha desarrollado de la manera más ideal durante los últimos meses, largos llamados telefónicos de por medio, mails diarios y salidas a todo tipo de menesteres en conjunto, descubriendo a cada instante maravillosas coincidencias en el gustar, pensar y sentir, dése cuenta frente a qué se encuentra parado.
Sí, amable lector, esto es algo muy parecido al amor.
Porque hay todo tipo de confidencias.
Porque existe confianza a prueba de terremotos.
Porque la diversión es algo casi seguro, porque basta con solo mirarse para que nazca una sonrisa o un abrazo de lo más sentido según sea la necesidad del otro.
Porque ambos, señorita y caballero, son lo mejor que le ha pasado al otro en un largo, pero muy largo tiempo.
Porque se ha salvado mutuamente de la pena, la desesperación, la incomprensión, el vacío.
Porque entre ambos no existen secretos, ni trancas, ni tabúes. Tampoco, hasta el momento, extrañas tensiones sexuales. Todo mantenido en el más estricto plano espiritual.
Pero, terrible, ineludible, trágicamente pero, nos vemos en el deber de señalar que tanta perfección es imposible, puesto que el personaje ideal del que hablamos cuenta con un defecto insalvable: tiene, por desgracia, una década menos que yo.
Sí. Para los que me leen hace tiempo, se trata de Domingo.
No tengo idea cuándo, ni cómo, ni de qué extraña manera, Domingo se volvió imprescindible para mí. Y yo para él.
No tengo conciencia de la primera vez que lo miré y el corazón se me detuvo, por un instante, pensando en la suerte de tenerlo en mi vida. Ni de la primera vez que lo instalé mentalmente en mis días para siempre, él muy mío, yo muy suya.
No he querido, no he podido, no se ha dado el verlo como un objeto sexual. No lo deseo, quizás porque he mantenido muy a raya, aunque sea de manera inconsciente, ese impulso en mí.
Pero sí me gusta.
Amo sus abrazos protectores, sus besos apretados en mi frente, cuando me da la mano o nos acostamos, simplemente uno al lado del otro, como hermanos, a ver televisión en mi cama.
Me encanta cuando me mira con autoridad, como poseyéndome, como entregándose, y entonces sé que él arriesgaría todo lo que tiene para defenderme, salvarme o cuidarme si lo llegara a necesitar.
Domingo no se asusta cuando lloro. No se enoja cuando me enojo. Se emociona conmigo cuando estoy feliz, y se ríe con ganas de mis tonteras y mis bromas.
Lo encuentro buenmozo, inteligente, atractivo.
Lo echo terriblemente de menos cuando no está cerca.
Y cuando está, siento patente su presencia imprimiéndose en mí, aunque no se encuentre corporalmente a mi lado.
Sé que se pone celoso cuando abrazo a otros hombres. Lo noto porque su mano busca mi mano rápidamente, y me atrae hacia sí mismo con un gesto (que sé perfectamente) que le resulta casi inconsciente.
Me pongo celosa cuando se le acercan pendejas gritonas (totalmente adecuadas para su edad y candidatas más que seguras a ser sus pololas) y le hablan, haciendo bailar sus pestañas de manera indecentemente coqueta.
No sé qué hacer.
En realidad, no sé si quiero hacer algo.
Es tan lindo lo que tenemos, es tan puro, profundo y tranquilo.
Lo mejor del día del otro se encuentra contenido en cada uno.
Y me da susto cambiarlo.
Para qué, además, si en realidad esto antes de nacer estaba muerto.
Sus papás me demandarían.
Sus amigos jamás lo entenderían. (Los míos menos).
Saldríamos en la portada de Lun.com
Lograríamos, quizás, sobreponernos a todo lo anterior, pero los mundos de cada uno terminarían chocando con más fuerza y consecuencias que el mismísimo Big Bang.
Él todavía tiene que pasar por la universidad, ser rebelde, promiscuo, audaz, tonto, ciego, loco, equivocarse mucho y forjarse un camino y un carácter con elementos de dulce y de agraz. Proceso normal que lleva a cabo todo ser humano, que la mayoría de las veces requiere de libertad de acción y de algo de azar, de pocos planes, de menos certezas, de probar mucho y no saber nada de nada, ya que el mundo irremediablemente se encargará de ir cerrando todas las puertas que hayan ido quedando abiertas y poco le dejará para sorprenderse e improvisar.
Mientras tanto yo, rodeada cada vez más de gente casada y procreando, estaré sintiendo los alaridos de mi reloj biológico, emocional y social, que me exige asentarme, enseriarme, acotarme. Que me pide éxito en el trabajo, familia, marido e hijos dentro del próximo lustro, quizás dos.
Sería egoísta quitarle su juventud.
Sería terrible renunciar a mi graduación en el mundo adulto por una apuesta absurda y arriesgada como la que más.
Tengo, sinceramente, el corazón quebrado en dos pedazos.
Uno, que es feliz de conocerlo, y de tenerlo por amigo. Que agradece cada día al cielo su presencia, su consejo, la laguna quieta de sus ojos verdes con mi reflejo grabado en su pupila.
El otro, muerto por la certeza de que ante mí se encuentra una de las personas que más me ha querido, que mejor me ha tratado, que más me ha entendido, que más profundo me ha tocado el alma. Que podría ser, perfectamente, el hombre de mi vida. Y yo, la mujer de la suya.
Pero es como si estuviera detrás de una vitrina.
Se mira pero no se toca.
Y ese, creo, es el mejor, más sabio y más amoroso regalo que puedo darle a este pequeño gran hombre que quiero tanto y que se merece lo mejor de la vida.
Mi consejo, mi compañía, mi escucha, mi apoyo moral.
Y también mi silencio, mi renuncia, su libertad.