Green Olives
Siempre me ha gustado lo distinto. Lo fuerte. Lo que a pocos les gusta.
Como las aceitunas verdes que me estoy comiendo justo ahora con un mango sour y un cigarro en el primer acto de regaloneo a mí misma en muchos, quizás demasiados días.
El fin de semana fue importante.
Como no.
Siempre es importante; en él siento que retomo mi vida tal cual me gusta, libre de cadenas y obligaciones, de deberes ser.
El sábado Juanito me invitó a un matrimonio.
Totalmente inesperado esto de Juanito, porque nos conocemos hace mil años pero nunca habíamos salido.
Y así, de repente, me llamó y partimos juntos a cumplir con su deber social.
Cuál no sería mi sorpresa, cuando llegamos al famoso lugar del evento, lleno de gente que jamás había visto en mi vida, y vislumbro, entre los danzarines, a nada menos que Feña.
- Aquí fregué - pensé. En una fiesta más o menos chica, era obvio que no le podía hacer el quite eternamente.
Juanito y yo fuimos inmediatamente por las consabidas piscolas y nos pusimos a bailar sin más demora (llegamos después de las doce)
De pronto, y en barrido visual disimulado de mi parte, descubro a Feña mirándome.
No soy capaz de explicar el nudo en la guata y las patas de lana.
A hacerte la tonta, me dije.
Seguí bailando como si nada, pero cada cierto rato miraba de reojo.
Y él, seguía mirándome.
La polola, una rubia estupenda y estilosa, se contorsionaba intentando llamar su atención.
Pero nada.
Una hora y como tres piscolas después, tuve que ir al baño.
En el caminode vuelta, pasé sin mirar por el lado de una mesa.
Una mano me tomó firme pero suave del brazo.
- Hola Sombra - con una enorme sonrisa de oreja a oreja.
- Hola Feña, cómo estás - yo, seria, diplomática .
- Muy bien, ¿y tú? - tono cariñoso y hasta un poco paternal.
- Excelente. Perdón, me están esperando - señalando con un dedo a Juanito, que me esperaba con cara expectante y dos piscolas en la mano.
- Vale, nos vemos.
Resumen de la noche: menos mal que Juanito era un eximio bailarín, de esos que le sacan gracia hasta a una tabla de planchar, con pasos, coreografía y conocimientos de danza para regalar. Y yo no lo hago tan mal, dicen. Por lo menos, por empeño y entusiasmo no me quedo. Me hizo reír, me emborrachó lo suficiente como para que pudiera estar arriba de la pelota sin jugosear, me mantuvo muerta de la risa todo el tiempo, sin pensar (tanto) en ese par de ojos oscuros que seguían atenta y constantemente mis pasos.
Por supuesto que él nunca supo lo que pasaba. Para qué.
El día lunes, todavía un poco averiada por el impasse nocturno, me fui a la oficina de mi jefe Alejandro corriendo.
-Alejandro, tengo que hablar contigo urgente.
- Ok, cierra la puerta.
- Mira, lo que pasa es que..... - empecé a contarle por primera vez en mi vida, con lujo de detalles y con harta verguenza, en vivo y en directo, a una persona de carne y hueso, mi historia con Feña.
Sí, porque aparte de este espacio, yo jamás había revelado mi historia.
Y menos a alguien que conociera a todos lo actores involucrados.
Alejandro, echado para atrás en su silla, me miraba fijamente y sonreía, gruñía, movía la cabeza alternativamente. (Excelente público)
Es que yo no daba más.
No he podido entender jamás a este hombre.
Que es el perro del hortelano, que no come ni deja comer. Que me llama, me busca, me propone sexo, después me deja botada pero me dice que me quiere.
Que me lleva a su cama y después me echa de ella.
Que se encuentra conmigo y me mira toda la noche sin parar.
Que me trata pésimo, pero que me mira y me toca con una delicadeza y profundidad infinitas.
Alejandro me escuchó hasta el final.
Luego, me dijo varias cosas que me sirvieron mucho.
- Mira Sombra, este libro yo ya lo leí. Durante muchos años de mi vida, yo fui un Feña. Estaba convencido de que todo lo que tocaba lo destruía. Entonces, quiero decirte con toda seguridad, que este hombre siente muchas y grandes cosas por ti.
- .... - mi cara debe haber sido para filmarla.
-Lo que pasa, en primer lugar, es que este gallo está medio chiflado por las drogas y el alcohol...
- Ya....
- Segundo. Lo asustas. En ti ve una posibilidad de algo grande. De estabilidad. Hijos. Seguridad. Crecer. Tener algo mucho mejor y más grande de lo que ha tenido en su vida. Y se caga de susto. No se la puede.
- Pero....
- Espera. Entonces, como sabe que eres lo más importante en su vida, él te mantiene lejos. No está listo para ti. Pero como no se puede aguantar, te busca. Y lo hace de maneras que en realidad son seguras para él, del modo en que sabe que se puede relacionar contigo sin involucrarse. Prefiere dañarte que dañarse, desde su punto de vista.
- Pucha, pero es injusto, Alejo - perpleja yo...
- Sí, de todas maneras, pero el calvario que este pobre huevón está pasando no es menor. Te lo repito, yo lo viví. Y no es gracioso tener a la mina que sientes que podría ser la de tu vida, al lado en la cama, y con un sabor atroz en la boca pedirle que se vaya, que desaparezca, que ojalá nunca vuelva. Entiende que de una manera medio retorcida te está cuidando.
- Pero, ¿de qué?
- De sí mismo. De su inmadurez, de su desequilibrio... Pobre huevón....
- Alejo, no lo defiendas...
- Estás loca, yo te defiendo a ti. Y desde ese punto de vista te digo una sola cosa: No te acerques a él. Eres el fuego y él la polilla, si se acerca se quema; pero dado que tú ya tienes sentimientos involucrados, la explosión que se produciría sería dañina para los dos.
- Chuta, me dejas harto en qué pensar...
- Sí. Y te repito. El libro este, es para llorar a gritos. Muy, muy triste. Él es de una sensibilidad enorme. Y se lo está sufriendo todo. Ojalá algún día este gallo pueda levantar la cabeza. Si no, se va a perder para siempre. Y tú, no lo esperes. Vive tu vida.
- Gracias por la terapia
- De nada , cuando quieras. Y oye, una cosa.
- ¿Qué?
- Llevaba mucho tiempo esperando que me vinieras a contar esto. Conociéndote como te conozco, sabía que habías tenido algo con Feña.
- JA! El viejo truco del "lo sabía"
- Lo sé - riendo se levantó y salió de la oficina .
Es raro. Es de un sabor fuerte y poco común, como el de las aceitunas verdes.
Me gusta.
Saber que Feña, finalmente, no es una mierda sin corazón.
Que actúa así porque no sabe.
No sabe ser de otro modo.
Ahora lo miro con algo parecido al cariño.
Con algo parecido a la empatía, por su dolor.
Queriendo creer que todo lo que me dice Alejo es cierto y que de los dos, la que se ha llevado la mejor parte soy yo.
Aunque me haya dolido.
Por lo menos yo estoy de pie.
Y avanzando, aunque sea de a poco.
Ya se acabaron las aceitunas.
Y yo, yo me voy a acostar tranquila.