viernes, 29 de diciembre de 2006

Para amar

La llegada a Santiago me ha traído más de un dolor de cabeza.
Tiempo de actualizaciones. Mucho café y trago; pubs, restaurantes y juntadas varias a "ponerse al día". Y es que después de un semestre fuera de mi tierra, hace falta mucha conversa...
La gente no pierde el tiempo y se lanza con desespero a contarme los mil y un detalles que los han hecho ( o mantenido) profundamente infelices durante mi ausencia.
No doy más con los desamores, divorcios, intentos de suicidio y crisis económicas de los otros. No entiendo cómo no hacen algo al respecto. Y con eso no me refiero precisamente a quejarse conmigo.
Es cierto que estuve afuera. Y que traigo cosas para compartir. Pero creo que necesito tiempo y espacio para poder entregarlas.
No me ayuda que me vomiten encima sus dolores. Porque no tengo todas las respuestas, ni todas las soluciones, ni siquiera para mí.
Hace como dos noches me acosté angustiada, cargando con los rollos del mundo.
Me doy cuenta que abrir mis oídos al interior, conocerme a mí misma e independizarme me hizo profundamente sensible a los ruidos del exterior. Me revuelco, ensordecida, totalmente aterrorizada con el ruido mortal de este mundo que no tiene piedad con nada ni con nadie.
Llegué con mentalidad y ritmo incompatibles con la gran urbe. Y lo peor es que parece que voy a ser una inadaptada por mucho tiempo más porque no me interesa cambiar, ni perder la paz conseguida.
Hay un hombre, viejo amor en mi vida, que está en Europa en este momento haciendo un post grado y que me ha empezado a mandar mails y conversar por el chat. Tenemos una especie de "flirteo" virtual muy divertido. Pero nada más.
Siento el corazón aletargado, o quizás es que también me volví lenta para amar.
Para amar a las personas que me cuentan sus problemas.
Para amar a algún hombre, o para determinar de qué manera lo amo.
Para amar a mi familia que me pregunta todo el tiempo cómo me fue y no logro decirles nada.

Necesito procesar. Necesito decantar. Necesito aferrarme a lo vivido, a la paz, a mi nueva seguridad como mujer independiente.
Para amar.

jueves, 3 de agosto de 2006

Rock Princess

No sé qué es lo que me pasa.
Me voy por un semestre afuera. Todo relacionado con mi trabajo. No veré a mis amigos, a mi familia, no podré escribir este blog.
Es como si me estuviera despidiendo del mundanal ruido para siempre.
Y lo estoy pasando fantástico.
Porque voy a volver. Y va a ser para mejor.

El otro día fui a Zara y me compré una polera negra con brillitos, nada más lejano a lo que suelo usar.

Hoy, mis compañeras de trabajo me invitaron a tomarme un trago de despedida.
Yo, muy Rock & Roll Beauty con mi polera, uñas rojas, aros largos, rojos y estilosos y gorro de lana (rojo también) para el frío, partí al lugar de la cita.

Y maté.
No es hueveo que el mozo me coqueteó todo el rato. Y mis amigas dicen que yo a él también.
Estaba bien bueno el cabro, para qué les voy a mentir.
Después, nos paramos al baño y un tipo de unos cuarenta, pero tincudo, me quedó mirando fijamente. A la ida y a la vuelta.
Me reí, y con ganas. Con picardía. Sabiendo que no pasa nada, que todo es un juego.

Puede ser que sienta que no tengo nada que perder.
Puede ser que en mi cara ya se esté reflejando la alegría de saber que lo que se viene me va a hacer demasiado bien. Que ya me está beneficiando, de hecho.
Puede ser que esté relajada y entregada a lo que el destino me ponga por delante.
Puede ser también que esté explotando esa faceta de semi-diva que siempre he llevado en mi interior y que me he ocupado siempre de ocultar un poco, por convenciones sociales, por la educación espartana que me inculcaron, donde el rouge, el barniz de uñas y la peluquería no solo eran accesorios, sino absolutamente pecaminosos en exceso.
Ese yo que sueña con ser cantante famosa, pero no tipo Myriam Hernández sino más bien tipo Pink o Gwen Stefani.
La yo hueca, como le dice mi amiga Pacita. Esa que fue a hacerse un nuevo look el sábado, medio aleonado, medio casual, que se pinta los ojos y responde con firmeza la mirada de los hombres. Que usa escote y no se preocupa de que se le vea un poquito más de lo que está acostumbrada a mostrar.

Probablemente mañana me levante y vuelva a ser la misma de siempre.
Con mis jeans típicos, uñas limpias y cortas, ni una gota de pintura y polera lisa y simple.
Pero no importa.
Mañana salgo a almorzar con un amigo para despedirnos.
Y esa es la otra yo que vive en mí. Y que también me gusta.
Que no mira hacia las otras mesas, que se siente incómoda si se siente observada, que no ve el camino al baño del lugar como una pasarela.
Que busca la seguridad de los que la quieren para ser, así no más, simplemente.

Estoy feliz con mis dos yo.
Esos dos yo que se despiden de su realidad de manera tan distinta, pero en ambos casos tan sentida y emocionada, tan agradecida y sintiéndose tan querida por todos.

Quedan solo ocho días para partir.
Mientras tanto, que convivan pacíficamente el Rock & Roll y la suave música de la risa de mis amigos.

domingo, 25 de junio de 2006

Teorizando

Hace días se me ocurrió una teoría.
Todo empezó cuando me acerqué al frutero del comedor de mi casa.
Me detuve frente a las jugosas y verdes manzanas. Había algunas más bonitas que otras, prometedoras. Toqué esta y aquella, las giré un poco, me quedé con la que más me convenció.
Y me fui, mientras le daba un certero mordisco a mi elegida, pensando que quizás la vida social es como un frutero. Estamos todos en exposición, para que los demás vengan y nos evalúen, quedándose al final con el/la que más nos tinca.
Y no vayan a pensar que estoy hablando solamente de la apariencia física. Me refiero a carácter, inteligencia, simpatía, habilidades para tal o cual cosa. Indicadores varios. Pero siempre son elegidos los mejores. O, por lo menos, los que mejor aspecto tienen al respecto. Eventualmente los demás también serán escogidos. Lo comprobé al pasar días después y verificar que no quedaba manzana alguna. Ni las tentadoras, perfectas, de comercial; ni las machucadas, rotas, manchadas o pequeñas.
Qué locuras te ha dado por pensar, medité. Y me olvidé.
Hoy en la tarde, muerta de frío, decidí tomarme un café.
Abrí la puerta del mueble donde se guardan los tazones y me encontré con que todos estaban sucios. Todos, menos ese tazón que me regaló mi jefe Alejandro, y que en una maniobra sumamente torpe, dejé sin oreja hace un par de meses. Ahí estaba el pobre. Solo, al fondo de la repisa, nunca antes usado. Suspirando de resignación frente a la perspectiva de quemarme un poco los dedos, lo saqué y me preparé el dichoso café. Subí a mi pieza y, después de sentarme, me quedé mirando, como obsesa, el famoso tazón incompleto. De haber tenido yo otra opción... ¿estaría ahora este adminículo a mi lado? Probablemente no. Igual cumplió su propósito, y no fue tan atroz.
Me quedé pensando en la manzana. Y en la taza. Ambas, la mejor y la peor de su grupo.
Ambas cumplieron su función.
Pero, de tener sentimientos y pensamientos, estoy segura de que la manzana habría sido más feliz y se habría sentido más realizada. Y la taza, un poco vejada y probablemente, terminaría yendo al siquiatra.
Otra vez pensando estupideces, Sombra.
¿Y yo?
¿Seré la taza sin oreja o la manzana perfecta en la vida de alguien?
¿Cuántas veces habré hecho sentirse a alguien manzana, o taza?
Déjate de tonteras y tómate el café mejor...

sábado, 17 de junio de 2006

Corre-que-te-pillo

En varias oportunidades anteriores he dicho lo mucho que creo en las señales y el destino.

Bueno, parece que éste no quiere tener nada que ver conmigo por ahora.

Llega a ser chistoso ver como, objetivo que me propongo, huye de mí como en una mala comedia de equivocaciones.

De muestra, dos botones:

Hace varios meses conté aquí mismo de Pato, el primo de la Angélica que conocí, con el que salí unas tres veces y que dejó sembradas serias dudas en mi cabecita loca.
El punto es que desde enero no lo veía. Sabía de su vida a través de mi amiga, por lo tanto me enteré de que había sido víctima de múltiples accidentes, problemas, cambios y acontecimientos familiares que lo tenían tremendamente ocupado.
En un trabajo loable de madurez, aparté su sombra de mi mente, y me quedé en paz. Seguramente no era el momento, el lugar y la persona.
Justo cuando estaba en paz con eso... me llama.
Quería que salieramos a ver una película esa misma tarde. Y después a comer, y después a bailar.
¡Horror! Días antes me había comprometido a asistir a un matrimonio, puro compromiso, con Rafa, amigo de toda la vida, ingustable (por lo menos románticamente hablando).
Cuento corto: pudimos sólo ir a ver la película. Todo muy rápido. Me pasó a buscar, llegamos al cine, entramos, la vimos, salimos y me vino a dejar.
Suficiente para reposicionarlo en mi cabeza. Con sus encantos, su inteligencia, su simpatía, su coqueteo, su belleza.
De eso han pasado como tres semanas y no he vuelto a saber de él.
Pero las malditas esperanzas se alimentan solas y, a pesar de que tengo claro que esto no tiene mucho futuro, el tema me ronda, indomable.

El segundo, también tiene que ver con un hombre.
(Ya sé lo que está pensando mi hermana Ana María... ¡la cantidad de historias que tienes! más bien actos fallidos, diría yo).

Todo empezó hace meses también, cuando un amigo me comentó que quería presentarme a uno de sus compañeros de trabajo.
Bueno, pensé, ¿qué es una raya en el agua? Una cita a ciegas más no me va a matar. Además, como el mundo es un pañuelo, resultó ser que yo conocía (al menos de cara) a este hombre, porque el lugar donde él trabaja se relaciona de alguna manera con mi lugar de trabajo. Incluso ha estado un par de veces en mi territorio. Pero hace un par de años, por lo menos, que no aparecía por allá.
Pasaron meses y dos curiosidades me llamaron la atención.
La primera fue que, tres personas más, cada una por su lado, me comentaron que Gonzalo (este hombre) y yo éramos tal para cual y que me lo querían presentar.
Qué decir... me picó el bicho de la curiosidad. ¿Qué es lo que tiene él que lo hace para mí? Es entretenido jugar a observarte a ti misma proyectada en la mente de otros, en la figura de otro que es, supuestamente, tu media naranja.
Me puse a averiguar sobre su persona. Amigo de sus amigos. Simpático. Al parecer, muy divertido. Romántico. Tradicional, leal, sociable, comprometido en lo laboral, con proyectos sociales, con varios pasatiempos similares a los míos. Gozador. Muy buena persona.
La segunda curiosidad fue que, desde ese momento, crecieron en mí las expectativas y las ganas de conocerlo más. Y junto con eso, él comenzó a aparecer en lugares y momentos insospechados. Lo empecé a ver, incluso nos hemos saludado un par de veces. Abro la puerta de una oficina y ¡zas! ahí está. Me pongo nerviosa, titubeo, actúo como una tonta. Me tienen traumada. Y él ni se inmuta, porque, por supuesto, no tiene idea de nada. O, por lo menos, eso creo.
Pero la presentación oficial nunca se concreta. Por A, B, o C motivos, nunca jamás, ninguna de las cuatro personas que lo tiene "agendado" para mí, logra concertar la cita.

Este fin de semana había una actividad de mi trabajo fuera de Santiago. Me pidieron que asistiera para ayudar a coordinarla. Pero no pude. Nuevamente había acudido al rescate de un amigo, Ramón, para cumplir con un compromiso matrimonial.
Y... adivinen quién está allá en este momento. En la famosa actividad del trabajo. Sí. Gonzalo.
Mis informantes (la Cecilia) me llamaron a altas horas de la madrugada para contarme.
Me quise tirar por el balcón.

El destino me pone al alcance de la mano buenas posibilidades y luego me las aleja, sacándome una enorme y roja lengua.
Jugamos al corre-que-te-pillo.
¿Estaré destinada acaso a vivir para siempre de historias inconclusas?
Por lo menos creo que podré hacer una buena carrera como novelista rosa con mis experiencias truncadas.
¡Vaya uno a saber lo que quiere el maldito de mí!

jueves, 15 de junio de 2006

Quiero

Quiero días de 40 horas.
Quiero tener muchos hobbies para desarrollar y gozar en esas horas.
Quiero tener mucha, mucha plata sólo para desarrollar esos hobbies.
Fotografías.
Viajes.
Cocinas.
Idiomas.
Músicas.
Cines.
Literaturas.

Quiero días de sol.
Quiero playas para nadarlos.
Sombra de palmeras para leerlos.
Compañía ideal para vivirlos.
Quiero vacaciones.

Quiero ser linda.
Mirarme al espejo y gustarme.
Flaca.
De piel perfecta.
De ojos intensos.
De sonrisa luminosa.
De pelo brillante.
De estilo incomparable.
Quiero ser un poco más frívola.
Y que no me averguence serlo.
Quiero una autoestima de hierro.

Quiero un pololo.
Comprensivo.
Alegre.
Amable.
Entretenido.
Cariñoso.
Comprometido.
Respetuoso.
Culto.
Definitivo.

Quiero estar con mis amigos.
Más tiempo.
Haciendo mejores cosas.
Conversando todo lo que postergamos siempre.
Riéndonos sin parar.
Aprendiendo.
Queriendo.

Quiero una familia feliz.
Comunicativa.
Unida.
Feliz.
Proactiva.

Quiero una vida más plena.
Interesante.
Sin rutinas.
Desafiante.
Que aporte.

Quiero atreverme a decir todo lo que quiero.
Quiero atreverme a decir que no sin sentirme culpable.
Quiero aceptarme como soy.
Quiero sacarle provecho a lo que tengo.

Quiero ser más auténtica.
Besar cuando quiero.
Reír cuando quiero.
Cantar a voz en cuello cuando quiero.
Llorar cuando quiero.
Salir cuando quiero.
Hablar cuando quiero.
Callar cuando quiero.
Andar a pata pelada cuando quiero.

Quería saber lo que quiero.
Pues ya lo sé.

Ahora me falta querer tomar el toro por las astas.
Y listo.

jueves, 1 de junio de 2006

Paradojas

En estos últimos días estuve en la clínica acompañando a un familiar que estaba más o menos.

Y mientras en las camas cercanas algunos morían, pisos más abajo otros nacían.

Me di cuenta de que durante la mayor parte de nuestro tiempo evadimos a los doctores, las medicinas, la asepsia de los hospitales y todo lo que nos recuerde nuestra fragilidad.

Paradojalmente, la mayoría de las veces nuestra vida empieza y termina entre estas cuatro blancas paredes.

Paradojalmente también, mientras la tormenta se desplegaba con más fuerza que nunca sobre mi cabeza, me sentí tranquila. Enorme, exquisita, delicadamente tranquila.

Ahora que todo terminó y vuelvo a la normalidad, enfermedades superadas y clínica abandonada, espero conservar dentro de mí esta alba paz con olor a remedios.

lunes, 22 de mayo de 2006

LOST

No, no voy a hablar de la serie de moda.

Más bien voy a hablar de mí.

Perdida.

Me han caído varios baldes de agua heladísima en la cabeza en estos días.

La semana pasada fue atroz. De ganas de llorar todo el rato.

Y eso que entremedio hasta mi cumpleaños fue.

Pero lo pasé mal.

Ese día me fui de reunión en reunión, y de las veintitantas personas que me llamaron, sólo logré hablar con cuatro o cinco. De los demás tuve que escuchar los mensajes de voz. Algunos, bien comprensivos, otros, francamente belicosos. Que dónde mierda estaba, que por qué no me dignaba contestar el teléfono, que feliz cumpleaños %&?"$)(&$!!!!

Y es que me di cuenta de una cosa hoy.

Que los tres trabajos que tengo (sí, leyó bien, tres, con distintos jefes, horarios y exigencias) me están matando.
Que si a eso sumo el proyecto social y los amigos, más la familia, abarco mucho pero aprieto poco. Y bien poco.

Después, tuve que soportar las caras decepcionadas de mis amigos que creen que ya no los quiero o algo así porque no me han visto TODOS los fines de semana.
Leer en un blog muy cercano, que hay alguien (a quien adoro) sentido conmigo porque no pude llamarlo de vuelta y tuve que dejarle un mensaje de texto. ¿Cómo lo hacía cuando mi jefe supremo estaba sentado al lado mío y no me dio posibilidad de escape alguno hasta horas inverosímiles? Nadie más amargada que yo.

Sí, quizás debiera ser más exhaustiva en los seguimientos de las cosas que empiezo. Llamar altiro de vuelta. Responder corriendo los mails recibidos.

Pero no me da el seso, lo juro y lo rejuro.

Se me olvida todo. Ando en estado de zombie. Dejo las frases a la mitad y a la gente con las cejas levantadas esperando que termine... hoy día en la mañana me pillé metiendo el hervidor al refrigerador... apenas me da para funcionar en piloto automático y cumplir con lo mínimo indispensable.

Me doy cuenta de que algo no va bien aquí.

Que esto de llenar el vacío dejado por los desamores con kilos de proyectos y pegas no me satisface, no me tranquiliza.

Me acuesto muerta, pero no feliz. Duermo pésimo, tengo pesadillas, un nudo en la guata casi constante.

Hago mil cosas pero no siento que avance a ninguna parte.

Y también me doy cuenta de que no sé poner los límites a los demás.

No he aprendido a decir que no.

Cosa que me ponen por delante la acepto y después ando atorada, sufriente.

Y de pasada, hago sufrir a los que me rodean.

Quiero estar con todos ellos, en mil partes a la vez. Mi agenda nunca para, y el día se me hace corto para vivir.

¿Vieron?

Perdida.

Sin brújula, radar, astrolabio; sólo un enorme y sentidísmo perdón para todos aquellos a los que les he fallado (y con plena conciencia de que la explicación agrava la falta).

lunes, 15 de mayo de 2006

Morir es descansar

Cuando estaba en el colegio, tenía una muy buena amiga.
La Fran era la mujer más inteligente que he conocido. Llena de talentos. Repleta de sentido del humor. Exitosa en lo académico. Pero nula en todo lo demás. Nunca tuvo un pololo, de pocas amigas, la molestaban en el patio niñitas hasta cuatro años menores que nosotros. Su apariencia era siempre la de un pollito mojado, se veía insegura, tímida y apocada. No era bonita, ni tenía estilo, no sabía peinarse, coquetear ni desenvolverse socialmente.
Un día, cuando estabamos en IV medio, sentadas en el patio, y mientras dibujábamos tonteras sobre el maicillo con el dedo, ella me preguntó:

- Sombra, ¿nunca has tenido ganas de estar enferma? ¿en un hospital?
- ¿Para qué, Fran?
- Para que la gente te vaya a ver, para sentir su afecto, para saberte querida de manera real y tangible.
- Mmmmm... me parece que no. Nunca lo había pensado, en realidad...

Creo que la conversación quedó ahí, en realidad no lo recuerdo. Lo que sí sé es que la Fran, pocos meses después, fue víctima de un cáncer tremendo, sorpresivo y muy violento, que nos removió a todos en lo más profundo. Empezamos cadenas de oración, visitas al hospital, y una vez que se fue a EEUU para intentarlo todo, nos escribíamos por fax cada semana.
La Fran, al igual que yo, amaba escribir y actuar.
Estuvimos juntas en los talleres literarios y de teatro del colegio.
Actuamos juntas en varias obras, y desde lejos, me mandaba escritos que nucna más nadie leyó, para que yo los revisara, les diera el visto bueno, la criticara.
Toda una vida juntas, desde prekinder hasta cuarto medio.
Después de dos años de lucha espantosa, cuando ya su cuerpo se había reducido a una sombra fantasmagórica, calva, llena de máquinas, agachada y silenciosa, nos la devolvieron para que muriese en su país de origen, rodeada de los que la quisimos.
De eso hace ya ocho años. Y su recuerdo no se borra de mi memoria.
Sus fax, entretenidos, chispeantes e interesantes, sí han comenzado a hacerlo.
Desde la cubierta de mi escritorio, una foto de ella, sin pelo, sin color, pero con una enorme sonrisa, me mira cada día. Y me pregunta por qué nunca he sido capaz de llorarla como corresponde. Ni una sola lágrima.

Será quizás porque entiendo que la Fran está muy bien, mucho mejor sin nosotros.
Que siento que tal vez su paso por este mundo fue breve pero fructífero. Que nos unió a las demás como amigas, que nos hizo sabernos afortunadas.
Que su sufrimiento por ser distinta, por no sentirse querida, había por fin pasado.
Que hoy en día nos observa y nos guía, que tenemos un angelito extra que nos cuida todos los días.

Y también porque a veces siento con fuerza que este paso por lo terreno se me hace pesado.
Que me cansa.
Lo noto al leer mis escritos hacia atrás y darme cuenta de que siempre es lo mismo, que nada cambia, que me estoy desgastando, que se me agota la esperanza, se me nubla el norte, que no veo salida a tantas cosas que me pasan y manejo a duras penas.
No sé por qué estoy tan sensible a las vicisitudes del diario vivir, pero ojalá aguante.

Hace dos domigos que voy a misa y lo único que hago es controlarme para no llorar desconsoladamente frente a mi mamá. Para qué, si no lograría jamás entender la profundidad de este vacío, si lo único que haría sería preocuparla, si no tiene las herramientas para salvarme.
Al parecer tampoco Dios las tiene. O no quiere usarlas conmigo. Yo, la oveja perdida, el alma descarriada, he dado vuelta mis ojos hacia esa cruz que me mostraron desde chica, pero parece que desde allá toca ahora que alguien más mire para otro lado y se desentienda.

Entonces me acuerdo de la Fran y me da pena su partida, me duele su dolor de tantos años, el que sufrió su alma antes de la enfermedad, y el que destruyó su cuerpo después de la llegada de esta.

Y pienso tantas cosas...
que la vida no es justa,
que el dolor puede nunca acabar,
que me asusta que esto dure para siempre, mucho más que morir,
porque finalmente morir es descansar.

Y es probable que sea por eso que nunca he llorado por la Fran, y lloro más por mí.
Porque de las dos, ella es la que está infinitamente mejor.

miércoles, 10 de mayo de 2006

Freak

Hoy me encontraba frente al computador, lista para comprar mis entradas a Pedro Aznar.

En eso, sonó mi celular y era el Gringo.

Sabe que me encanta Aznar.

Y el recital coincide con una fecha especial para mí.

Así que me compró de regalo dos entradas, en primera fila, para que lo vaya a ver con quien quiera.

Casi me mareo de todo lo que salté y grité de felicidad.

Luego llamé a Javier y quedamos de ir juntos.

Yo creo que él también se mareo con la noticia.

Y mis amigas no pudieron creerlo. Que hubiera aceptado el regalo.

Pero las entradas ya estaban ahí, y además con el Gringo estamos de lo más amigos.

Así que ahí estaré, oyendo respirar a Pedro.

Igual reconozco que el bichito de la maldad me movió a invitar a Javier.

Porque cuando pololeabamos, al Gringo él le cargaba. Por ser un hombre que él sabía podría llegar a gustarme mucho . Demasiado parecidos, demasiado ideal él, decía siempre.

Estoy cansada de pensar siempre mil veces las cosas.

Necesito escuchar a Pedro cantándome A primera vista lo más cerca que se pueda.

Y al lado mío, en catarsis absoluta, Javier.

Este sí que es regalo.

Gracias Gringo!!!!



viernes, 5 de mayo de 2006

Blanco y Negro

Estoy en blanco. No sé qué escribir.

Me fui a negro. No sé qué sentir.

miércoles, 3 de mayo de 2006

Me salí fuera de contexto

Me encontré un CD entre las cosas de mi auto.
En blanco, es decir, sin nada escrito.
Un poco curiosa, lo puse en la radio.
Era Sueño Stereo, de Soda ídem.

Me trasladé automáticamente al año 1996.
Sí, hace 10 años.
¿Cómo olvidar ese tiempo?
Fue cuando conocí al Gringo. Y empezamos a salir, y nos pusimos a pololear, y nos dábamos interminables besos en el auto con las canciones de ese cassette dando vueltas sin parar.

Volví a escucharlo entero.
Y me acordaba de todas las letras.
Canté a voz en cuello todo mi viaje.
Y estuve nuevamente en cada lugar, con cada persona, en cada situación.

Una sensación de añoranza sana me invadió.

Y estoy más de acuerdo que nunca con Cerati.

Definitivamente, soy nada mas que menos de lo que podría ser.

miércoles, 26 de abril de 2006

Such a perfect day

No podía ser mejor. El post número cien utilizado para contar esta notable historia.

En medio de mi semana agitada y llena de compromisos laborales, obligatorios y siempre para otros, surgió la posibilidad de juntarme con carolita para conocernos.

No tenemos la menor sospecha de cómo llegamos la una a la página de la otra, pero llegamos. Yo la había visto una vez en Starbucks y su cara se me había quedado grabada, no tengo idea por qué. Ni siquiera hablamos esa vez. Pero la vi, estoy segura. Y también estoy segura de que pensé: "Qué buena persona debe ser ella".

La idea de vernos nació después de que ella me lanzara, alguna vez, un comentario sobre el tarot.

Yo piqué.

Le propuse que me mandara un mail para concertar la cita.

Pero fue mucho más que eso. Nos agregamos mutuamente a MSN antes de ayer y ayer mismo nos pusimos de acuerdo para el encuentro. Urgente. Hoy. Después de todo lo que me ha pasado en estos últimos días, no solo lo quería, lo necesitaba. El tarot. Conversar con alguien que me lee hace tiempo, que por lo tanto sabe de mis penas y terrores, que me entiende. Para allá partí, dichosa.

Nos encontramos en Starbucks, uno de nuestros lugares favoritos. Tomamos el mismo café. Nos reímos mucho. Hablamos con la confianza y el relajo de quienes se conocen hace mil años.

Es amorosa ella. Y linda. Lo que más me llamó la atención fue su cara, siempre iluminada por una amplia sonrisa. No sé por qué, pero me dio la sensación de alguien que es muy feliz. Que está muy contenta con su vida.

Nada de lo que dijimos sonó raro. Ninguna experiencia compartida nos hizo dudar acerca de la impresionante concordancia en los gustos (musicales y cinéfilos), los puntos de vista, las experiencias que pueblan nuestros días.

Amó a Domingo como yo lo amo, al saber de sus gestos de cariño, su increíble sabiduría y alegría. Vio fotos de su cara, de sus ojos, y se impresionó como yo de su pureza, su bondad patente, de lo buenmozo que es.
Entendió más que nadie lo que me ha pasado con Feña. Porque ella también lo ha vivido.

El tiempo se pasó volando. Y fui feliz. De verdad. Sin trancas, obsesiones ni presiones. Ella dice que tiene una nueva amiga, que escribe sin faltas de ortografía. Yo digo que tengo una nueva amiga, que es seca para sacar el tarot, que es sabia, alegre y confiable. Querendona y querible.

La fui a dejar a su casa. Gozamos de la música, de la noche limpia y cálida, rara para esta época del año.

Llegué a mi casa y había humitas para comer.

Me enteré de que mi ex pololo está pololeando.

No puedo parar de sonreir.



(Para leer su versión de los hechos, simplemente haz clic sobre el link a su página, ese que dice "En un café la vi por casualidad....")

domingo, 23 de abril de 2006

Como clímax de teleserie (pero de verdad)

Si alguna vez ustedes han tenido alguna duda acerca de la veracidad de mis escritos, ahora sí que les va a caber.
Porque lo que me pasó anoche en verdad tiene tintes tan surrealistas que no me enojo si levantan una ceja y dicen: No.... no puede ser cierto!!! (¡Pero lo es!)

Era un sábado en la noche cualquiera. Un cumpleaños cualquiera. Sombra conversaba con cualquiera, de cualquier cosa. Ya era tarde, pasadas las dos de la madrugada.
De pronto, se abrió la puerta y entró él. Feña. En resumen, el que alguna vez fue mi mejor amigo, que luego se acostó conmigo, llenándome de ilusiones, y a continuación me dejó botada, destruyéndome. Sabiendo que me destruía. Y desapareció.
No era mayor problema. Nos hemos encontrado en otras ocasiones desde que pasó lo que acabo de contar. Y él ya no se digna mirarme. Ni conversarme. Todo estaba bajo control, he aprendido a nadar en sus aguas turbias sin ahogarme. Básicamente porque se mantienen quietas a mi alrededor.
Pero anoche había algo distinto.
Primero se acercó y me dijo, con tono muy amable:
- ¡Sombra de Mí! Tanto tiempo sin verte.... ¿Cómo estás?
Se sentó a mi lado y comenzó a hablarme, usando todas las estrategias que conoce para ser encantador. Que son muchas. Una pequeña alarma se encendió en mi cabeza.
Mientras hablábamos, sonó mi celular. Mensaje de texto.
- ¿Dónde estás? ¿Por qué no te vienes para acá? Te echo de menos. Domingo.
Estaba tan concentrada en abrir el mensaje y leerlo, que no noté cómo Feña se acercaba a mí y lo veía por sobre mi hombro.
Silbó:
- Esa onda - agregó
Me sonreí, primero, por la ternura de Domingo. Segundo, porque me estaba mandando su ayuda y energía en este trance extraño.
Como una hora después, tomé mis cosas, me despedí de la gente y salí a la calle.
A punto de subirme a mi auto, vi que me seguía al trote el Feña.
- Oye...
- ¿Sí?
- ¿Vamos a mi casa? Estoy solo.
La cara de maldad de Feña en ese minuto era gigante. El diablo tentando al ser humano se quedaba chico a su lado. Porque él sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Metiendo su dedo en una llaga demasiado profunda. Removiendo cosas dolorosas, despertando deseos muertos a palos hace un tiempo ya, proponiendo una aventura peligrosa, dañina, ilegal, traicionera.
En tres ocasiones anteriores le había resultado.
Y en el minuto fue fantástico.
Pero luego, nada. Sentirse como el ajo. Culpable. Arrepentida. Destrozada. Utilizada.
Por eso dije que no quería más.
- No Feña, en verdad, no gracias.
- Pero Sombra... ¿por qué no?
- No nomás. Que te vaya bien - e intenté subirme al auto. Una mano de hierro me detuvo por el brazo.
- ¿Es acaso por ese tal Domingo? ¿El que te mandó el mensaje?
Justo en ese instante, mi celular sonando. Domingo.
- Oye, estoy en la Esso que queda cerca de tu casa, ¿te vienes?
- Domingo, voy saliendo, por favor espérame - la voz me temblaba un poco.
Feña se había acercado peligrosamente y me tenía acorralada contra el auto.
- Lo que pasa contigo es que no vives el momento, Sombra. Yo sé que es ilegal lo que vamos a hacer, pero tienes que verlo como una aventurilla, algo sin importancia.
- No
- ¿PERO POR QUÉ NO? Por lo menos dime por qué no...
- Por favor, ¿te lo puedo explicar otro día? Me están esperando - Suspirando, con la garganta atascada. Las manos muy temblorosas.
- No, ahora - acercándose aún más - Además, me importa una mierda ese hueón que te está esperando.
- Porque me hace mal, Feña. Porque cada vez que nos pasa esto yo después me paso como un mes sufriendo, porque no logro disociar mente y cuerpo, porque me paso puros rollos, porque sé que no es correcto lo que hice.
- Pajas mentales.
- Puede ser, pero me pasa, así que no te voy a dar en el gusto. No quiero terminar odiándote. No quiero terminar odiándome.
- Mira, yo no te voy a obligar a hacer nada, pero te digo que sé que te vas a subir a ese auto y al minuto te vas a arrepentir. Sígueme mejor. Tenemos la noche entera por delante, y además hay mil cosas que tenemos que conversar.
- Feliz me junto contigo otro día. A comer, a almorzar, a tomarnos un café. Ahí conversamos.
- Para qué, mejor te invito a conversar en mi cama - media sonrisa, socarrona.
En ese momento el cerco al que me tenía acotada se cerró definitivamente y, abrazándome, intentó besarme. Lo impedí como pude.
- Pero Sombra, no seas así - entre risas y forcejeos.
- Déjame Feña, por favor te ruego que me dejes - suplicante. Mis barreras estaban a punto de caer.
- Mira - quitándome el celular - aquí está mi nuevo teléfono. Si te arrepientes llámame.
Me subí al auto y cerré la puerta. Cubrí la distancia que me separaba de la Esso en tiempo récord.
Domingo me esperaba, sonriente, apoyado en una camioneta. Me estacioné al lado y, en un solo movimiento, me bajé y me lancé a sus brazos sin decir una palabra.
- Qué te pasó, Sombrita, ¡estás temblando! - me abrazaba muy fuerte y me hacía cariño en la espalda.
- No puedo con él, Domingo, me da susto, pena, rabia. No puedo... - Yo estaba casi llorando. Domingo apoyaba su barbilla en mi cabeza, sin soltarme, y podía percibir en la tensión de su cuerpo la preocupación.
- ¿Qué pasó? Déjame adivinar, te encontraste con Feña.
- Mmmmm - asintiendo con la cabeza.
- ¿¡Qué te hizo ese desgraciado!? - su cuerpo, más tenso todavía.
Nos sentamos en la cuneta, yo aferrada a su brazo, y, sin mirarlo, le conté todo, detalle por detalle. Tuvo que prenderme un cigarro, porque mi pulso ni para eso daba.
- Está loco. De remate. Es un desgraciado, un bastardo.
Domingo se lanzó en una perorata de por lo menos diez minutos en la cual lo insultó, me consoló, me hizo reír, propuso soluciones que lo hicieran pasar todo por un desafortunado accidente... terminando con un prosaico, pero necesario:
- ¿Vamos por una bebida? Yo invito. ¡¡Tengo luca en la billetera!!
- Gracias precioso, yo no sé qué haría sin ti...
- Morirte de sed, probablemente - carcajadas de los dos.
Así, riéndonos, nos subimos a mi auto. En mi celular, un mensaje nuevo.
- Te estoy esperando... Feña.
Domingo tomó el aparato y en un par de rápidos movimientos, borró el mensaje. Los dos nos miramos, con la esperanza de borrar de esta misma manera, al desgraciado de Feña de mi vida.
Luego, en silencio de comunión, se fue manejando hasta su casa y con un beso apretado, me dejó sola conmigo misma, a las cinco de una fría madrugada, segura de que al fin había podido devolverle un revés a esta maldita historia.

sábado, 22 de abril de 2006

Ojos verdes

Para leer como corresponde este post, es altamente recomendable que usted escuche, o al menos lea, la letra de la canción Con tus ojos de Alejandro Filio.

Una vez hecho eso, proceda con lo que sigue:

Imagine usted que es una señorita en edad casamentera y bastante decepcionada de los hombres de su generación, los cuales son inmaduros, poco amables y, en mucho menor grado, serios.

Luego, sitúe en la puerta de la casa de tal señorita a un personaje de las siguientes características: Ojos verdes y pelo rubio, gran altura y contextura atlética. Añada a los ojos verdes una mirada profunda, penetrante, pero limpia y dulce; manos muy grandes pero suaves. Hablar pausado y profundo, risa abierta, franca, sonora y contagiosa.

A continuación, agregue a estas señas un carácter amable, caballeroso, sincero e hidalgo; madurez perfecta, capacidad de escuchar, acoger, abrazar y querer infinitas, intactas, impolutas.

Si a todo esto usted es capaz de añadirle una amistad que se ha desarrollado de la manera más ideal durante los últimos meses, largos llamados telefónicos de por medio, mails diarios y salidas a todo tipo de menesteres en conjunto, descubriendo a cada instante maravillosas coincidencias en el gustar, pensar y sentir, dése cuenta frente a qué se encuentra parado.

Sí, amable lector, esto es algo muy parecido al amor.
Porque hay todo tipo de confidencias.
Porque existe confianza a prueba de terremotos.
Porque la diversión es algo casi seguro, porque basta con solo mirarse para que nazca una sonrisa o un abrazo de lo más sentido según sea la necesidad del otro.

Porque ambos, señorita y caballero, son lo mejor que le ha pasado al otro en un largo, pero muy largo tiempo.

Porque se ha salvado mutuamente de la pena, la desesperación, la incomprensión, el vacío.

Porque entre ambos no existen secretos, ni trancas, ni tabúes. Tampoco, hasta el momento, extrañas tensiones sexuales. Todo mantenido en el más estricto plano espiritual.

Pero, terrible, ineludible, trágicamente pero, nos vemos en el deber de señalar que tanta perfección es imposible, puesto que el personaje ideal del que hablamos cuenta con un defecto insalvable: tiene, por desgracia, una década menos que yo.

Sí. Para los que me leen hace tiempo, se trata de Domingo.
No tengo idea cuándo, ni cómo, ni de qué extraña manera, Domingo se volvió imprescindible para mí. Y yo para él.
No tengo conciencia de la primera vez que lo miré y el corazón se me detuvo, por un instante, pensando en la suerte de tenerlo en mi vida. Ni de la primera vez que lo instalé mentalmente en mis días para siempre, él muy mío, yo muy suya.

No he querido, no he podido, no se ha dado el verlo como un objeto sexual. No lo deseo, quizás porque he mantenido muy a raya, aunque sea de manera inconsciente, ese impulso en mí.
Pero sí me gusta.
Amo sus abrazos protectores, sus besos apretados en mi frente, cuando me da la mano o nos acostamos, simplemente uno al lado del otro, como hermanos, a ver televisión en mi cama.
Me encanta cuando me mira con autoridad, como poseyéndome, como entregándose, y entonces sé que él arriesgaría todo lo que tiene para defenderme, salvarme o cuidarme si lo llegara a necesitar.
Domingo no se asusta cuando lloro. No se enoja cuando me enojo. Se emociona conmigo cuando estoy feliz, y se ríe con ganas de mis tonteras y mis bromas.
Lo encuentro buenmozo, inteligente, atractivo.
Lo echo terriblemente de menos cuando no está cerca.
Y cuando está, siento patente su presencia imprimiéndose en mí, aunque no se encuentre corporalmente a mi lado.
Sé que se pone celoso cuando abrazo a otros hombres. Lo noto porque su mano busca mi mano rápidamente, y me atrae hacia sí mismo con un gesto (que sé perfectamente) que le resulta casi inconsciente.
Me pongo celosa cuando se le acercan pendejas gritonas (totalmente adecuadas para su edad y candidatas más que seguras a ser sus pololas) y le hablan, haciendo bailar sus pestañas de manera indecentemente coqueta.

No sé qué hacer.
En realidad, no sé si quiero hacer algo.
Es tan lindo lo que tenemos, es tan puro, profundo y tranquilo.
Lo mejor del día del otro se encuentra contenido en cada uno.

Y me da susto cambiarlo.
Para qué, además, si en realidad esto antes de nacer estaba muerto.

Sus papás me demandarían.
Sus amigos jamás lo entenderían. (Los míos menos).
Saldríamos en la portada de Lun.com

Lograríamos, quizás, sobreponernos a todo lo anterior, pero los mundos de cada uno terminarían chocando con más fuerza y consecuencias que el mismísimo Big Bang.

Él todavía tiene que pasar por la universidad, ser rebelde, promiscuo, audaz, tonto, ciego, loco, equivocarse mucho y forjarse un camino y un carácter con elementos de dulce y de agraz. Proceso normal que lleva a cabo todo ser humano, que la mayoría de las veces requiere de libertad de acción y de algo de azar, de pocos planes, de menos certezas, de probar mucho y no saber nada de nada, ya que el mundo irremediablemente se encargará de ir cerrando todas las puertas que hayan ido quedando abiertas y poco le dejará para sorprenderse e improvisar.

Mientras tanto yo, rodeada cada vez más de gente casada y procreando, estaré sintiendo los alaridos de mi reloj biológico, emocional y social, que me exige asentarme, enseriarme, acotarme. Que me pide éxito en el trabajo, familia, marido e hijos dentro del próximo lustro, quizás dos.

Sería egoísta quitarle su juventud.
Sería terrible renunciar a mi graduación en el mundo adulto por una apuesta absurda y arriesgada como la que más.

Tengo, sinceramente, el corazón quebrado en dos pedazos.
Uno, que es feliz de conocerlo, y de tenerlo por amigo. Que agradece cada día al cielo su presencia, su consejo, la laguna quieta de sus ojos verdes con mi reflejo grabado en su pupila.
El otro, muerto por la certeza de que ante mí se encuentra una de las personas que más me ha querido, que mejor me ha tratado, que más me ha entendido, que más profundo me ha tocado el alma. Que podría ser, perfectamente, el hombre de mi vida. Y yo, la mujer de la suya.

Pero es como si estuviera detrás de una vitrina.
Se mira pero no se toca.
Y ese, creo, es el mejor, más sabio y más amoroso regalo que puedo darle a este pequeño gran hombre que quiero tanto y que se merece lo mejor de la vida.
Mi consejo, mi compañía, mi escucha, mi apoyo moral.
Y también mi silencio, mi renuncia, su libertad.

lunes, 10 de abril de 2006

Cero

No he podido escribir.

Ando tonta.

Llorona.

Desanimada.

A oscuras.

Muy pocas certezas, demasiadas dudas.

Hormonal, parece.

Vulnerable, seguro.

Sola.

Incomprendida.

Cansada.

No quiero más.

No escribo hasta que no tenga algo bueno que contar.

lunes, 3 de abril de 2006

Crash

A veces la vida irrumpe violentamente en la rutina.
Y no siempre es divertido.

El viernes íbamos con la Cote y el Pelao al trabajo, felices conversando cualquier cosa, cuando, en milésimas de segundo, el aire se llenó de vidrios, chillidos y sangre.

Sí, habíamos chocado.

Con un señor que nunca aprendió el uso de los espejos retrovisores, y se nos cruzó.

Lo peor fue que lo pagó caro.

Apenas el auto se detuvo, y mientras la Cote (que era la que manejaba) se tiraba, literalmente, las mechas y lloraba, el Pelao y yo nos miramos y supimos que teníamos que mantener la compostura o morir en el intento.

Me convertí instantáneamente en la persona más ejecutiva del planeta. Mientras el Pelao se bajaba a ver al otro chofer, yo llamé a los carabineros, la ambulancia, la pega y a la familia de la Cote.

No tuve tiempo ni para urgirme.

El señor del otro auto estaba conciente, pero sangrando de la cabeza. No entendía muy bien lo que pasaba.El Pelao se hizo cargo de él y yo de la Cote. La abracé, la dejé llorar, consolé su pena y aclaré sus dudas, porque ella de asesina para arriba se sentía.

Casi una hora después (gracias a la "rapidez" de los servicios de urgencia) ya todo había pasado.

Me fui a la pega con el Pelao y Esteban, otro compañero que nos cayó del cielo.

La Cote se fue con los de la ley a hacer los trámites de rigor.

Y recién llegando para allá pude relajarme y empezar a procesar lo vivido. Los ruidos. Los llantos. El olor a sangre y el estupor reinante.

Creo que hice bien. Que en ese minuto era necesario que sacara fuerzas de flaqueza, y actuara como adulta autosuficiente.

Pero mi angustia de todavía me indica que en algún minuto me faltó el abrazo protector y oportuno de alguien más.

lunes, 27 de marzo de 2006

Un árbol, un libro, un hijo

Cuando era mucho más chica, a los once años exactamente, planté una araucaria en el jardín de mi casa, de la mano de mi papá y de mi hermana, en un viernes santo helado y lluvioso.
Ahí está la famosa, ahora más alta que yo, saludándome por la ventana de mi pieza.
Este hecho hacía que hasta hace una semana un tercio del antiguo dicho estuviera cumplido.
Ese que dice que uno no tiene su vida completa hasta que han salido de sus manos esas tres cosas: un árbol, un libro, un hijo.
Bueno, vengo llegando de una reunión en una casa editorial bien famosa.
Y parece que al fin veré mi nombre en letras de molde y con tiraje nacional.
Con una amiga vamos a escribir un libro a cuatro manos.
Bueno, ya había sido publicada, pero a un nivel interno de mi empresa, y en esa oportunidad funcioné más como editora/recopiladora que otra cosa.
Lástima que se trate de un tema muy propio de mi profesión, así que lo más probable es que a fin de año salga a la luz, pero yo siga estando, para ustedes, en la más completa de las sombras. Y que nunca lleguen a tener, ni por casualidad, mi obra en sus manos.
Igual estoy feliz.
Y nerviosa.
¡La media responsabilidad!


Sonrío mientras me fumo un cigarro y escucho a Cesaria Evora. Y espero que, más temprano que tarde, el tercio que me falta (y el más importante para mí) se vea materializado en forma de un enano increíble que me llame mamá.

domingo, 26 de marzo de 2006

Keys

Al prender la tele, cuando chica, muchas veces me encotraba con la imagen de un alcalde dibujo-animado entregando las gigantescas (y dibujo-animadas) llaves de una ciudad a los superhéroes dibujo-animados del momento.
Nunca entendí para qué cresta les entregaban esas llaves. Si las ciudades, hasta donde sabía yo, no tenían puertas.

Crecí un poco y supe que en la vida real también se hacía esto. Pero los privilegiados no eran superhéroes, sino deportistas, estadistas, artistas y varios istas más, que se destacaban en su quehacer. Ah, y también la llave era harto más chica y menos glamorosa.
Y yo seguía sin entender la utilidad de la ceremonia.

Hoy me llegó un mensaje de texto al celular de mi querida amiga Cecilia:
"Para que veas que me acuerdo de mis promesas, tengo lista la copia de las llaves de mi oficina para ti. Besos, C."

La Cecilia y yo trabajamos en una institución grande, con muchos empleados. Ella tiene un puesto más alto que el mío, por lo que le toca tener oficina privada, con computador, tacitas de café, teléfono de uso libre, baño para ella sola, calefacción y otras comodidades.
En cambio yo, que soy más del pueblo, comparto una especie de planta libre con otras veinte personas. Con tres computadores para todos, un teléfono con celulares bloqueados y vía operadora al exterior, baño compartido, sin calefacción y además teniendo que lidiar con el malhumor de la vieja que está a dos metros de mí, que me hace callar cada vez que me río y se queja abiertamente de que con mis amigos no la dejamos trabajar con nuestro permanente hueveo.
Hace unos días, viendo que ya estaba superada con las malas ondas de la vieja, la Cecilia se las jugó y me ofreció su oficina, libre disposición. Sesión propia en el computador, armario para dejar mis cosas, y llaves de la puerta. Porque, al ser nuestra empresa muy grande, circula mucha gente por ahí, y todos los lugares donde se guarda información importante o hay cosas de valor tienen que estar con llave si no hay nadie en ellos.
Me doy cuenta de su voto de confianza, y eso me emociona mucho.
Porque si nuestro jefe se entera de esto, la matan.
Y yo, capaz que me mande un codoro sin querer, como dejar corriendo la llave del baño, prendido el computador o sin cerrar la puerta.


Se unen estas llaves a las que hace algunos meses me dio el papá de la Mari, mi amiga del alma, de su casa.
- Mire mijita, si usted pasa aquí, tiene su propia cama y su pieza, su toalla en el baño y hasta maneja los autos, ¿para qué nos sigue jodiendo con el timbre?
Con eso el tío Emilio me curó de una todas las heridas que me hizo en el corazón el imbécil de su hijo Fernando alguna vez.

Mi llavero ahora sí que le compite al de San Pedro.
Y me queda más que claro lo que una llave representa.
Es una invitación no solo a entrar, sino a quedarse, a volver siempre, a ser de la casa.
Es la adopción hecha objeto.

Estoy doblemente feliz.
Uno, porque colecciono llaves, no importa del tamaño que sean.
Dos, porque al fin entiendo de qué se tratan esos gigantes, dorados y engalanados presentes que se otorgan, en la vida real o en la ficción, a aquellos que se las merecen.

martes, 21 de marzo de 2006

Santiago:

JOVEN SANTIAGUINA REQUIERE URGENTEMENTE DE TRANSPLANTE AL CORAZÓN

Sombra de Mí, de 28 años de edad, se encuentra en estado crítico al cumplirse hoy dos años de sufrir un repentino y devastador ataque cardíaco.

Reuters.- La vida de la joven profesional Sombra de Mí, soltera y oriunda de la capital, se vio trágicamente afectada el 21 de marzo de 2004, cuando, tras una larga y muy mal cuidada enfermedad al corazón, fue víctima de una sorpresiva hemorragia masiva que casi la llevó a la muerte.
Desde ese entonces la joven permanece conectada a máquinas que la mantienen respirando, comiendo, viviendo y riendo de manera artificial; y, aunque por ahora se encuentra fuera de peligro vital, las consecuencias de su crítico estado anterior, sumados a la delicada sensibilidad de sus coronarias al día de hoy, la han llevado a una situación que la tiene en el límite de su resistencia.
La enfermedad que de Mí padece ha sido denominada por los expertos en el tema Rupturitas Solitarii, y es más común de lo que se cree en estos días. Y a pesar de que se conocen sus síntomas, causas y efectos, sigue cobrando miles de víctimas en la población de nuestro país, aún cuando se realizan constantes campañas de prevención y se prueban nuevos y revolucionarios tratamientos a cada instante.
El equipo médico que asiste en todo momento a la malograda Sombra comenta que, a pesar de las constantes transfusiones de sangre que recibe de amigos, familiares, conocidos y compañeros de trabajo, la joven no puede permanecer eternamente conectada a las máquinas que la sostienen, pues cada día su calidad de vida se ve más afectada, comprometiendo su recuperación y poniéndola en peligro de sufrir secuelas irreversibles en el futuro.
Es por esta razón que se hace un llamado urgente a la comunidad para que busque algún donante compatible, que permita a la mujer recuperarse del todo, retomando sus actividades normales y dejando atrás estos largos meses de dolor y lucha por volver a la vida.
Mientras tanto, el staff clínico multidisciplinario indica reposo, compañía, mucho cariño y evitar experimentar con tratamientos alternativos, los cuales de sobra han demostrado en el pasado, haber logrado sólo empeorar la triste situación de la paciente.

----

Eso. Hoy ya son dos años.

Y se sienten, fuerte.

Sobre todo porque la cura ha sido lenta y nada fácil.

Aquí me encuentro, a la espera de mi transplante.

Antes de que sea demasiado tarde.

miércoles, 15 de marzo de 2006

Tiempo pasado

Todavía me acuerdo, corría diciembre de 1995, a poco de dar la PAA, pesadilla para todos nosotros los estudiantes de ese tiempo, cuando me llamó por teléfono a horas exorbitantes la Turca:

- Oye Sombra, ¿quién era Nabucodonosor?

- Turca, son casi las doce de la noche, despertaste a mi papá y más encima quiero dormir bien para la prueba...

- Hueona, estaba en mi cama feliz, pero me acordé de ese gallo y necesito saber quién mierda es pa poderme quedar dormida tranquila, por si lo preguntan mañana...

- Bueno, pero relájate... Nabucodonosor era.... blá, blá, blá.... ¿ok?

- O.K.

- ¡Y no me llamí más!

Esta simple anécdota, casi enterrada en mi memoria, me hizo volver a esos tiempos felices en que ni soñabamos con tener celular, MSN o siquiera Internet.
Obvio, si todo eso hubiese existido, primero que nada la Turca calmaba sus nervios con Google, y no despertando a mi pobre padre; y, en caso de exceso de urgimiento, me llamaba al celular y se evitaba la alarma generalizada en mi hogar, lugar donde todo llamado después de las once de la noche ha sido siempre sinónimo de desastre natural, fallecimiento repentino o broma de pésimo gusto.

Siento que la tecnología me simplifica la vida, y como tal, me encuentro totalmente rendida a sus pies.
Gracias a ella converso con mis amigos y conocidos de regiones, de otros países, o simplemente de Santiago pero esclavizados por la pega, cada vez que quiero y sé de ellos mucho más frecuentemente de lo que siquiera podría imaginarme.
Gracias a ella estoy ubicable 24/7 en mi celular.
Gracias a ella puedo aprender, aclarar dudas, saciar mi sed de curiosidades, escribir y expresarme, con solo un click de por medio.

Pero extraño el romanticismo de antes.
Cuando te separabas de tus compañeras de curso y las veías nuevamente al día siguiente, y se te hacía corto el recreo para contar todas las peripecias del día anterior o el fin de semana.
Cuando mandabas cartas por correo y recibías la respuesta, de puño y letra del remitente, un par de semanas después.
Cuando no te atrevías a salir ni al kiosco de la esquina por si te llamaba ÉL, y justo cuando lo hacías, por ley de Murphy pasaba, y tenías que torturarte (horas) esperando que apareciera otra vez. Y ni hablar de tener una foto del susodicho sin tener que sobornar a la hermana para que te regalara una. Ahora agarras el celular y ¡click!.
Cuando ibas a un paseo y tenías que pasar por todo un proceso químico y de espera, para poder ver las fotos de las aventuras corridas (muchas de las cuales eran absolutamente desechables, horrorosas, humillantes, borrosas o hilarantes).

Estoy como las viejas.
Recordando lo simple que era.
Y lo bueno que nos parecía.

Hoy creo que me sentiría manca, tuerta o qué se yo, sin mi celular.
Hoy tengo cercanos a los cuales sólo veo en bautizos, matrimonios y funerales, pero de los cuales tengo noticias casi día a día.
Y me pregunto... ¿no será así porque hemos aprendido a sustituir el contacto personal por el digital?
Me gustaría poder comprobarlo de alguna manera.
Pero ya no hay vuelta atrás.
Me parece mucho que soy adicta a los fulgores de esta pantalla.

Y eso que ni siquiera me acerco a mis sobrinos, que son unos tiburones del chat, el blog, el fotolog, el Photoshop y cuanta lesera exista.
Que pasan horas conversando (¿de dónde sacan tanto tema?) con sus amigos y compañeros de curso on-line.
Que me miran con cara de bicho raro cuando les cuento cómo era mi vida antes. Que ni se logran figurar cómo sobreviví, pololeé y tuve amigas.
Que lo encuentran una verdadera lata.

No tengo idea.
Parece que soy romántica y resistente al cambio.
Por lo menos en las profundidades de mi corazón.
Al menos, una parte importante de mi generación es igual que yo.
Es decir, tecnológicamente asumida, pero con sus reparos.
Y otra, igualmente importante, ni se lo cuestiona. No prenden el computador más que para trabajar, y ante la sugerencia de MSN, deben pensar que se trata de las iniciales de un tal Manuel Salgado Núñez.

Entretanto, les cuento que la Turca logró entrar a la universidad.
De hecho, fuimos compañeras.
Y tengo al seguridad de que no tiene idea de quién es Nabucodonosor.
La próxima vez que se conecte a MSN le voy a preguntar.

jueves, 9 de marzo de 2006

La nueva primavera


Aprovecho la ventana, que todavía se puede mantener abierta de noche sin congelarse.
Estoy sentada frente al computador pensando miles de cosas y empiezo a escuchar, muy a lo lejos, una batucada. Claros, los tambores llegan hasta mis oídos y me percato de que la fiesta del verano se acaba sin remedio.

Yo no soy demasiado sabia, ni inteligente, pero me doy cuenta de que la vida está llena de ciclos.
Así como el verano termina para dar paso al letargo del otoño y la aparente muerte del invierno, el mundo se las arregla para volver siempre a renacer.

Espero tranquila, como pocas veces antes había estado, la nueva primavera de mi vida.

lunes, 6 de marzo de 2006

Un guiño al cielo

En un par de ocasiones anteriores, he reflexionado acerca de mi postura frente a Dios.
Me parece que alguna vez dije que eramos amigos, pero no íntimos.
Sigo pensando que la nuestra es una relación dispareja, donde claramente Él me quiere mucho más que yo a Él.
Me cargan las cosas a medias, las tibiezas y las comodidades. Pero en este caso debo reconocer que simplemente esas son las tres palabras que mejor definen mi experiencia religiosa.
Y me cuesta tomar una iniciativa para cambiar estas medias tintas. Porque hay días en que mandaría todo a la mierda. Y otros, en que siento que hasta me podría llegar a hacer monja (hiperbólicamente hablando). Es decir... ¿para qué lado me defino?


Esta semana me senté a conversar con la Clara, una compañera de trabajo que es bien Opus Dei. Y bueno, yo, al lado de ella, soy totalmente Opus Night.
No sé por qué yo estaba sensible y abierta a la escucha.
Ella me dijo que cada uno de nosotros tenía un ángel de la guarda designado desde el día en que nacimos, cosa que yo ya sabía.
También me dijo que él está para nosotros, para que le pidamos todo lo que necesitemos, y que le gusta que le pongamos nombre, apropiándonos de él. Eso no lo sospechaba.
Así que el sábado, en un arranque de piedad inaudito, me puse en contacto con mi ángel.
Le comenté que ya estaba bueno de vacaciones, que en verdad no le había pedido nunca nada, así que su primera tarea era indicarme cuál era su nombre.
A los pocos minutos, andando en auto, apareció ante mis ojos un letrero gigante con la palabra Domingo en él.
Ok. Domingo it is. Me gustó mucho que él eligiese este nombre, el mismo que yo escogí para presentarles a ustedes a mi dulce y pequeño amigo en este espacio.
Y ayer, que estaba angustiada con un problema, (no menor) cuya solución en verdad no podía encontrar, miré al cielo y dije:
Ya Domingo, te toca ponerte con una ayudita.
En menos de dos horas, juro que la salida se materializó delante de mis ojos.
Power.
Parece que la Clara tenía razón. O por lo menos, me encanta creer que es así.
Igual, por si las moscas, miro pa´arriba y guiño el ojo, en agradecimiento por el favor concedido.

miércoles, 1 de marzo de 2006

Como una teleserie

Si una cosa me encanta son los refranes.
O dichos.
Los uso mucho, tradición heredada de mi familia materna.
(Así como hace poco me enteré que sentarme con los pies hacia adentro, como cabra chica, es herencia total de mi abuela paterna)
Me encanta eso también. Reconocerme parte de una larga cadena. Me emociono cuando me entero de que tengo los mismos dedos de mi abuelo materno, la manía de cuidar los libros de mi hermano mayor, la capacidad de sociabilizar de mi padre, el espíritu práctico de mi madre.

Pero volviendo a los dichos, los amo por su ingenio y verdad ineludibles.
"El mundo es redondo como una rueda que gira Sombra, algunas veces estás arriba, otras abajo" me dijo una vez mi mamá.
Por Dios que es cierto.

Ayer en la tarde estaba en mi casa, conversando por MSN a una velocidad supersónica con el tierno de Domingo, cuando apareció en línea, tintineando en azul y naranjo, el mismísimo Gringo, mi ex.
- Sombra, estoy pa´l gato, por favor, puedo juntarme a conversar contigo?
- ¿Qué te pasó?
- Terminé con mi polola. ¿Café más tarde?
- Bueno
- ¿Te paso a buscar a las 7?
- Me parece

La Isa, que andaba por ahí cerca, casi me come con los ojos. No podía creer que me iba a juntar con él.
Pero yo sentí que era importante, que me necesitaba, y en verdad no me costaba nada. A pesar de lo mal que me trató alguna vez, a pesar de las cosas que dijo de mí, a pesar de todo.

A las siete en punto me pasó a buscar un Gringo más flaco y desolado que nunca.
Nos fuimos por ahí a tomar café y me soltó toda su historia.
Que si fuera un proyecto de guión de teleserie, no se realizaría por increíble.
La realidad superando a la ficción.

Básicamente, el pololeo de dos meses y medio del Gringo se murió por mentiras y cahuines que esparcieron sus amigos, mis antiguos amigos, acerca de él.
Lo mismo, exactamente lo mismo que pasó un poco después de que nosotros terminamos.
Lo mismo que él presenció, de brazos cruzados, avalando con su silencio mentiras que él sabía eran más grandes que catedrales.

Ahora él está como estaba yo hace dos años.

Sin polola.
Sin amigos.
Dolido, asustado, empequeñecido.

Ahora yo estoy arriba y él está abajo.
Y podría hacer o decir muchas cosas vengativas.
Pero me acuerdo con tanta lucidez de lo cagada que estaba, de lo sola que estaba, de lo mal que me sentía, que lo único que pude hacer fue abrazarlo y escucharlo.
Y cuando me llegó el turno de hablar, lo hice con objetividad y verdad. Pero también con cariño.
No me guardé mis sentimientos de desprecio absoluto por un grupo de personas que no tiene cosas más interesantes que hacer en su vida que meterse en la de los demás, y nunca para construir, sino más bien para destruir, apuntando con el dedo, juzgando y apedreando.
No escatimé en recursos que me ayudaran a describir cuál era el camino que me había ayudado a salir adelante de ese trance.
Me dolió tener que recordarle que hacía un tiempo ya se habían manifestado estas mismas características en esas personas, materializadas en mí. Me dolió hacerlo porque a través de ese hecho yo en parte le recordaba su traición.
Pero era necesario para que levantara la cabeza y pudiera equilibrar las cosas.
Parece que se quedó más tranquilo, porque se sintió comprendido, acogido y querido.

Cuando volví a mi casa, dos horas después, la Isa me tomó del hombro y me dijo, súper seria:
- Huevona, eres mucho mejor que yo. Nunca habría sido capaz de hacer algo así con alguien que me dañó tanto.

Pero yo de verdad no lo siento así.
No creo haber cometido ningún acto heróico.
Solamente hice lo que me salvó cuando me pasó lo mismo, cuando necesité escucha, cariño y apoyo de la gente que me quería y que me conocía.
De los pocos que fueron capaces de tratarme justamente.
Y apliqué lo que entendí a golpes. Que nunca se debe hacer a otros lo que no te gusta que te hagan.
Sumemos a esto que al Gringo lo perdoné hace mil años, y que todavía lo quiero muchísimo, de una manera muy distinta de la que solía hacerlo. Pero lo quiero.
Resultado: hacer lo que me pareció obvio. Tenderle una mano.

Pero pucha que es heavy.
Es fuerte descubrir que siempre tuviste la razón, y a la vez estuviste tan tremendamente equivocada.
Que tus antiguos amigos eran efectivamente una mierda, y que los quisiste mucho y confiaste infinitamente en ellos. Que te jugaste la vida por cada uno y te pagaron así.
También es fuerte descubrir el poder que te da eso, y el daño enorme que podrías llegar a hacer con esa certeza.

Pero hace tiempo ya que descubrí una cosa más. Que el perdón, la paz y la concordia son mucho más fructíferos que el rencor y la venganza.

Y por eso me quedo con la última frase de la Isa:
- Pucha que te conoce bien el Gringo, sabiendo que puede acudir así a ti. Y qué pena que vino a darse cuenta de eso demasiado tarde.

martes, 28 de febrero de 2006

Confesiones a mí misma

Hoy me di el lujo, el placer, la lata, o lo que sea, de leer mi blog hacia atrás. Hasta bien atrás. Saboreando los comentarios, viendo aparecer a los que son mis visitantes más queridos; pero por sobre todo, dándome cuenta de que, sin querer, he dejado plasmados mis pasos en este espacio.

Y me di cuenta de varias cosas, muchas de las cuales en cierta forma ya sabía.
Hay un par de temas que me obsesionan, porque no paro de escribir acerca de ellos, y si es así, me perdonarán la reiteración, pues me temo que aún no logro superarlos: la soledad, la incomprensión, el miedo, mi familia, el amor y la falta del mismo.
Hay ciertas características de mí que noto reflejadas en cada palabra que escribo. Un par de virtudes. Un par de pecados. Lástima que casi ninguno de los que me lee me vea dentro de mi otro yo, ese que le da cuerpo a esta Sombra, para que pueda corroborar lo dicho en el día a día. Y es que siempre he sido de esas personas que hay que calar de a poco para llegar a conocerlas bien.
Hiporbólica e hiperventilada, acelerada y parlanchina.
Ingenua a veces, muy niña, confiada, transparente y de buenos sentimientos.
Peco de querer demasiado, muy fácil y muy rápido.
Peco de sufrir en exceso por cosas que a veces no tienen solución.
Con una fantasía galopante, que me obliga a imaginarme cosas donde no las hay, a construir miles de castillos con una base de aire, a soñar despierta gran parte del día.
Quizás por eso es que a veces me percibo como una mala copia de la Consuelo Aldunate, con miles de anécdotas sobre relaciones, hombres y amores que nunca se concretan.
Miles de panes quemados en la puerta misma del horno.

Y es que volví de las vacaciones y en verdad el mundo me lo habían cambiado.
Aparecieron de la nada seres que yo daba por perdidos.
Desaparecieron en el misterio personas con las que contaba.
Otros, que no debieran hacerlo, me andan llamando para saber en qué andan mis pasos.
Y varios acontecimientos inauditos, insospechados, increíbles. Algunos felices, otros no tanto.

El concierto de U2 me dejó sensaciones feroces que casi no puedo describir.
No quiero usar adjetivos, no los tengo a mano.
Dudo que vuelva a vivir algo así alguna vez. Valió tanto la pena la espera...

Soy como el ajo para las matemáticas, así que no tengo la más remota idea de cuáles son las probabilidades de encontrarse con una sola persona determinada, en ese mar de gente que era ayer el estadio nacional.
Pero me imagino que media en millones.
Casi ninguna.
Sin embargo, estando ahí parada en la vereda, lista para hacer la cola de la cancha, la calle Guillermo Mann se convirtió en la metáfora de mi vida por un minuto.
Y la gente que caminaba, en las personas y acontecimientos que han pasado por ella, mientras yo sigo parada.
De pronto, a menos de dos metros de mí, quien menos me esperaba ver.
Camisa celeste, pantalones claros con rayas y zapatillas. El pelo un poco más largo que la última vez.
La sorpresa me dejó sin respirar por un par de segundos.
Y la incertidumbre de no saber cómo mierda reaccionar. Qué era lo normal, lo más sano, lo más esperable, lo que sería mejor recibido.
Pude haber hecho muchas cosas, es cierto, pero me quedé ahí no más, sintiendo que ya lo había hecho todo antes.
La voz de la Cote que me preguntaba mil opiniones se fue perdiendo mientras yo me hundía en mis recuerdos y mi indecisión.
Sólo me di cuenta de que mi mirada se quedaba fija en su figura, que se alejaba cada vez más, hasta que simplemente desapareció en la multitud como una hormiguita.
Y al hacerlo le dije, desde adentro, lo rico que había sido conocerlo, la pena que me daba que se fuera sin que nadie lo hubiese echado. Que le deseaba la mejor de las suertes, y que cuando quisiera volviera para que conversaramos...
Y así lo dejé ir, en paz conmigo misma y con él.
Nunca supe si me vio o no.
En eso, la mano firme de la Cote me agarró y me hizo aterrizar. Me puso a caminar y volver al aquí y ahora de ese día.

Y salieron al ruedo mis virtudes, esas que me hacen ser optimista y alegre hasta el agote.
Me puse a huevear con mis amigos y creo que le hicimos la tarde a un uruguayo que estaba al lado nuestro en la cola y que no lograba disimular su risa frente a nuestras tonteras.

Pero lo reconozco.
Estoy agotada.
Y es que no quiero que todo siga siendo tan difícil, que todo me cueste tanto trabajo.
Horas y horas de reflexión, de insomnio, de trabajo.
Tengo tantas ganas de tirar la esponja, pero me da susto.
¿Quién va a llevar las riendas de mi vida si no soy yo misma?

Perdón por la pelada de cables, pero es que estoy atorada, y no logro sacar afuera todo lo que siento, todo lo que me ha pasado y que en verdad no sé cómo contar aquí.

Son las 3:15 de la madrugada y pienso que quizás sería bueno tratar de ir a dormir un poco.

miércoles, 22 de febrero de 2006

Tengo una cita...

¡Sí!
El domingo tengo una cita con Bono (y los demás chiquillos de U2).
Esperada hace unos catorce años...
¿Cómo no quieren que me ponga nerviosa?
Me gustaría haber ido a verlos con el Lito, a quien le debo esta pasión.
El Lito, mi amigo más antiguo, el más entrañable, perdido y recuperado en los avatares de la vida.
El Lito, que tiene una historia de teleserie que algún día les contaré. Que me llevó al primer recital de mi existencia, que me recibió con los brazos abiertos hace exactamente un año cuando lo fui a ver al lejano país en que vivía en ese entonces.

Mientras espero, me voy a la playa con la Panqui, mi partner desde los siete años, a pasar los nervios con vista al océano.
Desde hace muchos años que tengo una cábala. Siempre me gusta terminar las vacaciones bañándome en el mar. Cargando las pilas, absorviendo de esta gran masa de agua celeste todas las energías que sé que voy a necesitar para seguir avanzando en el camino de mi vida.
Y me ha ido bien.

A la vuelta les cuento lo demás... incluyendo el exorcismo que me hice.

A veces siento que leo lo que he escrito y no puede ser cierto. En ocasiones es demasiado dramático, otras tan espectacular. O místico. O coincidente. O conveniente. Pero es mi vida. La purita y santa verdad. Y me gusta. A pesar de sus ribetes de teleserie. Menos mal.

domingo, 19 de febrero de 2006

Ondulante

Ya.
Me arranqué.
Y qué.
No pude soportar que todos mis pasos fueran controlados, medidos y cautelados.
Quise mi espacio personal, ese diálogo conmigo misma (a veces absurdo, pero necesario) que es este blog.
Y me di cuenta de que amo mi soledad y mi independencia.
Que por mucho que quiera a mis amigos, me enferma tenerlos encima todo el día.
No me enoja, pero me hace sentir oprimida, obligada, presa, amarrada.
Así que busqué cualquier excusa y me vine al pueblo, a respirar un poco.
A mi ritmo.

He aprovechado mucho este tiempo, he leído un montón.
Aparte de lo que ya les había contado, se agregan a mi lista:

- Lo bello y lo triste, de Yasunari Kawabata (impresionante)
- El hermanastro, de un noruego apellidado Christensen, el nombre no lo recuerdo (interesante, divertido y dramático, vale la pena)
- Al este del Paraíso, de John Steinbeck (sin palabras, por algo fue una película protagonizada por James Dean)
- Permiso para sentir, de Alfredo Bryce Echenique (Antimemorias) (apasionante, me gustaría tener una vida tan ntensa y entretenida como la suya)

De este último quisiera rescatar una cita que él utiliza para abrir su libro de antimemorias, y que me hizo sentir tan identificada, que pude experimentar esa deliciosa emoción de estar leyendo tu pensamiento, tu sentimiento tal cual es, pero sublimemente expresado en palabras.
Aquí va:

"¡Qué cosa tan ondulante es el hombre! No solamente el viento de los accidentes me desvía según su inclinación; además me muevo yo mismo por la inestabilidad de mi postura; quien se mira con cuidado, no se encuentra dos veces en el mismo estado. Doy a mi alma ora un semblante, ora otro, según de qué lado me acuesto. Si hablo diversamente de mí, es que me miro diversamente. Se encuentran en mí todas las contradicciones. Vergonzoso, insolente, casto, lujurioso, charlatán, taciturno, laborioso, delicado, ingenioso, lelo, rencoroso, generoso, mentiroso, veraz, sabio, ignorante, y liberal, y avaro y pródigo: todo eso lo veo de mí, según de qué lado me vuelva; y culaquiera que se mire con atención encontrará en sí mismo e incluso en su juicio esta volubilidad y discordancia." (Montaigne)

Fantástico.
No estoy loca, y hay alguien que más encima me entiende.
Por ahora, con eso me basta.
Ya nos veremos en la semana, para que les cuente con calma, muchas cosillas que me han estado rondando la cabeza...

jueves, 9 de febrero de 2006

En busca del orgasmo perdido...

.


Nadie en mi familia entiende muy bien por qué me puse a trotar, y a nadar, y a caminar como si entrenara para la maratón de Nueva York. No tengo idea de cómo explicarles. Yo tampoco sabía por qué esa picazón en los pies y las manos, esa necesidad constante de moverme.
Ayer. Mediodía en Chile. El sol brillaba, laborioso, sobre un cielo impoluto. Yo corría por polvorientos caminos de los alrededores de mi casa en compañía de mis dos perros.
Entonces lo entendí.
Corro para espantar los sueños.
Sueños eróticos.
Sí, y qué. Las mujeres también soñamos con hombres, con sexo, también amanecemos decepcionadas, alteradas y, a veces, hasta mojadas.
Hace muchísimo que no me pasaba, porque es un tema que ha pasado a segudo plano para mí.
Para mí, que no tengo sexo, ni hago el amor, hace tantos meses.
Y muchos, pero muchos más, que estoy bien escasa de orgasmos.
¿A ver, cómo es eso?
Digamos que mi debut en el tema fue con mi pareja más larga y estable, el Gringo, lo cual hizo que los primeros seis años de historial sexual fueran fantásticos, increíbles, de aprender juntos, de confianza absoluta, cero problema.
Terminamos, y de eso ya hacen dos años, y apareció el Feña.
Como ustedes ya saben, éramos amigos hace tiempo.
El espejismo, la calentura, el miedo y la soledad me lanzaron a sus brazos (bueno, él ayudó un poco cuando me hizo su propuesta de manera explícita y tentadora).
Pero no fue bueno. Para nada. Fue como ser chica y confesarse con el cura tío. Nunca llegas a relajarte, a liberarte, a mostrar todo tu potencial pecador, ya que este no es un cura cualquiera, es el tío, que luego de esta experiencia vas a tener que seguir mirando sonriente al otro lado de la mesa familiar, mientras él te imagina robando, mintiendo o que sé yo.
Lo mismo me pasó. El exceso de confianza me retrajo, me hizo sentir demasiado desnuda, demasiado frágil, y de las tres o cuatro veces que nos acostamos, diría que ninguna va a pasar a la historia, excepto, podría ser, por mi actuación magistral cada vez. Lo sé. Qué ferozmente mentirosa. Pero me parecía que poner cara de nada habría sido peor. Y siempre me prometía a mí misma que nunca más me acostaba con este huevón. O, plan B, me dejaba llevar con todo y me olvidaba de las conversas, la amistad con sus hermanos chicos, todas las veces que me vio llorar, y un larguísimo y complejo etcétera, y echaba todo por la borda en pos del esquivo éxtasis.
Más adelante, y protegiendo la escasa salud mental que me quedaba, dejé al Feña y pasé por un largo período, bien oscuro, en que busqué perfectos desconocidos para matar mis ansias corporales. No fueron muchos, en verdad fueron tres, y ni tan desconocidos, pero con ninguno resultó.
Yo me estaba empezando a asustar de verdad. Ya no era el factor amistad, esto era el factor frigidez.
Mierda, el Gringo se había llevado mi capacidad de tener un orgasmo como Dios manda.
En eso, hace como seis o siete meses, apareció él.
Nada especial, amigo de un amigo, estábamos en un carrete medio curados, hablamos poco pero las señales lo dijeron todo, y con la complicidad del dueño de casa, terminamos quedándonos en el departamento los últimos, solos, en una pieza oscura.
Puedo decir que tenía mucho miedo. Para mí era la prueba de fuego.
Porque me decidí a no fingir más, a ser yo.
No quiero entrar en detalles, porque tengo mi pudor, pero puedo decir que la cosa fue cuesta arriba. El cansancio, el alcohol, el desconocimiento, mi miedo, todos esos factores tenían la misión por las cuerdas.
Y pasó algo.
Él se dio cuenta de que las cosas no estaban resultando para nada.
Y se detuvo.
A ver, me dijo. Vamos a dormir un rato, y después reevaluamos la situación, ¿te parece?
Se acostó a mi lado, muy pegado y mirándome a los ojos, y esperó a que me quedara dormida, haciéndome cariño en la cara, en el pelo, en el brazo; los pies enredados hasta no saber cuál es el tuyo, cuál es el mío. Podía sentir su calor y calma a mi lado. Lo menos sexual del mundo.
Me entregué entera. Y me di cuenta que ahí está la clave. Ahí está lo que faltó. La entrega es poder quedarse dormida en la misma cama con un hombre, con confianza y libertad, no está en dejarse penetrar.
Cuando comenzaba a amanecer salió humo blanco.
Y yo respiré tranquila.
Y, coincidentemente, murieron mis ansias de probar, buscar, jugar, también de inmediato.
Han habido otras propuestas, pero no he vuelto a aceptar. Porque sé que no habrá resultados positivos, a menos que se dé el tiempo, la confianza, la entrega. Pero eso nunca pasa cuando de algo fugaz se trata. Corrijo. Casi nunca.
¿Qué pasó con él? Hicimos el camino al revés. Ahora somos buenos amigos. Nos miramos a través de la mesa y nos sonreímos, cómplices, nadie más sabe lo que pasó entre nosotros, excepto el dueño de casa (que igual estaba tan borrado que puede ser que no recuerde el episodio).
Mi voluntad se impuso, por lo menos en el consciente.
Pero el subconsciente, en complicidad con mi cuerpo, me invade con sueños en los cuales me acuesto con muchos hombres distintos.
Igual divertido, me doy cuenta que mi consciente y mi subídem no tienen los mismos gustos.
Y mientras encuentro al que va a ser mi hombre, al que me voy a entregar con todo, para volver a ser la mujer a plenitud que solía conocer en todo ámbito, yo simplemente corro bajo el sol y con mis perros.

lunes, 6 de febrero de 2006

El que se acuesta con niños... Parte III (y final)

Los días pasaban, y las conversaciones se sucedían como siempre, interesantes, íntimas, llenas de momentos increíbles.
Por fin un día pusimos fecha, hora y lugar para nuestra cita.
Creo que no quiero, ni puedo, reproducir nuevamente nuestro encuentro. Además, me tomaría muchas páginas hacerlo con todo detalle.
Sólo quiero decir que fue, a mis ojos, perfecto.
Largo, intenso, divertido, emocionante, original y cómodo.
Estas cosas se perciben desde muy adentro y nunca me había equivocado antes.
Esto no era un error, la sensación de que todo podía morir ahí mismo había estado presente hasta el minuto, pero ya no existía. Y era algo mutuo. Algunos de sus comentarios y actitudes y lo decían.
Todo en él respondía exactamente a lo que yo buscaba, a lo que yo esperaba, a lo que había imaginado, simplemente.
Una cosa, sólo una cosa, me dio miedo. Y fue el hecho de que, durante nuestra larga conversación, él no pudiera casi mirarme a los ojos.
- Bueno, es natural, él lo ha pasado mal en la vida y tiende a desconfiar de las personas. Sobre todo cuando se siente vulnerable, pensé.
Quedamos de hablar, de volver a vernos, de hacer mil cosas en el futuro.
Nos separamos.
Yo, ya malacostumbrada por el blog, tomé mi computador y describí, de punta a cabo, la salida. Sin filtros, sin escudos, sin ocultar la felicidad y satisfacción que me había generado. Para nunca olvidarla.
Sin importar para dónde iba la cosa, yo ya le había hecho un espacio en mi vida a Alberto, y sentía esa alegría que sólo se siente cuando algo muy bueno e inesperado ha pasado en la vida de una persona.
Dos o tres días después, me lo encontré en MSN y lo saludé. Fue muy normal, muy alegre, como siempre.
Le comenté que había escrito todo lo sucedido entre nosotros y quiso leerlo.
Insistió.
Rogó.
Suplicó.
Yo no quería dejarlo, ya que sentía que al hacerlo sin haber escuchado antes su versión de los hechos, le estaba marcando una pauta a seguir, coartando su libertad de expresión. Pero él prometió escribirme con lujo de detalles su propia visión, sin importar lo que leyera. Y enviármela por mail en exactos tres días.
Se lo mandé.
Lo leyó, demorándose una eternidad en terminar.
Mientras tanto, mi persona reptaba por el suelo, arrepentida hasta el fin de haberlo dejado acceder a mi escrito sin lo que yo, para ese entonces, ya requería saber.
Apenas hubo terminado la lectura, y tomando un detalle de mi relato, tuvo un gesto muy tierno conmigo.
Respiré aliviada. Aún había patria, y no se había apanicado sacando conclusiones apresuradas acerca de mis emociones, que aunque fuertes, no eran de amor, ceguera o locura temporal, sino el más puro, irrestricto e infantil entusiasmo.
Tarde ya, nos despedimos. Y empezaron a correr los famosos tres días.
Que pronto se convirtieron en siete.
Y en catorce.
Y en veintiuno.
En ese lapso se conectó una sola vez a MSN y cuando le hablé, me cortó más que rápido aduciendo apuro.
Dejó, igual de abruptamente, de comentarme en mi blog.
Y me sacó de sus links.
Yo, desorientada, sintiendo pena, rabia, angustia, miedo, incertidumbre y ansiedad, busqué refugio en Eleu, que sabiamente, nunca me lanzó el más que justo “Te lo dije”, sino más bien me consoló y animó como nunca.
La Cecilia, mi amiga del alma en el trabajo, también notó mi estado de shock y me abrazó diciendo:
-No tengo idea de qué te pasó, ni quién te lo hizo, pero lamento en el alma que se haya perdido a alguien tan espectacular como tú. Me da pena que te hayas cuidado tanto de entregarte a otros durante dos años para que ahora te hagan pasar por esto…
La verdad es que yo no me sentía una persona espectacular.
Me sentía engañada como cabra chica, dejada de lado como algo inservible, pasada a llevar en mi derecho de persona grande y madura de conocer la verdad.
Además me empelotaba que el paladín de la justicia y la verdad, que odiaba la mentira con todas sus fuerzas, me hubiese prometido algo que nunca pensó cumplir a cambio de lo que quería. Porque incumplir promesas también es mentir.
Un amigo me dijo una vez un dicho que me hizo reír por lo ordinario:
- Sombra… el hombre promete y promete hasta que lo mete. Para una vez metido, olvidar lo prometido.
Ahora no me daba risa, me daba pena. Por lo cierto, porque nunca me imaginé que me lo iban a meter, virtualmente, claro está.
Al mes de su desaparición, y mientras él tranquilamente seguía escribiendo pelotudeces en su blog, quejándose de aburrimiento y tiempo de sobra, me decidí a sacarme la espina y le mandé un mail
Sin recriminaciones, sin escándalos, porque así soy yo. Básicamente, preguntando qué le había pasado, a qué le tenía miedo, que fuera lo que fuera, por favor me dijera algo.
Nada. Nunca hubo respuesta.
Hoy ha pasado un poco más de un mes de ese mail, poco más de dos desde que nos vimos una única vez.
Y sé que aún existe porque sigue escribiendo religiosamente su blog.
Y yo no puedo dejar de odiarme por lo que pasó. Y por seguir dejándole una puerta abierta para que regrese, como el amigo que era, como esa persona que ocupó un espacio que ahora no tengo idea con qué llenar. Y por echarlo tantísimo de menos.
Y nunca olvidaré el cariño y apoyo constante de mi querido Eleu.
Para colmo, nuestra relación siempre estuvo llena de curiosas y sorprendentes coincidencias. Pensar lo mismo, vivir lo mismo, ver las mismas películas en el cine o hablar de los mismos temas con otras personas en un mismo día.
Y, más curiosamente aún, las coincidencias me siguen persiguiendo. Como si una fuerza sobrenatural dijera que esto no se ha terminado. Como si no quisiera que se acabase.
En una oportunidad ya dije que cuando yo quiero a alguien, eso es algo tan fuerte y sólido que es difícil de matar.
Por eso puedo decir con toda certeza que todavía lo quiero.
Pero pucha que duele.
Nada duele más, nada me duele más, que el cariño, de cualquier índole, no correspondido.
Y también puedo decir que era cierto.
Que el que se acuesta con niños, amanece mojado.

Fin.

PD: ¡Quiero de vuelta mi canción! Nunca más he podido escuchar A primera Vista sin caer en un trance profundo de tristeza y recuerdos….

viernes, 3 de febrero de 2006

El que se acuesta con niños…. Parte II

La razón por la cual Eleutherio daba la alarma era sencilla.
Me leía hace tiempo, lo leía a él también, y no le costó atar cabos a través de los comentarios que leyó cruzadamente en nuestros blogs. Un par de preguntas directas y estábamos listos, me había descubierto.
Y resulta que a Eleu no le disgustaba el personaje, pero le asustaba, pues lo encontraba egocéntrico, cambiante y un poco inmaduro. Y conociéndome a mí, tenía susto de que yo me embalara con algo que en verdad podía morir tan rápida y extrañamente como había nacido.
Le hice la promesa de no entregarme por completo al asunto, a la vez que, secretamente, me burlaba de sus malos augurios y me daba lata su negrura. Pero bueno, esto no me iba a pasar a mí, pensé, y le eché para adelante.
A mediados de octubre ya tenía una nutrida carpeta en mi computador con mails, conversaciones, fotos y músicas intercambiadas con Alberto.
Estaba contenta, él también; nos acompañábamos, aconsejábamos, esperábamos el final del día para contarnos mil cosas.
Yo pasaba por un momento terrible en mi trabajo, estaba medio cortada con mi familia, y él me cayó como un regalo de cielo, ese break al final de una jornada asquerosa, que compensa y equilibra todo lo demás.

Un día, en medio de cualquier cosa, le propuse que nos conociéramos en persona.
Se trabó entero, le dio vergüenza, miedo, nervio, todo mezclado.
Filo, no es esencial, pensé, y cambié radicalmente de tema. Las cosas se irán dando de a poco, rematé en mi cabeza.
A esas alturas las cosas iba viento en popa, imagínense que hasta habíamos empezado a hablar de vivir juntos, y no en broma o como lo hacen los niños, jugando a imaginar, sino de verdad; con plata, ubicaciones y expectativas de por medio.
Me gustas mucho” me dijo, casi a continuación, y eso me hizo caerme, literal y emocionalmente, de la silla.
Él me regaló una canción, de letra y melodía que simplemente hacen que a uno se le llenen los ojos de lágrimas.
Yo le regalé A primera Vista, de Pedro Aznar, mi canción favorita de todas las que conozco, y él también se enamoró de ella.
Eleutherio me preguntaba casi a diario cómo iban las cosas y se alegraba por mí, pero nunca olvidaba, al final de nuestras conversaciones, agregar: "tenga cuidado mi niña, tenga cuidado, usted es una mujer muy apasionada para sus cosas, no le vaya a ir mal".
Pero yo ya tenía una imagen en mi cabeza de Alberto. Era un hombre muy recto, de esos que odian la mentira más que cualquier otra cosa pues la han vivido en carne propia. Un hombre de relaciones verdaderas, poco dado a jugar con las mujeres; un hombre muy inteligente, honesto, sencillo, culto y genial en muchos aspectos. Pero también retraído, con una autoestima emocional un poco dañada, huidizo y a veces inestable.
Lo triste de todo esto es que yo lo quería mucho.
Y no es triste porque quererlo haya sido una pérdida de tiempo, sino más bien porque creo que nunca entendió que yo podía quererlo, que alguien podía quererlo en realidad, así simplemente, sin segundas intenciones, sin ganas de dañarlo, de dejarlo, de engañarlo, de terminar de partirlo. Y no solo como una pareja, sino como un amigo, una persona a la cual has llegado a admirar, a sentir cerca, a preocuparte por su existencia.
Ahora me pregunto… ¿estaba enamorada? No tengo idea, pero de verdad no creo. Encantada quizás, interesadísima, de todas maneras. Me faltaba algo, lo concreto, no porque quisiera chequear su apariencia, que ya conocía por fotos y que me tenía tranquila, era más bien ese sentir que la persona es real, de carne y hueso, que no sólo te satisface su escritura, sino también su voz, su mirada, su caminar, su actitud contigo. La manera en que te escucha, en que te observa, como te trata…
Por fin, un día a fines de noviembre, él me extendió la invitación formal…
Te invito a que nos veamos las caras” lanzó.
¿Cómo explicarlo?
Fácil.. por segunda vez en poco tiempo, me caí de la silla. Esta vez no literalmente. Al fin iba a conocer a Alberto… antes de que terminara noviembre, para ser más exactos.
Amé, y todavía amo, esa sensación increíble de estar esperando al viejito pascuero, o mi cumpleaños, que no tenía desde que era muy chica.


Continuará…

lunes, 30 de enero de 2006

Paréntesis

Creo que hace muchos años no estaba tan tranquila, tan contenta, tan relajada.

Esto de las vacaciones me ha hecho mucho bien.

En un lugar paradisíaco, rodeada de mi familia, mi día se compone básicamente de las siguientes actividades:

- Levantarse y salir a trotar
- Bañarse en el lago
- Almorzar en calma y con buena sobremesa
- Dormir siesta
- Bajar a la playa
- Tomar té
- Resolver sudokus o jugar naipes con mamá
- Cocktail con conversacion de actualidad, politica u otros temas de alto impacto, alta densidad o alto peligro de rosca (religiosamente todos los días a las 7, a emborracharse en masa)
- Comida
- Lectura hasta muy tarde

Todo sazonado con muy buena música y el más increíble paisaje de fondo.

Ayer, sentada con mi hermana Caco en su pequeño, acogedor y precioso living con vista a los volcanes y al lago, copa de vino blanco en mano, comentábamos la suerte que teníamos de estar aquí. De como nos tomó gran parte de la vida reconciliarnos con este lugar, que odiabamos cuando chicas por lo aislado y solitario, bien fome para adolescentes que añoran el tumulto taquillero...
Bueno, la Caco tiene diez años más que yo y hace rato que sentó cabeza.
Yo, todavía más pendeja, a veces siento la opresión del silencio y de estar tan lejos de la maravillosa civilización que me acuna día a día.
Dicen que la solidez y profundidad del alma se miden por la cantidad de tiempo que puedes estar en silencio.
La mia parece ser todavçia un ente en incipiente expansión, al 10 por ciento quizas de su potencialidad maxima...
En fin...
Para eso agarro el auto, me arranco al pueblo de una sola calle pavimentada y dos computadores con internet, que queda a 45 minutos en camioneta, y vengo a asomarme a este sitio que me es tan conocido y querido por un rato... para luego volver a mi retiro espiritual, que a pesar de lo difícil que a ratos se me hace, es, innegablemente, un descanso para mi alma que en tantas oportunidades es un vil enredo.

Hasta ahora:

Leído:
Santa María de las Flores Negras, de Hernán Rivera Letelier

Sudokus resueltos:
Diez en nivel fácil

Arrancadas a Internet:
Dos


Sorry por las faltas de ortografia y acentos, este teclado esta mal configurado y ademas el relojito con la cuenta corre sin parar....

Los dejo con una historia que escribi en el laptop de la Caco en estos dias....

El que se acuesta con niños…. Parte I

Hace como dos meses que ando francamente atragantada con algo que me pasó.
No había querido escribirlo, porque el protagonista a veces me lee.
(Supongamos que todavía me lee).
Pero bueno, para eso inventé este blog.
Para evitarme visitas al sicólogo,
Para echar afuera.
Así que nada… lo cuento.
Lo único que haré es modificar ciertos datos, porque respeto la privacidad de esta persona, a la que llamaremos Alberto, y no pretendo herirlo, ridiculizarlo o vengarme. Tan solo quiero, y necesito de verdad, desahogarme.

Todo comenzó, casi junto con mi blog, en julio.
Empecé a escribir de asfixiada, de parqueada, de curiosa.
Nunca me esperé que aparecieran tantos y tan diversos comentaristas.
Y que empezara a hacer amigos de verdad. Como Eleutherio, mi más fiel y eterno seguidor y hoy en día amigo. En carne y hueso, Messenger y celular.

Siempre que alguien me visita en el blog, le doy una vuelta a su página y me entero de las cosas que escribe. Y si me gusta, le comento de vuelta y lo agrego a mis favoritos, para seguirle la pista.
Así fue como Alberto y yo empezamos, primero, a comentarnos y leernos mutuamente.
Presos ambos por la prosa, valiente y honesta, del otro.
Él era un poco menor que yo, y en todo distinto a mí. Ideas políticas, religiosas, familiares, intelectuales. Sin embargo, con mucho en común. Gustos sobre literatura, amor por la música, creencias acerca de la amistad y las relaciones.
Interesante, muy interesante.
Él mostraba además en su blog, su verdadero nombre y el rostro, a través de fotos.
Yo me ocultaba lo más que podía.
Pasamos algo menos de dos meses leyéndonos atentamente, cuando decidí darle un vuelco al asunto y le pedí a través de mi propio blog que me mandara un mail, para conversar más personalmente, ya que él, de un día para otro, había dejado de admitir comentarios en el suyo y tampoco había una dirección electrónica de contacto en su perfil.
También le ofrecía mostrarle mi rostro, e intercambiar algunas informaciones más personales que no quería revelar públicamente.
Tal como lo habíamos hecho con Eleutherio.
Demoró como cuatro días.
Su mail llegó a fines de septiembre, y desencadenó una ola de “cartas”, diría que unas tres o cuatro diarias, durante algo así como tres días.
Hasta que el próximo paso lo dio él, pidiéndome mi dirección de MSN.
- Quiero sentir el vértigo de MSN contigo - dijo textual.
Me costó otorgar esa concesión, ya que mi dirección en este medio consiste en mi verdadero nombre y apellido, y hasta el momento solo Eleu conocía mi identidad completa.
Al hacer esto traicionaba el principio número uno de mi blog: El anonimato.
Pero bueno, Alberto no era cualquiera, y creí que valdría la pena el esfuerzo.
Lo añadí a mi lista de contactos y ese mismo día estuvimos como dos horas conversando, cosa que inmediatamente se hizo una costumbre casi cotidiana.
Mientras tanto, crecía cierta atracción mutua, un interés recíproco, sazonados con pequeñas grandes declaraciones del tipo “te he echado de menos”, o “me acordé de ti todo el día”, “esperaba verte conectada para que conversáramos” y, la que más me gustó lejos, “eres irresistible”.
Las cosas agarraban vuelo, y juro que no es idea mía, nos quedábamos a veces hasta las cuatro de la mañana hablando de cualquier cosa, contándonos anécdotas tontas de cuando éramos chicos, compartiendo nuestras canciones favoritas y escuchándolas juntos; hasta dejamos de salir con nuestros amigos un viernes para conversar.
A estas alturas yo me sentía a bordo de una montaña rusa. Era una experiencia interesante, adrenalínica, alucinante, única.
¿Qué éramos? ¿Para dónde íbamos? Daba lo mismo, no me interesaba mucho en verdad. He aprendido con el tiempo a no hacerme grandes expectativas acerca de las cosas en una primera instancia, y a gozar intensamente de los momentos.
Y créanme que cada día tenía su momento.
Entonces pasaros dos cosas notables:
- Mis compañeros de trabajo se dieron cuenta de que algo me traía entre manos, por lo contenta y cantarina que me veían.
- Eleutherio dio la voz de alarma.

¿Y yo? Yo andaba como drogada por la vida, disfrutando de mis quince minutos de intensidad por la red…


Continuará…

jueves, 26 de enero de 2006

Tonta de Mí

Me odio.
Simple y llanamente.
Por arrastrada, ilusa, tonta y más encima reincidente.
Cada vez que me va como el ajo con los hombres juro que nunca más, jamás de los jamases, me vuelve a pasar.
Y adivinen qué.
Me pasa otra vez.
¿Se acuerdan de Pato?
Yo podría haberme largado al sur hace como dos semanas, pero un coqueteo por mensajes de texto y dos salidas más con este personaje me fueron anclando a la ciudad.
Como el miércoles se cumplía más de una semana sin verlo ni saber de él, anduve despertando del sueño y partí a comprarme pasajes para el viernes.
Inamovibles.
Irrefutables.
Pero...
Hoy en la tarde, a eso de las dos, mensaje encantador de este señor.
Me avisaba que se estaba dando nuevamente en el cine Normandie una película de la que habíamos hablado mucho en una de nuestras salidas, y que yo había manifestado ganas de ver.
Decidí llamarlo de vuelta, para no andarnos con más rodeos, y ver qué pasaba.
Si finalmente me invitaba a salir otra vez o no.
Aunque eso significara tener que cambiar mi pasaje de día.
Dispuesta a todo.
Hablamos un rato, muy ameno, pero de invitaciones nada.
Derrepente...
- Oye Sombra, te cuento que estoy en medio de algo súper importante aquí en la pega así que te voy a tener que colgar. Pero hablemos más tarde, ¿ya?
La pelotuda de mí, pegada a mi apéndice-celular por el resto de la tarde.
Y nada.
Nunca llamó.
Así que no pienso cambiar los putos pasajes.
Por mucho que me duela.
Por mucho que él sea encantador, inteligente, simpático y culto.
No.
Porque me dio por pensar hoy que es un poco injusto que siempre sea yo la que está dispuesta a todo.
A cambiar mis planes.
A dejar de fumar.
A escuchar música distinta.
A ir a ver películas que ni me tincan.
A adaptarme a los amigos de él.

De verdad creo que esto es un problema.
Aunque alguna vez mi gran amigo Hugo haya hecho alarde delante de sus amigos de que yo era una de las únicas mujeres que él conocía que estaba dispuesta a vivir en carne propia eso del "contigo pan y cebolla" por amor.
¿Y cuándo mierda va a aparecer un hombre para mí que esté dispuesto a escucharme, acompañarme y renunciar a ciertas cosas de su vida sólo por amor?

Me da susto cambiar tanto por alguien que deje de ser yo misma.

Basta.
Le hace mal a mi autoestima.
Me da rabia, pena y me desilusiona.
No tanto de los hombres mismos, como de mi persona.

Mañana me voy.
Eso es un hecho.

Pero seguirán sabiendo de mí.
A muchos kilómetros de un "computador" con "conexión" a internet, me las arreglaré para seguir apareciendo. Mas espaciada, más breve, pero apareciendo igual.
Retroceder nunca, rendirse jamás.
Y eso, señores y señoritas, también es un hecho.