jueves, 3 de agosto de 2006

Rock Princess

No sé qué es lo que me pasa.
Me voy por un semestre afuera. Todo relacionado con mi trabajo. No veré a mis amigos, a mi familia, no podré escribir este blog.
Es como si me estuviera despidiendo del mundanal ruido para siempre.
Y lo estoy pasando fantástico.
Porque voy a volver. Y va a ser para mejor.

El otro día fui a Zara y me compré una polera negra con brillitos, nada más lejano a lo que suelo usar.

Hoy, mis compañeras de trabajo me invitaron a tomarme un trago de despedida.
Yo, muy Rock & Roll Beauty con mi polera, uñas rojas, aros largos, rojos y estilosos y gorro de lana (rojo también) para el frío, partí al lugar de la cita.

Y maté.
No es hueveo que el mozo me coqueteó todo el rato. Y mis amigas dicen que yo a él también.
Estaba bien bueno el cabro, para qué les voy a mentir.
Después, nos paramos al baño y un tipo de unos cuarenta, pero tincudo, me quedó mirando fijamente. A la ida y a la vuelta.
Me reí, y con ganas. Con picardía. Sabiendo que no pasa nada, que todo es un juego.

Puede ser que sienta que no tengo nada que perder.
Puede ser que en mi cara ya se esté reflejando la alegría de saber que lo que se viene me va a hacer demasiado bien. Que ya me está beneficiando, de hecho.
Puede ser que esté relajada y entregada a lo que el destino me ponga por delante.
Puede ser también que esté explotando esa faceta de semi-diva que siempre he llevado en mi interior y que me he ocupado siempre de ocultar un poco, por convenciones sociales, por la educación espartana que me inculcaron, donde el rouge, el barniz de uñas y la peluquería no solo eran accesorios, sino absolutamente pecaminosos en exceso.
Ese yo que sueña con ser cantante famosa, pero no tipo Myriam Hernández sino más bien tipo Pink o Gwen Stefani.
La yo hueca, como le dice mi amiga Pacita. Esa que fue a hacerse un nuevo look el sábado, medio aleonado, medio casual, que se pinta los ojos y responde con firmeza la mirada de los hombres. Que usa escote y no se preocupa de que se le vea un poquito más de lo que está acostumbrada a mostrar.

Probablemente mañana me levante y vuelva a ser la misma de siempre.
Con mis jeans típicos, uñas limpias y cortas, ni una gota de pintura y polera lisa y simple.
Pero no importa.
Mañana salgo a almorzar con un amigo para despedirnos.
Y esa es la otra yo que vive en mí. Y que también me gusta.
Que no mira hacia las otras mesas, que se siente incómoda si se siente observada, que no ve el camino al baño del lugar como una pasarela.
Que busca la seguridad de los que la quieren para ser, así no más, simplemente.

Estoy feliz con mis dos yo.
Esos dos yo que se despiden de su realidad de manera tan distinta, pero en ambos casos tan sentida y emocionada, tan agradecida y sintiéndose tan querida por todos.

Quedan solo ocho días para partir.
Mientras tanto, que convivan pacíficamente el Rock & Roll y la suave música de la risa de mis amigos.