martes, 28 de febrero de 2006

Confesiones a mí misma

Hoy me di el lujo, el placer, la lata, o lo que sea, de leer mi blog hacia atrás. Hasta bien atrás. Saboreando los comentarios, viendo aparecer a los que son mis visitantes más queridos; pero por sobre todo, dándome cuenta de que, sin querer, he dejado plasmados mis pasos en este espacio.

Y me di cuenta de varias cosas, muchas de las cuales en cierta forma ya sabía.
Hay un par de temas que me obsesionan, porque no paro de escribir acerca de ellos, y si es así, me perdonarán la reiteración, pues me temo que aún no logro superarlos: la soledad, la incomprensión, el miedo, mi familia, el amor y la falta del mismo.
Hay ciertas características de mí que noto reflejadas en cada palabra que escribo. Un par de virtudes. Un par de pecados. Lástima que casi ninguno de los que me lee me vea dentro de mi otro yo, ese que le da cuerpo a esta Sombra, para que pueda corroborar lo dicho en el día a día. Y es que siempre he sido de esas personas que hay que calar de a poco para llegar a conocerlas bien.
Hiporbólica e hiperventilada, acelerada y parlanchina.
Ingenua a veces, muy niña, confiada, transparente y de buenos sentimientos.
Peco de querer demasiado, muy fácil y muy rápido.
Peco de sufrir en exceso por cosas que a veces no tienen solución.
Con una fantasía galopante, que me obliga a imaginarme cosas donde no las hay, a construir miles de castillos con una base de aire, a soñar despierta gran parte del día.
Quizás por eso es que a veces me percibo como una mala copia de la Consuelo Aldunate, con miles de anécdotas sobre relaciones, hombres y amores que nunca se concretan.
Miles de panes quemados en la puerta misma del horno.

Y es que volví de las vacaciones y en verdad el mundo me lo habían cambiado.
Aparecieron de la nada seres que yo daba por perdidos.
Desaparecieron en el misterio personas con las que contaba.
Otros, que no debieran hacerlo, me andan llamando para saber en qué andan mis pasos.
Y varios acontecimientos inauditos, insospechados, increíbles. Algunos felices, otros no tanto.

El concierto de U2 me dejó sensaciones feroces que casi no puedo describir.
No quiero usar adjetivos, no los tengo a mano.
Dudo que vuelva a vivir algo así alguna vez. Valió tanto la pena la espera...

Soy como el ajo para las matemáticas, así que no tengo la más remota idea de cuáles son las probabilidades de encontrarse con una sola persona determinada, en ese mar de gente que era ayer el estadio nacional.
Pero me imagino que media en millones.
Casi ninguna.
Sin embargo, estando ahí parada en la vereda, lista para hacer la cola de la cancha, la calle Guillermo Mann se convirtió en la metáfora de mi vida por un minuto.
Y la gente que caminaba, en las personas y acontecimientos que han pasado por ella, mientras yo sigo parada.
De pronto, a menos de dos metros de mí, quien menos me esperaba ver.
Camisa celeste, pantalones claros con rayas y zapatillas. El pelo un poco más largo que la última vez.
La sorpresa me dejó sin respirar por un par de segundos.
Y la incertidumbre de no saber cómo mierda reaccionar. Qué era lo normal, lo más sano, lo más esperable, lo que sería mejor recibido.
Pude haber hecho muchas cosas, es cierto, pero me quedé ahí no más, sintiendo que ya lo había hecho todo antes.
La voz de la Cote que me preguntaba mil opiniones se fue perdiendo mientras yo me hundía en mis recuerdos y mi indecisión.
Sólo me di cuenta de que mi mirada se quedaba fija en su figura, que se alejaba cada vez más, hasta que simplemente desapareció en la multitud como una hormiguita.
Y al hacerlo le dije, desde adentro, lo rico que había sido conocerlo, la pena que me daba que se fuera sin que nadie lo hubiese echado. Que le deseaba la mejor de las suertes, y que cuando quisiera volviera para que conversaramos...
Y así lo dejé ir, en paz conmigo misma y con él.
Nunca supe si me vio o no.
En eso, la mano firme de la Cote me agarró y me hizo aterrizar. Me puso a caminar y volver al aquí y ahora de ese día.

Y salieron al ruedo mis virtudes, esas que me hacen ser optimista y alegre hasta el agote.
Me puse a huevear con mis amigos y creo que le hicimos la tarde a un uruguayo que estaba al lado nuestro en la cola y que no lograba disimular su risa frente a nuestras tonteras.

Pero lo reconozco.
Estoy agotada.
Y es que no quiero que todo siga siendo tan difícil, que todo me cueste tanto trabajo.
Horas y horas de reflexión, de insomnio, de trabajo.
Tengo tantas ganas de tirar la esponja, pero me da susto.
¿Quién va a llevar las riendas de mi vida si no soy yo misma?

Perdón por la pelada de cables, pero es que estoy atorada, y no logro sacar afuera todo lo que siento, todo lo que me ha pasado y que en verdad no sé cómo contar aquí.

Son las 3:15 de la madrugada y pienso que quizás sería bueno tratar de ir a dormir un poco.

miércoles, 22 de febrero de 2006

Tengo una cita...

¡Sí!
El domingo tengo una cita con Bono (y los demás chiquillos de U2).
Esperada hace unos catorce años...
¿Cómo no quieren que me ponga nerviosa?
Me gustaría haber ido a verlos con el Lito, a quien le debo esta pasión.
El Lito, mi amigo más antiguo, el más entrañable, perdido y recuperado en los avatares de la vida.
El Lito, que tiene una historia de teleserie que algún día les contaré. Que me llevó al primer recital de mi existencia, que me recibió con los brazos abiertos hace exactamente un año cuando lo fui a ver al lejano país en que vivía en ese entonces.

Mientras espero, me voy a la playa con la Panqui, mi partner desde los siete años, a pasar los nervios con vista al océano.
Desde hace muchos años que tengo una cábala. Siempre me gusta terminar las vacaciones bañándome en el mar. Cargando las pilas, absorviendo de esta gran masa de agua celeste todas las energías que sé que voy a necesitar para seguir avanzando en el camino de mi vida.
Y me ha ido bien.

A la vuelta les cuento lo demás... incluyendo el exorcismo que me hice.

A veces siento que leo lo que he escrito y no puede ser cierto. En ocasiones es demasiado dramático, otras tan espectacular. O místico. O coincidente. O conveniente. Pero es mi vida. La purita y santa verdad. Y me gusta. A pesar de sus ribetes de teleserie. Menos mal.

domingo, 19 de febrero de 2006

Ondulante

Ya.
Me arranqué.
Y qué.
No pude soportar que todos mis pasos fueran controlados, medidos y cautelados.
Quise mi espacio personal, ese diálogo conmigo misma (a veces absurdo, pero necesario) que es este blog.
Y me di cuenta de que amo mi soledad y mi independencia.
Que por mucho que quiera a mis amigos, me enferma tenerlos encima todo el día.
No me enoja, pero me hace sentir oprimida, obligada, presa, amarrada.
Así que busqué cualquier excusa y me vine al pueblo, a respirar un poco.
A mi ritmo.

He aprovechado mucho este tiempo, he leído un montón.
Aparte de lo que ya les había contado, se agregan a mi lista:

- Lo bello y lo triste, de Yasunari Kawabata (impresionante)
- El hermanastro, de un noruego apellidado Christensen, el nombre no lo recuerdo (interesante, divertido y dramático, vale la pena)
- Al este del Paraíso, de John Steinbeck (sin palabras, por algo fue una película protagonizada por James Dean)
- Permiso para sentir, de Alfredo Bryce Echenique (Antimemorias) (apasionante, me gustaría tener una vida tan ntensa y entretenida como la suya)

De este último quisiera rescatar una cita que él utiliza para abrir su libro de antimemorias, y que me hizo sentir tan identificada, que pude experimentar esa deliciosa emoción de estar leyendo tu pensamiento, tu sentimiento tal cual es, pero sublimemente expresado en palabras.
Aquí va:

"¡Qué cosa tan ondulante es el hombre! No solamente el viento de los accidentes me desvía según su inclinación; además me muevo yo mismo por la inestabilidad de mi postura; quien se mira con cuidado, no se encuentra dos veces en el mismo estado. Doy a mi alma ora un semblante, ora otro, según de qué lado me acuesto. Si hablo diversamente de mí, es que me miro diversamente. Se encuentran en mí todas las contradicciones. Vergonzoso, insolente, casto, lujurioso, charlatán, taciturno, laborioso, delicado, ingenioso, lelo, rencoroso, generoso, mentiroso, veraz, sabio, ignorante, y liberal, y avaro y pródigo: todo eso lo veo de mí, según de qué lado me vuelva; y culaquiera que se mire con atención encontrará en sí mismo e incluso en su juicio esta volubilidad y discordancia." (Montaigne)

Fantástico.
No estoy loca, y hay alguien que más encima me entiende.
Por ahora, con eso me basta.
Ya nos veremos en la semana, para que les cuente con calma, muchas cosillas que me han estado rondando la cabeza...

jueves, 9 de febrero de 2006

En busca del orgasmo perdido...

.


Nadie en mi familia entiende muy bien por qué me puse a trotar, y a nadar, y a caminar como si entrenara para la maratón de Nueva York. No tengo idea de cómo explicarles. Yo tampoco sabía por qué esa picazón en los pies y las manos, esa necesidad constante de moverme.
Ayer. Mediodía en Chile. El sol brillaba, laborioso, sobre un cielo impoluto. Yo corría por polvorientos caminos de los alrededores de mi casa en compañía de mis dos perros.
Entonces lo entendí.
Corro para espantar los sueños.
Sueños eróticos.
Sí, y qué. Las mujeres también soñamos con hombres, con sexo, también amanecemos decepcionadas, alteradas y, a veces, hasta mojadas.
Hace muchísimo que no me pasaba, porque es un tema que ha pasado a segudo plano para mí.
Para mí, que no tengo sexo, ni hago el amor, hace tantos meses.
Y muchos, pero muchos más, que estoy bien escasa de orgasmos.
¿A ver, cómo es eso?
Digamos que mi debut en el tema fue con mi pareja más larga y estable, el Gringo, lo cual hizo que los primeros seis años de historial sexual fueran fantásticos, increíbles, de aprender juntos, de confianza absoluta, cero problema.
Terminamos, y de eso ya hacen dos años, y apareció el Feña.
Como ustedes ya saben, éramos amigos hace tiempo.
El espejismo, la calentura, el miedo y la soledad me lanzaron a sus brazos (bueno, él ayudó un poco cuando me hizo su propuesta de manera explícita y tentadora).
Pero no fue bueno. Para nada. Fue como ser chica y confesarse con el cura tío. Nunca llegas a relajarte, a liberarte, a mostrar todo tu potencial pecador, ya que este no es un cura cualquiera, es el tío, que luego de esta experiencia vas a tener que seguir mirando sonriente al otro lado de la mesa familiar, mientras él te imagina robando, mintiendo o que sé yo.
Lo mismo me pasó. El exceso de confianza me retrajo, me hizo sentir demasiado desnuda, demasiado frágil, y de las tres o cuatro veces que nos acostamos, diría que ninguna va a pasar a la historia, excepto, podría ser, por mi actuación magistral cada vez. Lo sé. Qué ferozmente mentirosa. Pero me parecía que poner cara de nada habría sido peor. Y siempre me prometía a mí misma que nunca más me acostaba con este huevón. O, plan B, me dejaba llevar con todo y me olvidaba de las conversas, la amistad con sus hermanos chicos, todas las veces que me vio llorar, y un larguísimo y complejo etcétera, y echaba todo por la borda en pos del esquivo éxtasis.
Más adelante, y protegiendo la escasa salud mental que me quedaba, dejé al Feña y pasé por un largo período, bien oscuro, en que busqué perfectos desconocidos para matar mis ansias corporales. No fueron muchos, en verdad fueron tres, y ni tan desconocidos, pero con ninguno resultó.
Yo me estaba empezando a asustar de verdad. Ya no era el factor amistad, esto era el factor frigidez.
Mierda, el Gringo se había llevado mi capacidad de tener un orgasmo como Dios manda.
En eso, hace como seis o siete meses, apareció él.
Nada especial, amigo de un amigo, estábamos en un carrete medio curados, hablamos poco pero las señales lo dijeron todo, y con la complicidad del dueño de casa, terminamos quedándonos en el departamento los últimos, solos, en una pieza oscura.
Puedo decir que tenía mucho miedo. Para mí era la prueba de fuego.
Porque me decidí a no fingir más, a ser yo.
No quiero entrar en detalles, porque tengo mi pudor, pero puedo decir que la cosa fue cuesta arriba. El cansancio, el alcohol, el desconocimiento, mi miedo, todos esos factores tenían la misión por las cuerdas.
Y pasó algo.
Él se dio cuenta de que las cosas no estaban resultando para nada.
Y se detuvo.
A ver, me dijo. Vamos a dormir un rato, y después reevaluamos la situación, ¿te parece?
Se acostó a mi lado, muy pegado y mirándome a los ojos, y esperó a que me quedara dormida, haciéndome cariño en la cara, en el pelo, en el brazo; los pies enredados hasta no saber cuál es el tuyo, cuál es el mío. Podía sentir su calor y calma a mi lado. Lo menos sexual del mundo.
Me entregué entera. Y me di cuenta que ahí está la clave. Ahí está lo que faltó. La entrega es poder quedarse dormida en la misma cama con un hombre, con confianza y libertad, no está en dejarse penetrar.
Cuando comenzaba a amanecer salió humo blanco.
Y yo respiré tranquila.
Y, coincidentemente, murieron mis ansias de probar, buscar, jugar, también de inmediato.
Han habido otras propuestas, pero no he vuelto a aceptar. Porque sé que no habrá resultados positivos, a menos que se dé el tiempo, la confianza, la entrega. Pero eso nunca pasa cuando de algo fugaz se trata. Corrijo. Casi nunca.
¿Qué pasó con él? Hicimos el camino al revés. Ahora somos buenos amigos. Nos miramos a través de la mesa y nos sonreímos, cómplices, nadie más sabe lo que pasó entre nosotros, excepto el dueño de casa (que igual estaba tan borrado que puede ser que no recuerde el episodio).
Mi voluntad se impuso, por lo menos en el consciente.
Pero el subconsciente, en complicidad con mi cuerpo, me invade con sueños en los cuales me acuesto con muchos hombres distintos.
Igual divertido, me doy cuenta que mi consciente y mi subídem no tienen los mismos gustos.
Y mientras encuentro al que va a ser mi hombre, al que me voy a entregar con todo, para volver a ser la mujer a plenitud que solía conocer en todo ámbito, yo simplemente corro bajo el sol y con mis perros.

lunes, 6 de febrero de 2006

El que se acuesta con niños... Parte III (y final)

Los días pasaban, y las conversaciones se sucedían como siempre, interesantes, íntimas, llenas de momentos increíbles.
Por fin un día pusimos fecha, hora y lugar para nuestra cita.
Creo que no quiero, ni puedo, reproducir nuevamente nuestro encuentro. Además, me tomaría muchas páginas hacerlo con todo detalle.
Sólo quiero decir que fue, a mis ojos, perfecto.
Largo, intenso, divertido, emocionante, original y cómodo.
Estas cosas se perciben desde muy adentro y nunca me había equivocado antes.
Esto no era un error, la sensación de que todo podía morir ahí mismo había estado presente hasta el minuto, pero ya no existía. Y era algo mutuo. Algunos de sus comentarios y actitudes y lo decían.
Todo en él respondía exactamente a lo que yo buscaba, a lo que yo esperaba, a lo que había imaginado, simplemente.
Una cosa, sólo una cosa, me dio miedo. Y fue el hecho de que, durante nuestra larga conversación, él no pudiera casi mirarme a los ojos.
- Bueno, es natural, él lo ha pasado mal en la vida y tiende a desconfiar de las personas. Sobre todo cuando se siente vulnerable, pensé.
Quedamos de hablar, de volver a vernos, de hacer mil cosas en el futuro.
Nos separamos.
Yo, ya malacostumbrada por el blog, tomé mi computador y describí, de punta a cabo, la salida. Sin filtros, sin escudos, sin ocultar la felicidad y satisfacción que me había generado. Para nunca olvidarla.
Sin importar para dónde iba la cosa, yo ya le había hecho un espacio en mi vida a Alberto, y sentía esa alegría que sólo se siente cuando algo muy bueno e inesperado ha pasado en la vida de una persona.
Dos o tres días después, me lo encontré en MSN y lo saludé. Fue muy normal, muy alegre, como siempre.
Le comenté que había escrito todo lo sucedido entre nosotros y quiso leerlo.
Insistió.
Rogó.
Suplicó.
Yo no quería dejarlo, ya que sentía que al hacerlo sin haber escuchado antes su versión de los hechos, le estaba marcando una pauta a seguir, coartando su libertad de expresión. Pero él prometió escribirme con lujo de detalles su propia visión, sin importar lo que leyera. Y enviármela por mail en exactos tres días.
Se lo mandé.
Lo leyó, demorándose una eternidad en terminar.
Mientras tanto, mi persona reptaba por el suelo, arrepentida hasta el fin de haberlo dejado acceder a mi escrito sin lo que yo, para ese entonces, ya requería saber.
Apenas hubo terminado la lectura, y tomando un detalle de mi relato, tuvo un gesto muy tierno conmigo.
Respiré aliviada. Aún había patria, y no se había apanicado sacando conclusiones apresuradas acerca de mis emociones, que aunque fuertes, no eran de amor, ceguera o locura temporal, sino el más puro, irrestricto e infantil entusiasmo.
Tarde ya, nos despedimos. Y empezaron a correr los famosos tres días.
Que pronto se convirtieron en siete.
Y en catorce.
Y en veintiuno.
En ese lapso se conectó una sola vez a MSN y cuando le hablé, me cortó más que rápido aduciendo apuro.
Dejó, igual de abruptamente, de comentarme en mi blog.
Y me sacó de sus links.
Yo, desorientada, sintiendo pena, rabia, angustia, miedo, incertidumbre y ansiedad, busqué refugio en Eleu, que sabiamente, nunca me lanzó el más que justo “Te lo dije”, sino más bien me consoló y animó como nunca.
La Cecilia, mi amiga del alma en el trabajo, también notó mi estado de shock y me abrazó diciendo:
-No tengo idea de qué te pasó, ni quién te lo hizo, pero lamento en el alma que se haya perdido a alguien tan espectacular como tú. Me da pena que te hayas cuidado tanto de entregarte a otros durante dos años para que ahora te hagan pasar por esto…
La verdad es que yo no me sentía una persona espectacular.
Me sentía engañada como cabra chica, dejada de lado como algo inservible, pasada a llevar en mi derecho de persona grande y madura de conocer la verdad.
Además me empelotaba que el paladín de la justicia y la verdad, que odiaba la mentira con todas sus fuerzas, me hubiese prometido algo que nunca pensó cumplir a cambio de lo que quería. Porque incumplir promesas también es mentir.
Un amigo me dijo una vez un dicho que me hizo reír por lo ordinario:
- Sombra… el hombre promete y promete hasta que lo mete. Para una vez metido, olvidar lo prometido.
Ahora no me daba risa, me daba pena. Por lo cierto, porque nunca me imaginé que me lo iban a meter, virtualmente, claro está.
Al mes de su desaparición, y mientras él tranquilamente seguía escribiendo pelotudeces en su blog, quejándose de aburrimiento y tiempo de sobra, me decidí a sacarme la espina y le mandé un mail
Sin recriminaciones, sin escándalos, porque así soy yo. Básicamente, preguntando qué le había pasado, a qué le tenía miedo, que fuera lo que fuera, por favor me dijera algo.
Nada. Nunca hubo respuesta.
Hoy ha pasado un poco más de un mes de ese mail, poco más de dos desde que nos vimos una única vez.
Y sé que aún existe porque sigue escribiendo religiosamente su blog.
Y yo no puedo dejar de odiarme por lo que pasó. Y por seguir dejándole una puerta abierta para que regrese, como el amigo que era, como esa persona que ocupó un espacio que ahora no tengo idea con qué llenar. Y por echarlo tantísimo de menos.
Y nunca olvidaré el cariño y apoyo constante de mi querido Eleu.
Para colmo, nuestra relación siempre estuvo llena de curiosas y sorprendentes coincidencias. Pensar lo mismo, vivir lo mismo, ver las mismas películas en el cine o hablar de los mismos temas con otras personas en un mismo día.
Y, más curiosamente aún, las coincidencias me siguen persiguiendo. Como si una fuerza sobrenatural dijera que esto no se ha terminado. Como si no quisiera que se acabase.
En una oportunidad ya dije que cuando yo quiero a alguien, eso es algo tan fuerte y sólido que es difícil de matar.
Por eso puedo decir con toda certeza que todavía lo quiero.
Pero pucha que duele.
Nada duele más, nada me duele más, que el cariño, de cualquier índole, no correspondido.
Y también puedo decir que era cierto.
Que el que se acuesta con niños, amanece mojado.

Fin.

PD: ¡Quiero de vuelta mi canción! Nunca más he podido escuchar A primera Vista sin caer en un trance profundo de tristeza y recuerdos….

viernes, 3 de febrero de 2006

El que se acuesta con niños…. Parte II

La razón por la cual Eleutherio daba la alarma era sencilla.
Me leía hace tiempo, lo leía a él también, y no le costó atar cabos a través de los comentarios que leyó cruzadamente en nuestros blogs. Un par de preguntas directas y estábamos listos, me había descubierto.
Y resulta que a Eleu no le disgustaba el personaje, pero le asustaba, pues lo encontraba egocéntrico, cambiante y un poco inmaduro. Y conociéndome a mí, tenía susto de que yo me embalara con algo que en verdad podía morir tan rápida y extrañamente como había nacido.
Le hice la promesa de no entregarme por completo al asunto, a la vez que, secretamente, me burlaba de sus malos augurios y me daba lata su negrura. Pero bueno, esto no me iba a pasar a mí, pensé, y le eché para adelante.
A mediados de octubre ya tenía una nutrida carpeta en mi computador con mails, conversaciones, fotos y músicas intercambiadas con Alberto.
Estaba contenta, él también; nos acompañábamos, aconsejábamos, esperábamos el final del día para contarnos mil cosas.
Yo pasaba por un momento terrible en mi trabajo, estaba medio cortada con mi familia, y él me cayó como un regalo de cielo, ese break al final de una jornada asquerosa, que compensa y equilibra todo lo demás.

Un día, en medio de cualquier cosa, le propuse que nos conociéramos en persona.
Se trabó entero, le dio vergüenza, miedo, nervio, todo mezclado.
Filo, no es esencial, pensé, y cambié radicalmente de tema. Las cosas se irán dando de a poco, rematé en mi cabeza.
A esas alturas las cosas iba viento en popa, imagínense que hasta habíamos empezado a hablar de vivir juntos, y no en broma o como lo hacen los niños, jugando a imaginar, sino de verdad; con plata, ubicaciones y expectativas de por medio.
Me gustas mucho” me dijo, casi a continuación, y eso me hizo caerme, literal y emocionalmente, de la silla.
Él me regaló una canción, de letra y melodía que simplemente hacen que a uno se le llenen los ojos de lágrimas.
Yo le regalé A primera Vista, de Pedro Aznar, mi canción favorita de todas las que conozco, y él también se enamoró de ella.
Eleutherio me preguntaba casi a diario cómo iban las cosas y se alegraba por mí, pero nunca olvidaba, al final de nuestras conversaciones, agregar: "tenga cuidado mi niña, tenga cuidado, usted es una mujer muy apasionada para sus cosas, no le vaya a ir mal".
Pero yo ya tenía una imagen en mi cabeza de Alberto. Era un hombre muy recto, de esos que odian la mentira más que cualquier otra cosa pues la han vivido en carne propia. Un hombre de relaciones verdaderas, poco dado a jugar con las mujeres; un hombre muy inteligente, honesto, sencillo, culto y genial en muchos aspectos. Pero también retraído, con una autoestima emocional un poco dañada, huidizo y a veces inestable.
Lo triste de todo esto es que yo lo quería mucho.
Y no es triste porque quererlo haya sido una pérdida de tiempo, sino más bien porque creo que nunca entendió que yo podía quererlo, que alguien podía quererlo en realidad, así simplemente, sin segundas intenciones, sin ganas de dañarlo, de dejarlo, de engañarlo, de terminar de partirlo. Y no solo como una pareja, sino como un amigo, una persona a la cual has llegado a admirar, a sentir cerca, a preocuparte por su existencia.
Ahora me pregunto… ¿estaba enamorada? No tengo idea, pero de verdad no creo. Encantada quizás, interesadísima, de todas maneras. Me faltaba algo, lo concreto, no porque quisiera chequear su apariencia, que ya conocía por fotos y que me tenía tranquila, era más bien ese sentir que la persona es real, de carne y hueso, que no sólo te satisface su escritura, sino también su voz, su mirada, su caminar, su actitud contigo. La manera en que te escucha, en que te observa, como te trata…
Por fin, un día a fines de noviembre, él me extendió la invitación formal…
Te invito a que nos veamos las caras” lanzó.
¿Cómo explicarlo?
Fácil.. por segunda vez en poco tiempo, me caí de la silla. Esta vez no literalmente. Al fin iba a conocer a Alberto… antes de que terminara noviembre, para ser más exactos.
Amé, y todavía amo, esa sensación increíble de estar esperando al viejito pascuero, o mi cumpleaños, que no tenía desde que era muy chica.


Continuará…