domingo, 30 de septiembre de 2007

Oxígeno

De vuelta frente a esta pantalla, me encuentro con la pregunta de Cheluca, que me cuestiona dónde ando... bueno, a continuación pasaré a contarles el por qué de mi silencio y las muchas cosas que me han pasado en estos días...

Me da miedo en verdad relatar lo que me ha estado pasando, no sea que nuevamente sean actos fallidos los que me acompañen, pasos en falso; por otro lado siento la confianza de que, quiéralo yo o no, las cosas siempre suceden como tienen que pasar, así que, confiada en esa verdad, los pongo al día de los hechos.

Un poco antes del 18, justo en los días en que escribí por última vez en este blog, algo pasó en mi vida que cambió la inercia hasta ahora reinante. En el trabajo me pidieron que partiera fuera de Santiago con un grupo de gente para una salida a terreno por aproximadamente diez días. No tenía nada que perder, así que acepté sin pensarlo más.

Con el correr de los días me avoqué con fuerza a adelantear trabajo y evitar entonces que mi ausencia generara avalanchas de cosas a la vuelta. Resumen, el 18 se me vino encima con violencia y yo, más apagada y cansada que nunca. Sin embargo, me obligué a salir, tomar, bailar, pasarlo bien, puesto que los próximos días serían de pega dura, estas salidas nunca son fáciles ni relajadas... de esos días no tengo nada notable que contar, excepto que aproveché de estar con mis amigos, reirme y prepararme sicológicamente para lo que me esperaba.

Unos días después de las fiestas patrias, me econtraba con mi maleta en el lugar de partida al viaje, juntándome, además de mis compañeros de labores típicos, con un grupo de gente que en realidad no conocía, pues para esta salida nos habíamos asociado con otra empresa cercana a nuestro rubro, que nos aportaría con experiencia y puntos de vista cercanos.

Y ahí estaba él.

Nos saludamos y me llamaron la atención sus ojos, llenos de chispa y vida.
Era, para todos los efectos, lo que yo nunca hubiese buscado para mí, lo que jamás hubiese elegido; en todo diferentes. Varios años más joven que yo (lo que a estas alturas es casi una constante en mi vida), más bajo que yo, muy moreno, con varios piercings en las orejas, tenida muy casual, muy outdoors, pelo un poco largo, ágil y movedizo.

Lo llamaré Mariano.

Nos saludamos en medio de la multitud y el caos propio de la partida de los grupos grandes; en medio de gritos, apuros, búsqueda de cosas de último segundo. Nos subimos al bus y partimos, él se sentó delante mío.

No fue hasta el día siguiente que volví a reparar en su presencia, cuando se sentó a mi lado para desayunar y comenzó a hacerme preguntas generales, y, de manera gradual, fuimos descubriendo que habíamos tenido vidas parecidísimas, penas e historias muy similares, y, sobre todo, ideas y pensamientos, gustos y anhelos tremendamente compartidos.

De ese momento en adelante, empezamos a compartir mucho. Dentro del enorme grupo, él siempre se las arreglaba para buscarme. Se sentaba al lado mío en charlas y conferencias, si íbamos caminando hacia algún lado, lo hacíamos juntos. Yo también comencé a buscarlo, casi inconcientemente. Conversabamos mucho, y realmente para mí se convirtió en una de las instancias más entretenidas e interesantes de este viaje de trabajo, pesado y a veces hasta ingrato. Nos tocó resolver algunos problemas juntos, nos reímos con gran sentido del humor, y un día terminamos en su pieza, sin zapatos, sentados a lo indio y fumando hasta altas horas de la madrugada como si nos hubieramos conocido desde siempre.

Me di cuenta que otras mujeres en el grupo se fijaban en él, que lo buscaban y le hablaban. Siempre su mirada buscaba la mía, y en medio de este acoso, una señal casi imperceptible me hacía sentir que estabamos cerca de todos modos.

Como a los cinco días, me preguntó abiertamente si yo saldría con él a la vuelta de este viaje. Le dije que feliz lo haría, y quedamos en hablar llegando, luego de intercambiar teléfonos y mails.

Cada minuto libre del apretado itinerario lo pasabamos juntos. Hicimos un par de actividades al aire libre, que él me llevó a conocer, nos arrancabamos a fumar, a comprar algo para tomar, simplemente a conversar en la playa bajo la luz de la luna llena más increíble, grande y amarilla que he visto.

Su vida me produce mucha curiosidad y empatía. Hace menos de un año que salió de una larga y tortuosa relación de pareja, dice no estar ni dispuesto ni abierto a entrar todavía en otra, sin embargo se mostró receptivo, cariñoso y muy galán conmigo, aunque nunca llegamos a tener contacto físico fuera del habitual entre dos personas que se vienen conociendo...

Anoche llegamos de vuelta a Santiago, con una pena enorme de separarnos. Él me reiteró sus intenciones de llamarme para salir a alguna parte, yo le reiteré que esta idea me gustaba mucho.

Y aquí estoy sentada, pensando en lo raras que son las cosas a veces.
Después de estar casi diez días con muchas personas, en medio del ruido y el trajín, añorando fuertemente mi espacio personal, éste se siente vacío e incómodo.
Después de haber pedido un cambio, ahora no tengo idea para dónde va a llevarme esto. Que ni siquiera sé qué es. ¿Atracción? ¿Interés? ¿Refugiarse en alguien que te entiende? ¿Pasar el rato?

Muchas personas me han dicho que soy bien clarividente para algunas cosas, sobre todo para juzgar personas y relaciones desde afuera. Que soy capaz de adivinar intenciones y, casi casi, lo que va a pasar. Bueno, cuando se trata de mí misma, soy más que un cero a la izquierda. Siempre termino malinterpretando las señales, y muchas veces agrando cosas pequeñas o viendo señales donde no las hay.

Y eso es lo que me tiene inquieta ahora.
El sentir que entro en la dimensión desconocida con Mariano.
En la cual pueden pasar dos cosas, básicamente; una, que nunca más sepa de él, que nunca aparezca y yo me sienta nuevamente y por milochocientava vez en mi vida una estúpida y quizás qué otras cosas peores...
Dos. Que esta vez haya conocido a un hombre que realmente hace lo que dice y que dice lo que piensa, que quiera realmente salir conmigo y conocerme mejor, que estoy a punto de vivir algo diferente, cuyo nombre o naturaleza en este minuto desconozco pero que poco me importa, porque se siente tan bien lo que hasta ahora hemos vivido...

Ha sido realmente como un baño de luz, de oxígeno, después de estar hundida en las profundidades por demasiado tiempo.

Y aunque desconfío de mi habilidad para nadar, después de este largo letargo que me ha atrofiado, lo único que tengo son ganas locas de avanzar, de mantenerme a flote, de llegar a la orilla para al fin abandonarme al descanso, simplemente, bañada por la luz cálida y envolvente del sol...

domingo, 9 de septiembre de 2007

Inercia

Hace mucho tiempo que no escribo mi blog, y eso no me parece raro, dadas las circunstancias de que hace mucho tiempo que no hago nada de nada.

Estoy tan, tan, tan cansada con el trabajo, con la falta de "emociones" en mi vida, que con suerte me da para cumplir con mis obligaciones mínimas y el resto queda siempre pendiente para un después, que hay días que veo terriblemente lejano.

Me da susto estar con depresión.

Porque, a pesar de que aún rindo en el trabajo todo lo que debiera, e incluso más, como que todo el resto de las cosas entró en compás de espera.

Me muevo por inercia, me asaltan minutos de ansiedad profunda, como si una mano invisible me apretara el cuello y me impidiera respirar. Me quejo de que mi vida personal no se mueve para ningún lado, pero las contadas veces que me llaman mis amigos para salir a alguna parte, no me da el cuero para entusiasmarme y termino pasando.

Tengo pena, y eso es una realidad.
Estoy cansada de luchar, y eso podría ser una enfermedad.
No le veo sentido a las cosas y no logro darme cuenta de si eso es ceguera o es una certeza ante algo que es parte de mi vida.

Tantas veces he dicho en este mismo blog que no quiero quejarme más, que me doy lata cuando me pongo llorona y quejumbrosa, pero en realidad esa es la tónica de estos días, esta soy yo hoy, y ya me he pillado más veces de las que quisiera llorando en la cama o frente al computador, cuando nadie me ve.

En un intento por animarme fui a una tienda y me compré bastante ropa y un anillo fabuloso, pinturas, zapatos, y este fin de semana salí mina-mina a la primera parte que me tocó ir (un almuerzo familiar). La verdad es que la emoción por las cosas nuevas me duró un poco más de un par de días, y ahora más encima lloro sobre el hoyo en mi cuenta corriente.

Lo último me ha servido de lección, para darme cuenta que la vida es mucho más que objetos y la felicidad, por cliché que suene, no está en las cosas.

Para qué me sigo engañando, para qué les embolino la perdiz. Lo que me pasa es que necesito desesperadamente un cambio, necesito sentirme amada, necesitada, cuidada por un hombre, por alguien que me haga sentir que completo su vida, necesito que alguien complete mi vida, y si eso no ocurre nada más lo hará; porque he intentando alienarme con horas y horas de trabajo, con noches interminables de carrete, con cerros de compras y nada me tranquiliza en realidad.

Reconozco en mí la necesidad intensa de trascender, de tener mi espacio en el mundo, y, equivocada o no, siento que esa trascendencia la puedo lograr a través de la fundación de mi propia familia, del aporte de hijos que me hagan sentir realizada y que proyecten mi presencia en el mundo mucho más allá de los cortos años que seré parte de él.

He caído en un círculo vicioso. Ando llorona y depre, y mientras más me dejo llevar por esta sensación, peor es, porque me encuentro cada minuto que pasa más patética e indigna de salir del bache.

Y aunque todo esto es cierto, proyecto al mundo la imagen de que estoy perfecto, feliz y realizada, cansada y atorada de pega eso sí, pero todos estamos un poco igual, así que no importa mucho en verdad. No me dejo flaquear públicamente y jamás iría a un sicólogo porque los encuentro caros y que no son para mí (esto es, más que probablemente, un prejuicio, pero qué se le va a hacer).

Y hay una cosa más.
Están las pesadillas. En las cuales siempre estoy a punto de concretar algo con alguien y no pasa nada. Siempre fracaso en esos sueños de mierda, y despierto con la quemante sensación de que nunca más voy a dar un beso, de que nunca más nadie me va a tocar, de que mis días de amor se agotaron.

Mi propia mente me da un susto terrible, porque me percato de lo fuerte que es contra mi voluntad, de la manera en que maneja mis sentimientos y mis pensamientos; me asusto a veces pensando que puedo estarme volviendo loca y mi único consuelo al respecto es una frase ñoña que escuché una vez en una película, que decía que la gente que enloquece nunca se da cuenta de eso.

En fin. Si algo no pasa pronto, voy a dejar de creer.
Me voy a marchitar.
Y la indomable optimista que había en mí, se va a morir irremediablemente de sed.

Porque hasta los positivos necesitamos de esperanzas, de planes y proyectos con los cuales podamos soñar para derrotar a la inercia que nos quiere dominar...

Siempre que me preguntaron, dije que mi miedo más grande en la vida no eran la oscuridad ni los ladrones, sino estar sola.
Hoy puedo decir que esto ya no es un miedo, sino la verdad por la que navego todos los días de mi vida.