domingo, 29 de julio de 2007

I let my skin get too thin

Una de las cosas que más odio de mi misma es lo personales que dejo que se pongan las cosas.

Cuando conozco a alguien, hombre o mujer, me vuelco con todo el corazón a querer y hacer feliz a esa persona.

Y, claro, la mayoría de las veces termino sufriendo.

¿Por qué?

Simplemente, porque por lo general la gente no tiene tan altas expectativas acerca de nuestra relación, y la dejan estar.

O, lo que es peor, es que, viendo mi disposición y entrega, se suben por el chorro y se aprovechan.

Pero...

Me rebelo frente al hecho de que quizás sea yo la que tenga que cambiar.
Me niego a convertirme en una cabrona sin corazón para no pasarlo mal.
A ser dura, pesada o indiferente para no involucrarme tanto.

Así que me sigo desnudando frente a los demás. Sigo confiando, abriendo las puertas de mi casa, de mi vida, de mis sentimientos, de mi manera de ser, a los demás.

Bueno, es así también como he conseguido los mayores gozos y experiencias notables.
Y lágrimas. Miles de ellas.

La semana pasada, sin ir más lejos.

No quiero entrar en detalles acerca del quién y el cómo...

Lo único que puedo decir es que, de todos los sufrimientos que conozco, el que más me llega, el que más me duele, el que más me destruye, es el de querer y no ser correspondida, o el de querer y darme cuenta de que esa entrega solo es mal utilizada.
Y no estoy hablando de dar sin esperar nada a cambio. Estoy hablando de dar y ser, al menos, respetada de vuelta.

Me siento rara.

Porque no quiero volver a sentir lo mismo, nunca más.

Pero algo me dice, que mientras siga adelante, porfiadamente, con esta manera de enfrentar la vida, un poco naive de mi parte, lo que hay hasta ahora es lo que ha de venir muchas veces más por delante.

Quizás sea un precio justo a pagar por atreverme a ser tan distinta a los demás.
Y, sobre todo, fiel a eso mismo.

viernes, 20 de julio de 2007

Ser lo que quiero ser

Ayer me puse a pensar que tipos de mujeres hay muchos.
También me puse a pensar en verdad qué tipo de ellas soy o quiero llegar a ser.

En primer lugar, me di cuenta que soy una mujer que no tiene nada de princesa en apuros. Siempre me he asumido como mujer independiente y fuerte, con las ventajas y desventajas que eso trae. Porque aunque muchos admiran eso en una mina, muchos otros piensan que una es insensible, marimacho o autosuficiente en una mala manera. Es decir, piensan que a uno no le gusta que la quieran, la cuiden y la regaloneen. Y nada que ver. Una también se cansa, tiene pena, necesita apoyo, consejo y ayuda. Pero no depende enfermizamente de nadie para avanzar.

En segundo lugar me di cuenta que no soy feminista. No necesito agarrarme del moño con nadie para sentirme validada, y creo que cocinar y planchar no me hace menos pensante o persona. Me gusta la igualdad para ciertas cosas, pero en otras no siento que tenga que demostrar nada, y el clásico sistema del hombre que lleva los pantalones y la mujer que lo apaña en todo me acomoda, porque siento que sin mujer que acompañe, no hay hombre que pueda gobernar nada. No tengo idea si logro exponer mi criterio, pero creo que está como en la mitad. Porque me cargan las minas ultra machistas que creen que son nada más que el adorno de su macho y que no son capaces de actuar, opinar o incluso tomar decisiones sin el permiso del hombre, me parece que son hueonas cómodas, flojas y que se quieren poco. Y por el otro lado, el feminismo a ultranza me parece un fanatismo que demuestra inseguridad y miedo, con perdón de las feministas que quizás han hecho mucho por el mundo en el que vivo ahora (con derecho a votar, por ejemplo).

En tercer lugar, mi relación con los hombres ha sido un poco fruto de los dos puntos anteriores. Tengo miles de amigos, que me quieren, me respetan, me consultan, y de manera a veces muy deliciosa, me tratan de igual a igual. Ellos agradecen el saber que conmigo pueden ser como realmente son, y viceversa. Eso quizás ha alejado de mí a gallos tradicionales, fácilmente escandalizables y dominantes de tomo y lomo. También habrá espantado a chiquillos bien, clásicos, tímidos y apocados, pero la verdad es que ninguna de las dos especies me interesa mucho. Tengo los amigos que tengo, y son todos la raja, y los amores que he tenido han sido aún más bacanes, porque sé que para estar conmigo no se puede ser cualquier persona (y con esto yo no digo que sea a toda raja, sólo digo que no soy fácil).

Con las mujeres es un poco la misma historia. Las minas fru-frú y las pelolais no van conmigo. La niñita rosada de mamá que no toma piscola ni dice garabatos se cae de raja si me ve un día cualquiera. Las superficiales que juzgan sólo por las apariencias se fueron a la cresta conmigo porque se requiere tiempo, paciencia y buen ojo para saber realmente quién soy yo.

Por dentro soy sensible, adicta a la música, el cine y la literatura. Me gusta ayudar a la gente con todo lo que esté a mi alcance; me gusta sentirme querida, buscada y necesitada por otros. Odio la mentira y la deslealtad más que cualquier otra cosa, pues perdono rápido en los demás casos y no siento que sea una persona que juzga livianamente a los demás. Amo (y odio) con mucha pasión, soy habladora, atarantada a veces y muy hiperkinética (el Pelao dice que yo no duermo, me enchufo y me cargo. Felipe dice que soy un dínamo). Un poco mal genio, miedosa, llorona y tremendamente preocupada de lo que dicen los demás acerca de mí.

En resumen, si tuviera que elegir a una persona de la historia con quien identificarme, creo que sería la Inés de Suárez o la Javiera Carrera, quizás también Juana de Arco.

¡Esas sí que eran mujeres!

Metidas en un mundo de hombres, en tiempos convulsos y difíciles, no dudaron en dar todo lo que tenían por sus ideales. Fuertes, decididas, de armas tomar, apasionadas e inteligentes, fueron decisivas desde sus papeles para los hombres que las rodeaban. Aprendieron a pasarse a la gente por la raja y a hacer lo que creían que era correcto aún en desmedro de sus propios intereses y vidas. Pasaron a la historia.

Creo que eso es lo que me mueve en definitiva.
Quiero protagonizar mi vida.
Quiero hacer grandes cosas.
Quiero ser diferente, y no solo sentirme distinta a los demás.

Quiero encontrar gente que me entienda, que me acompañe, quiero cambiar la historia, por lo menos, la mía.
Soy mujer, y nadie me va a hacer quedar mal por eso.

jueves, 12 de julio de 2007

El nuevo sexo

Las nuevas generaciones me sorprenden.

De verdad.

El otro día leía en una revista, no demasiado nueva, pero actual al fin y al cabo, que los adolescentes de hoy se han vuelto muy concretos en términos sexuales.

Es decir... estos cabros hacen de todo... de todo, pero como no hay penetración, resulta que no se consideran no vírgenes.

¿Habráse visto tamaña patudez?

Después pensaba que quizás eso explica la actitud de cierto adolescente que me ronda hace tiempo. Que sigue en lo mismo de siempre, es decir, en nada, pero a la vez, bien patudamente, cada vez en más.

Ya les conté que lo primero fue, cínicamente, andarme agarrando el poto.

Luego vino el hacer que yo se lo agarrara a él. (Luego, me confesó que yo era la única mujer que alguna vez se lo había agarrado... una sombra de duda oscurece su credibilidad...)

Más adelante, primero haciendo como que era sin querer, empezó a tocarme las pechugas. Es decir, nunca me ha agarrado una, de frentón y a "full hand"... pero los roces se han ido intensificando, e incluso el otro día en una especie de carrete con más gente, el fresco pasó su mano por arriba de mi hombro y me empezó a hacer un cariñito suave en la derecha. La cara del gallo que estaba conversando con nosotros fue para momento Kodak. Y yo, me tuve que correr rápidamente, porque aparte del escándalo público que estábamos provocando, me corría la gota de sudor por la sien...

Y la última, esa si que me descolocó. Con todos los años de circo que le llevo, con toda la loca imaginación que me gasto, en verdad nunca pensé que él iba a hacer eso...

Íbamos en auto con un amigo, que se encontraba al volante. Yo estaba de copiloto y él, atrás. En un momento pasé la mano para atrás para recibir algo. Quedé atrapada. Primero fueron excelentes masajes en la mano presa. Luego, la mano ubicada en aquello para lo que todavía no encuentro un nombre digno o que no sea horripilante. (quedaría bonito el juego de palabras si dijera: ... masajes en la mano presa. Luego, la mano en la presa... pero es terrible de ordinario)

No puedo decir que haya disfrutado el momento. Ni que haya sentido nada. Me puse rígida como si estuviera cerca de una tarántula y saqué la mano en menos de diez segundos.

Lo divertido es que yo, teniendo más experiencia que él en estos temas (confirmado), me siento poco menos que su amante, que hace rato que no podría decir que entre los dos "no pasa nada" sin enrojecer por la mentira, siendo que para mi gusto falta un paso muy anterior (y gozador) que es el beso.
En cambio a él, yo no lo noto preocupado, urgido o pensativo siquiera con respecto al tema. Estoy segura que, de preguntarle, él diría tranquilo que aquí no pasa nada especial.
¿Será porque no ha habido besos?
¿Será que estoy viviendo en carne propia esto de los nuevos adolescentes-cara-de-raja-pa-la-hueá?

No tengo idea.
Me encantaría entrar en su cabeza por un rato.
Saber qué cosas le pasan cuando me toca, cuando lo toco.
Saber si tiene los mismos sueños espantosamente perturbadores que me tiene protagonizando con él.


En fin...
No me aconsejen que me lo agarre de una buena vez, porque no va en mi ADN hacerlo.
Tendría que estar terrible de borracha.

Por ahora, gozo sintiéndome deseada.
Y lo otro...
No sé por qué algo me hace intuir que ya vendrá...
todo cae por su propio peso...

y, además, como dice un comercial de cerveza en las micros por ahí...
"Igual es rico irse lento..."

viernes, 6 de julio de 2007

Artifex vitae, artifex sui.

Recién hoy, a estas alturas de la noche, de la semana, del mes, del partido, logro sentarme un rato y escribir.

Y es quizás extraño decir que nada ha cambiado.

Porque a la vez pasan tantas cosas cada día...

Es cierto que en lo global mi vida sigue un curso tranquilo, sin mayores cambios ni inflexiones, pero a la vez, cada día, tengo algo que contar a las personas con las que me encuentro, o con las que hablo.

La mejor manera que se me ocurre de explicarlo es usando la imagen de esos ríos tranquilos, que fluyen sin mayores escándalos hacia el mar. Uno puede pararse frente a ellos por horas, creyendo que nada se está moviendo. Pero entonces aparece un punto de referencia, como una pequeña hoja que pasa rauda y segura, navegando. O quizás uno siente el impulso de meterse y recién ahí nota la resistencia que opone la corriente al intentar nadar en otro sentido que no sea el que ella misma propone.

Quizás así sea necesario que suceda. Que los cambios más importantes sean leves, casi imperceptibles, pero seguros.

Quizás solo así podemos soportarlos, quizás sólo así logramos digerirlos totalmente y nos hacemos parte de ellos naturalmente.

No sé.

Ayer salí con unas amigas y mirábamos a las mujeres que nos rodeaban. Todas tan jovenes, tan bellas, tan atormentadas. Tan rápidas sus vidas, tan expuestas a estímulos y tentaciones...

Y pensé, por primera vez en mi vida, que estoy agradecida de no haber estado nunca en la línea de fuego.

Nunca la más popular, ni la más bonita, ni la más destacada, ni la más inteligente, ni la más solicitada, ni la más exitosa.

He tenido que trabajar duro para obtener todo lo que tengo, he tenido que sacarme la cresta demasiadas veces frente a la risa, el sarcasmo, el rechazo de algunos.

Estoy segura que de haber sido de otra manera, me corroerían la soberbia, el orgullo, la ironía, el prejuicio. Pero no. He tenido que aprender a palos a ser humilde, quitada de bulla, agradecida, a valorar las cosas buenas que me pasan, a aprender y a observar.

No me siento superior a nadie, simplemente, porque nunca se me ha dado serlo en verdad.
No me gusta atropellar a las personas, o mirarlas en menos, porque he vivido demasiadas veces en carne propia loque se siente cuando eso pasa.

Y aún así he sido torpe, malinencionada, prejuciosa, peleadora, orgullosa, soberbia, mentirosa, libertina y autodestructiva.

No quiero ni pensar qué habría sido de mí con más herramientas a mano.

Con más éxito frente a los hombres.
Con más poder.
Con más inteligencia.
Más popular.

Una chica plástica más, emulando a la película Mean Girls.

Por eso, feliz.
De ser yo.
De ser como soy.
De lo que me ha tocado.

Quizás suene siútico, pero en este momento me acuerdo de las palabras de Amado Nervo, en su poema de despedida a la vida. No es que crea que me voy a morir, pero hay tanto de él que me interpreta...

En paz

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida
ni trabajos injustos ni pena inmerecida;

Porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas;
cuando planté rosales coseché siempre rosas.

. . . Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno;
mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas,
y en cambio tuve algunas santamente serenas . . .

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes!

¡Vida, estamos en paz!