lunes, 30 de enero de 2006

Paréntesis

Creo que hace muchos años no estaba tan tranquila, tan contenta, tan relajada.

Esto de las vacaciones me ha hecho mucho bien.

En un lugar paradisíaco, rodeada de mi familia, mi día se compone básicamente de las siguientes actividades:

- Levantarse y salir a trotar
- Bañarse en el lago
- Almorzar en calma y con buena sobremesa
- Dormir siesta
- Bajar a la playa
- Tomar té
- Resolver sudokus o jugar naipes con mamá
- Cocktail con conversacion de actualidad, politica u otros temas de alto impacto, alta densidad o alto peligro de rosca (religiosamente todos los días a las 7, a emborracharse en masa)
- Comida
- Lectura hasta muy tarde

Todo sazonado con muy buena música y el más increíble paisaje de fondo.

Ayer, sentada con mi hermana Caco en su pequeño, acogedor y precioso living con vista a los volcanes y al lago, copa de vino blanco en mano, comentábamos la suerte que teníamos de estar aquí. De como nos tomó gran parte de la vida reconciliarnos con este lugar, que odiabamos cuando chicas por lo aislado y solitario, bien fome para adolescentes que añoran el tumulto taquillero...
Bueno, la Caco tiene diez años más que yo y hace rato que sentó cabeza.
Yo, todavía más pendeja, a veces siento la opresión del silencio y de estar tan lejos de la maravillosa civilización que me acuna día a día.
Dicen que la solidez y profundidad del alma se miden por la cantidad de tiempo que puedes estar en silencio.
La mia parece ser todavçia un ente en incipiente expansión, al 10 por ciento quizas de su potencialidad maxima...
En fin...
Para eso agarro el auto, me arranco al pueblo de una sola calle pavimentada y dos computadores con internet, que queda a 45 minutos en camioneta, y vengo a asomarme a este sitio que me es tan conocido y querido por un rato... para luego volver a mi retiro espiritual, que a pesar de lo difícil que a ratos se me hace, es, innegablemente, un descanso para mi alma que en tantas oportunidades es un vil enredo.

Hasta ahora:

Leído:
Santa María de las Flores Negras, de Hernán Rivera Letelier

Sudokus resueltos:
Diez en nivel fácil

Arrancadas a Internet:
Dos


Sorry por las faltas de ortografia y acentos, este teclado esta mal configurado y ademas el relojito con la cuenta corre sin parar....

Los dejo con una historia que escribi en el laptop de la Caco en estos dias....

El que se acuesta con niños…. Parte I

Hace como dos meses que ando francamente atragantada con algo que me pasó.
No había querido escribirlo, porque el protagonista a veces me lee.
(Supongamos que todavía me lee).
Pero bueno, para eso inventé este blog.
Para evitarme visitas al sicólogo,
Para echar afuera.
Así que nada… lo cuento.
Lo único que haré es modificar ciertos datos, porque respeto la privacidad de esta persona, a la que llamaremos Alberto, y no pretendo herirlo, ridiculizarlo o vengarme. Tan solo quiero, y necesito de verdad, desahogarme.

Todo comenzó, casi junto con mi blog, en julio.
Empecé a escribir de asfixiada, de parqueada, de curiosa.
Nunca me esperé que aparecieran tantos y tan diversos comentaristas.
Y que empezara a hacer amigos de verdad. Como Eleutherio, mi más fiel y eterno seguidor y hoy en día amigo. En carne y hueso, Messenger y celular.

Siempre que alguien me visita en el blog, le doy una vuelta a su página y me entero de las cosas que escribe. Y si me gusta, le comento de vuelta y lo agrego a mis favoritos, para seguirle la pista.
Así fue como Alberto y yo empezamos, primero, a comentarnos y leernos mutuamente.
Presos ambos por la prosa, valiente y honesta, del otro.
Él era un poco menor que yo, y en todo distinto a mí. Ideas políticas, religiosas, familiares, intelectuales. Sin embargo, con mucho en común. Gustos sobre literatura, amor por la música, creencias acerca de la amistad y las relaciones.
Interesante, muy interesante.
Él mostraba además en su blog, su verdadero nombre y el rostro, a través de fotos.
Yo me ocultaba lo más que podía.
Pasamos algo menos de dos meses leyéndonos atentamente, cuando decidí darle un vuelco al asunto y le pedí a través de mi propio blog que me mandara un mail, para conversar más personalmente, ya que él, de un día para otro, había dejado de admitir comentarios en el suyo y tampoco había una dirección electrónica de contacto en su perfil.
También le ofrecía mostrarle mi rostro, e intercambiar algunas informaciones más personales que no quería revelar públicamente.
Tal como lo habíamos hecho con Eleutherio.
Demoró como cuatro días.
Su mail llegó a fines de septiembre, y desencadenó una ola de “cartas”, diría que unas tres o cuatro diarias, durante algo así como tres días.
Hasta que el próximo paso lo dio él, pidiéndome mi dirección de MSN.
- Quiero sentir el vértigo de MSN contigo - dijo textual.
Me costó otorgar esa concesión, ya que mi dirección en este medio consiste en mi verdadero nombre y apellido, y hasta el momento solo Eleu conocía mi identidad completa.
Al hacer esto traicionaba el principio número uno de mi blog: El anonimato.
Pero bueno, Alberto no era cualquiera, y creí que valdría la pena el esfuerzo.
Lo añadí a mi lista de contactos y ese mismo día estuvimos como dos horas conversando, cosa que inmediatamente se hizo una costumbre casi cotidiana.
Mientras tanto, crecía cierta atracción mutua, un interés recíproco, sazonados con pequeñas grandes declaraciones del tipo “te he echado de menos”, o “me acordé de ti todo el día”, “esperaba verte conectada para que conversáramos” y, la que más me gustó lejos, “eres irresistible”.
Las cosas agarraban vuelo, y juro que no es idea mía, nos quedábamos a veces hasta las cuatro de la mañana hablando de cualquier cosa, contándonos anécdotas tontas de cuando éramos chicos, compartiendo nuestras canciones favoritas y escuchándolas juntos; hasta dejamos de salir con nuestros amigos un viernes para conversar.
A estas alturas yo me sentía a bordo de una montaña rusa. Era una experiencia interesante, adrenalínica, alucinante, única.
¿Qué éramos? ¿Para dónde íbamos? Daba lo mismo, no me interesaba mucho en verdad. He aprendido con el tiempo a no hacerme grandes expectativas acerca de las cosas en una primera instancia, y a gozar intensamente de los momentos.
Y créanme que cada día tenía su momento.
Entonces pasaros dos cosas notables:
- Mis compañeros de trabajo se dieron cuenta de que algo me traía entre manos, por lo contenta y cantarina que me veían.
- Eleutherio dio la voz de alarma.

¿Y yo? Yo andaba como drogada por la vida, disfrutando de mis quince minutos de intensidad por la red…


Continuará…

jueves, 26 de enero de 2006

Tonta de Mí

Me odio.
Simple y llanamente.
Por arrastrada, ilusa, tonta y más encima reincidente.
Cada vez que me va como el ajo con los hombres juro que nunca más, jamás de los jamases, me vuelve a pasar.
Y adivinen qué.
Me pasa otra vez.
¿Se acuerdan de Pato?
Yo podría haberme largado al sur hace como dos semanas, pero un coqueteo por mensajes de texto y dos salidas más con este personaje me fueron anclando a la ciudad.
Como el miércoles se cumplía más de una semana sin verlo ni saber de él, anduve despertando del sueño y partí a comprarme pasajes para el viernes.
Inamovibles.
Irrefutables.
Pero...
Hoy en la tarde, a eso de las dos, mensaje encantador de este señor.
Me avisaba que se estaba dando nuevamente en el cine Normandie una película de la que habíamos hablado mucho en una de nuestras salidas, y que yo había manifestado ganas de ver.
Decidí llamarlo de vuelta, para no andarnos con más rodeos, y ver qué pasaba.
Si finalmente me invitaba a salir otra vez o no.
Aunque eso significara tener que cambiar mi pasaje de día.
Dispuesta a todo.
Hablamos un rato, muy ameno, pero de invitaciones nada.
Derrepente...
- Oye Sombra, te cuento que estoy en medio de algo súper importante aquí en la pega así que te voy a tener que colgar. Pero hablemos más tarde, ¿ya?
La pelotuda de mí, pegada a mi apéndice-celular por el resto de la tarde.
Y nada.
Nunca llamó.
Así que no pienso cambiar los putos pasajes.
Por mucho que me duela.
Por mucho que él sea encantador, inteligente, simpático y culto.
No.
Porque me dio por pensar hoy que es un poco injusto que siempre sea yo la que está dispuesta a todo.
A cambiar mis planes.
A dejar de fumar.
A escuchar música distinta.
A ir a ver películas que ni me tincan.
A adaptarme a los amigos de él.

De verdad creo que esto es un problema.
Aunque alguna vez mi gran amigo Hugo haya hecho alarde delante de sus amigos de que yo era una de las únicas mujeres que él conocía que estaba dispuesta a vivir en carne propia eso del "contigo pan y cebolla" por amor.
¿Y cuándo mierda va a aparecer un hombre para mí que esté dispuesto a escucharme, acompañarme y renunciar a ciertas cosas de su vida sólo por amor?

Me da susto cambiar tanto por alguien que deje de ser yo misma.

Basta.
Le hace mal a mi autoestima.
Me da rabia, pena y me desilusiona.
No tanto de los hombres mismos, como de mi persona.

Mañana me voy.
Eso es un hecho.

Pero seguirán sabiendo de mí.
A muchos kilómetros de un "computador" con "conexión" a internet, me las arreglaré para seguir apareciendo. Mas espaciada, más breve, pero apareciendo igual.
Retroceder nunca, rendirse jamás.
Y eso, señores y señoritas, también es un hecho.

miércoles, 25 de enero de 2006

La confianza

No tengo idea a pito de qué, pero me encontré pensando seriamente en el tema de la confianza.
Cómo, cuándo y por qué llega uno a confiar en las personas.
Y en los tipos de confianza que existen.

Por ejemplo, para mí, existe una confianza práctica... esa que se podría denominar familiaridad.
Esa que te lleva a estar en una casa y sentirla como si fuera propia.
En mi caso personal, hay dos señales que me indican que estoy en territorio que me es familiar... poder abrir el refrigerador, aunque sea solo para curiosear (cosa que nunca jamás hago sin permiso, lo mismo que destapar ollas, me inculcaron desde chiquitita que eso era muy maleducado), y poder sacarme los zapatos. Plus absoluto: andar a pata pelada por todas partes y meterme a la cama del dueño o dueña de casa, aunque sea bajo el cubrecamas, para ver tele, conversar o escuchar música.
Si no estamos en una casa, la confianza se podría manifestar en poder comentar abiertamente que se tiene el calzón cuneteado y pedir ayuda para camuflar la maniobra de corrección de tan incómoda situación. O el poder bostezar sin tapujos, a boca cerrada, o abierta y correctamente (carreñamente) tapada con la mano.
Ah... aclaración importante... esta confianza no es tema de tiempo, he sido amiga por años de gente a la cual nica le toco el refrigerador y con la cual nunca llegué a sentarme más allá de la punta de la silla. Me pasó de hecho con un pololo que tuve por más de cinco años y nunca pude sentirme más que de visita en su casa. En cambio hay lugares donde he cruzado el umbral y he sentido la calidez de la bienvenida desde el primer minuto.

Luego viene la confianza más de fondo, la más difícil de lograr. Lo que yo llamaría intimidad.
La que permite contar las cosas más hilarantes, las más vergonzosas, las más tétricas, sin temor a ser juzgado, dejado de lado o reprimido por el otro.
Se nota porque la gente te mira muy directo a los ojos al hablar, sin miedo a que tú puedas leer la verdad en ellos, porque son veraces a la hora de responder preguntas, y frontales para felicitarte tanto como para retarte si consideran que hiciste una lesera.
Creo que esta confianza sí nace del tiempo, y florece cuando uno la va cultivando con experiencias compartidas y con el mostrarse tal cual uno es sin trancas.
Pero también es importante tener de base ese feeling de la primera impresión, que te da la pauta para darte cuenta de que esta que tienes al frente es una persona con la cual puedes intimar.

En fin...

Mi padre, que es un viejo muy sabio, dice que conocidos se tienen muchos y amigos unos pocos.
Puedo decir que amigos de verdad, a los que les muestro mi yo desnudo, a pata pelada y sonriente, tengo unos tres o cuatro.
Y creo ser afortunada, porque a pesar de ser sociable, abierta y acogedora, me he encontrado con pocas personas que simple y llanamente deseen compartir sus vidas tan a fondo como éstas.

Pero a ellos les debo en varios casos, el que esté de pie.

Y no me arrepiento, en ningún caso, de haberles abierto mi casa, mi cama y mi refrigerador.

sábado, 21 de enero de 2006

Obsesiones

Esto no va a ser fácil.
Eso pensé en un primer instante, cuando Anamariafeliciana me dejó tarea para la casa.
Porque yo (¿yo?) no soy mañosa, ni obsesiva. Para nada.
Ups.
Llevo más de 24 horas pensando en esta lista.
Y seleccionando mis peores mañas y obsesiones. Las más ridículas, las menos comunes, las más originales.
Pucha que tengo hartas. Soy más cuadrada que ingeniero alemán.
Bueno, y como además soy una alumnilla ejemplar, elijo sólo cinco para ilustrar que estas cosas suceden hasta en las mejores familias...

1. Ordenar los naipes

Cuando juego naipes con mi familia y amigos, tengo la manía de ir ordenando el montón del robo, o el de los descartes, cada tres o cuatro vueltas. Todos se ríen de mí y, obviamente, les encanta deshacer lo que hago. Qué le voy a hacer si me gusta que la cosa esté perfecta, ordenada y estética. Lo mismo pasa si jugamos algo con fichas, o dominó. Busco la perfección y la simetría.

2. Mirar los zapatos de la gente

Estoy convencida de que no hay nada que hable más de una persona que sus zapatos. No me importan las marcas, la vejez o la limpieza.
Pero el estilo sí.
Cada vez que conozco a alguien, le miro automáticamente los pies.
Me gustan las personas de zapatillas.
Me cargan los hombres de zapatos con hebilla o mocasines (con calcetines blancos, cual Michael Jackson, ¡mucho peor!).
Y las mujeres no me gustan si tienen chalas muy elaboradas o con demasiadas tiritas, brillos o cualquier faramalla muy producida.
Y sí. He descartado personas solo por este detalle idiota.
¿Será porque yo misma tengo una especie de obsesión con estos objetos, me compro miles y paso pegada en las vitrinas buscando mi próximo par?

3. Vaso de Coca Cola

Nunca jamás, no importa dónde o con quién esté, me acuesto sin un vaso de Coca light a mi lado.
La mayor parte de las veces ni me lo tomo, pero a veces despierto en la mitad de la noche con una sed tremenda y ahí agradezco mi precaución.
De hecho, si voy a ir a un lugar donde sé que no encontraré este preciado líquido, me llevo en la maleta, entre los calcetines y poleras, un set de latas o una botella.
Todo para la noche.
Es, en todo caso, una manía heredada, ya que mi padre hace lo mismo, pero con agua.

4. Lista de viajes

También una manía heredada de mi familia, ahora por el lado materno. Tengo, hace algunos años, una lista (hecha a computador y todo) con todo lo que necesito llevar para salir de viaje. Ya sea para un fin de semana en la playa o un mes en el Congo, todo lo que se me pueda ocurrir que voy a necesitar está ahí. Al ir haciendo la maleta voy tachando las cosas que ya eché. Nunca más se me quedó algo. Y nunca más me demoré más de veinte minutos en empacar, no importa el tamaño del viaje o su importancia. Claro que eso no quita que mis amigos, ex pololos y otros se rían de mí hasta el cansancio y me pongan en verguenza delante de desconocidos, relatando mi curiosa manía. Igual me agradecen cuando, en mitad de los viajes, les tengo que estar prestando pasta de dientes, hilo y aguja o un Panadol.

5. Usar reloj

En general no soy víctima de la hora, ni del tiempo gastado. Si estoy en un lugar y lo estoy pasando bien, me quedo hasta que me aburra, no hasta cierta hora prudente.
Lo único que sí respeto son los compromisos. Si quedo de llegar a un lugar a una hora, estén seguros que voy a estar ahí exactamente cuando dije que lo haría. Si es que no antes.
Por eso me da risa ser víctima del reloj. Porque no puedo, en verdad me supera, estar sin él.
Puedo tener hora en el celular, o en la radio del auto. Pero no es lo mismo.
Me gusta usar reloj.
Hasta para ducharme, bañarme en el mar y dormir.
Por eso me los compro siempre a prueba de agua, golpes, calor y energía nuclear.
Obsesión estúpida. Como todas las que nombré antes. Pero así soy, y veo difícil que llegue a cambiarlas.


¿Quiénes quiero que respondan esta misma cadena....?
Mmmm, vamos a ver.... me parecen interesantes:
- Eleutherio
- Bendito Ravotril
- Adriano
- Tadashi
- Carolita

miércoles, 18 de enero de 2006

A punto

No tengo idea por qué, pero pareciera que en este último tiempo siempre estoy a punto de algo.

Hace días que estoy a punto de partir fuera de Santiago.
Pero amigos, trámites, y también ciertos ojitos azules, me siguen dejando clavada a esta ciudad que se derrite de manera inclemente. También el hecho de darme cuenta de que, por mucho que ame dormir, el campo, leer en paz y tener largas horas de tranquilidad, estoy apegada a mi teléfono, a mi computador, al cine y la televisión por cable. Adicta a la tecnología que sé me va a faltar por mucho tiempo cuando me vaya.

Estoy a punto de irme de mi casa.
Pero todavía me falta un poco de plata, y la decisión que me empuje final y definitivamente fuera del nido.

Estoy a punto de llamarlo para ver si le ponemos coto a este asunto.
Pero al final siempre me acobardo y espero a que él me llame. Menos mal hasta ahora siempre lo ha hecho.

Estoy a punto de terminar de ordenar el caos que es mi pieza.

Estoy a punto de gritar de desesperación, por todo lo que quiero hacer, los lugares en que quiero estar, las personas que quiero poder ver, esa persona en especial a la que quiero poder decirle abiertamente cuánto la quiero, cuánto quiero ese beso que me puede dar.

Estoy a punto de estrangular a un par de personas que no se han portado bien. Algunas conmigo, otras con amigas y amigos que veo que lo están pasando mal.

Estoy a punto de quedarme dormida.

Cuando era chica (sí, las mujeres pensamos mucho en esto desde bien péndex), y me imaginaba el futuro, me veía a mí misma, a mi edad actual, casada y con cabros chicos. Pensaba que la edad ideal para casarse era tipo 23, máximo 24.

Cuando tenía unos veinte, quería casarme, pero mi meta era tipo 26 o 27. Cuando hubiese sacado adelante mi carrera y mi trabajo fuera sólido. (Por lo menos eso si lo logré. Nunca tan looser).

De hecho, a los 26, estuve al borde del matricidio. Porque ahora estoy segura de que eso habría sido.

Ahora, dos años después, ni siquiera sé si quiero casarme.

Lo que sí quiero es llegar a los 30 con un buen plan, a largo plazo, estable, satisfactorio para mí.

Saber, más o menos, para donde va la micro.

Si voy a tener hijos.
Y una pareja estable que me quiera y a quien querer.
Mi propia casa, o departamento, y llevar las riendas de mi día a día.

No es tanto lo que pido, ¿o sí?

Un día, hace un año más o menos, y estando muy deprimida, casi desesperada diría yo, llamé al Feña por teléfono, llorando.
Como todo hombre, se apanicó con mis lágrimas y me empezó a retar.
Que para qué mierda había terminado con el Gringo si iba a andarle llorando.
Que por qué chucha lloraba por no saber qué iba a ser de mí, si en el fondo siempre había sido lo mismo, pero que antes no me había dado cuenta. Que el destino juega con nosotros y que todo puede cambiar en segundo, planes de por medio o no.

Gracias amigo. Si hubiese estado a punto de suicidarme, creo que ahí mismo me tiraba por la ventana.

En fin... ahora, más tranquila, veo que igual algo de razón tenía.

No puedo controlar mi vida. No puedo saber lo que me va a pasar. No tengo idea donde mierda voy a estar parada a los 30 (en un año y medio más).

Sólo puedo decir, con seguridad, que no quiero estar más a punto. Y punto.

sábado, 14 de enero de 2006

Es tan corto el amor y tan largo el olvido...

El fin de semana pasado estuve en tu casa, Feña.
Sí, tu casa en la playa, esa a la que fuimos tantas veces con nuestros amigos.

Pero esta vez fue distinto.
Distinto, porque estaban tus hermanos, tus papás, tus perros, yo, pero no estaban nuestros amigos, no estabas tú.

Y también fue raro.
Porque me pusieron a dormir en tu pieza. En tu cama.

Desde que dejamos de ser amigos oficialmente, desde que dejamos de ser amantes en secreto, no he sabido más de ti.

Fueron casi diez años de amistad. Y seis meses de todo lo demás.

Y así como viniste de sorpresa, cambiaste mi vida y me regalaste una de las experiencias más fuertes que he vivido; así mismo desapareciste llevándote una parte importante de mí. De mi alegría, de mi entendimiento, de mi paz.

Ya no te espero. Ya no te quiero.

Pero es cierto que todavía te recuerdo, y a veces, sólo a veces, me dueles un poco.
Sobre todo cuando veo a tus papás, que me han querido siempre como a una hija.
A tus hermanos chicos, que me conocen hace tanto que no conciben una vida sin mi presencia.
A tu hermana, que de tanto verme en tu casa, me hizo una más de sus amigas del alma.
Me da pena que todos me hayan adoptado, que me cuenten como una más de la familia. Que me hayan dado llaves de su casa en Santiago y me inviten a veranear. Todos ellos, menos tú. El que me llevó ahí. El que más quise de todos.

¿Sabes? Al principio, cuando te fuiste y me hiciste entender, a través de tu odioso silencio, que ya estabas más interesado en mí, traté de alejarme. De no ir más a la casa de tus papás, de no aparecer en los cumpleaños, de no invadir tu espacio. Pero, ¿para qué?
Ellos casi no te ven. Ellos me quieren. Y yo a ellos. Si es verdad que no te importo, no te va a molestar que los vea. Y si así es, mala suerte. Nunca tuviste la delicadeza de pensar en lo que a mí me daba pena, rabia o me molestaba. Simplemente tomaste lo mejor y te lo llevaste. Lo consumiste, lo gastaste y desapareciste.

Así que cuando tu hermana me llamó para invitarme, no dudé ni un segundo y partí.
Cuesta estar en un lugar tan lleno de recuerdos, tan marcado por tu presencia. Más cuesta que llames por teléfono, que todos cuenten que estoy ahí y ni saludos me mandes. Como si no me conocieras. Vieras la pena silenciosa que sufren ellos. Que no entienden por qué me tratas así, pero ya no me lo dicen. Y eso que ni se imaginan la historia oculta que tuvimos. El verdadero dolor que me causaste.

Durante la noche, metida en tu cama, rodeada por los recuerdos y tu olor, se me hacía muy difícil dormir.Cansada de darme vueltas y más vueltas sin sentido, decidí levantarme.
Seis y media de la mañana.
La vista al mar más espectacular que conozco. Un amanecer colmado de gaviotas inquietas sobrevolando mi cabeza.
Prendí un cigarro, junto con él mi ipod.
Dejé que el azar seleccionara la canción…
La voz de Robert Smith me cantó al oído…


I've been looking so long at these pictures of you
that i almost belive that they're real
i've been living so long with my pictures of you
that i almost believe that the pictures are all i can feel

Remembering you standing quiet in the rain
as i ran to your heart to be near
and we kissed as the sky fell in holding you close
how i always held close in your fear
remembering you running soft through the night
you were bigger and brighter and whiter than the snow
and screamed at the make-believe
screamed at the sky and you finally found all your courage
to let it all go

Remembering you fallen into my arms
crying for the death of your heart
you were stone white so delicate lost in the cold
you were always so lost in the dark
remembering you how you used to be
slow drowned you were angels
so much more than everything
oh hold for the last time then slip away quietly
open my eyes but i never see anything

if only i had thought of the right words
i could have hold on to your heart
if only i'd thought of the right words
i wouldn't be breaking apart
all my pictures of you

Looking so long at these pictures of you
but i never hold on to your heart
looking so long for the words to be true
but always just breaking apart
my pictures of you

there was nothing in the world that i ever wanted more
than to feel you deep in my heart
there was nothing in the world that i ever wanted more
than to never feel the breaking apart
my pictures of you

Y pensé…
¿Cuánto demora el amor en morir?
¿Cuánto demora uno en dejar de querer a alguien, por mucho que lo haya herido?
¿Cuándo puede, realmente, decir que lo ha olvidado?

Sé que no volvería a estar contigo.
Pero sé también que todavía me afectas.
Y espero, ansiosa, el día en que pueda decirte, de manera absolutamente cierta, que ya no eres nadie para mí.

lunes, 9 de enero de 2006

Pato

En un post anterior les conté algo sobre el primo de la Angélica, Pato, con el que salí una vez.
En aquella oportunidad creí que todo quedaría ahí, porque nunca en mi vida he obtenido frutos que de verdad valgan la pena de una cita a ciegas. Pero al parecer estaba equivocada.

A fines de diciembre le conté a la Angélica que iba a pasar este fin de semana que acaba de terminar en un conocido balneario de la zona central con algunos amigos. Se lo conté básicamente porque sé que ella veranea ahí y creí que sería bueno juntarnos, si es que las cosas se daban.

El jueves me llamó por teléfono y me contó que no sólo estaría ahí, sino que además había planeado un almuerzo para el domingo, y que más me valía asistir, porque había invitado a su primo Pato y él, sabiendo que yo estaría presente, había accedido de buen grado a montarse en un bus de esos interprovinciales de mala muerte, para unírsenos. Trata de dormir hoy en la noche... terminó su informativo la Angélica entre risas, y me cortó.

Antes de seguir tengo que aclarar que, si les mostrara una foto de Pato, dos aspecto saltarían inmediatamente a la vista:
1. El hombre en cuestión no representa ni un día más de veinte años, la cara de universitario principiante no se la saca nadie, y eso que en la realidad tiene exactos veintinueve.
2. Nadie puede ser más desabrido y hasta nerd. ¿Cómo graficarlo? Fácil. El cabro parece recién sacado de una de esas publicidades bien gringas y pasteles (en color y actitud) de Polo Ralph Lauren.

Ahora, si alguien de por aquí me conoce realmente, surge, espontáneo, un tercer comentario:
3. Qué manera de no ser mi tipo este tipo. Es decir, ya aclaré que se viste como publicidad de vida de ensueño tipo Alto las Condes. Camisa de color claro y corte ultra tradicional, meticulosamente metida dentro del pantalón Dockers con cinturón de cuero, pelo cortado como para ir al colegio, bastante alto y con ademanes controlados y discretos. Además, su pelo rubio, ojos azules y facciones bien modeladas tampoco ayudan. A mí que siempre me han gustado morenos, chascones y, regalo de las experiencias pasadas, narigones y hasta feotes (nuevamente, moriría por mostrarles una foto de mi ex pololo). De hecho, cuando lo ví por primera vez, pensé de dónde salió este ganso, y qué estaba pensando la Angélica cuando nos juntó.

Pero (y lo impresionante es que siempre hay un pero) el hombre abre la boca y todo cambia.
Ahí aflora el bohemio que lleva dentro, el cinéfilo ávido y apasionado, fluyen la cultura, la inteligencia, los puntos de vista interesantes, el sentido del humor brillante y una manera de mostrar todo lo anterior sencilla, humilde y muy entretenida.
Desaparece el ingeniero de profesión y apariencia y surge el ser que ha estado buscando desesperado un departamento para comprar y convertir en el loft de sus sueños, el tipo que sueña con ir a París sólo para sentarse en las pequeñas cafeterías en las cuales tantos filósofos y escritores dieron vida a las obras maestras que ha leído en su totalidad, desdeñando absolutamente la torre Eiffel y los campos Elíseos; el personaje que busca estudiar cine para algún día realizar un documental o película tal como se la pinta en la cabeza.

Definitivamente conversar con él se convierte en gimnasia intelectual. Te obliga a estar atenta, despierta, al día y lista para justificar, rebatir, analizar y comparar ideas. Todo un desafío, que siento que a ratos me queda un poco grande, pero que me apasiona y entretiene al máximo. Hace mucho tiempo que no conocía a alguien así.

Volviendo al domingo, llegué a la casa de la Angélica, ensalada y estuche con CD´s en la mano, lista para enfrentarme a la multitud y aprovechar de conocer mejor al personaje.
Pero no contaba con la astucia de mi amiga.
El famoso almuerzo constaba sólo de ella, Pato y la que les habla.
Reconozco que por un momento me puse algo nerviosa, pero no me quedó otra que ponerme mi mejor sonrisa y capear el temporal de emociones.

La tarde se pasó volando al lado de la parilla, sin que en momento alguno faltaran la buena conversación, las risas y las anécdotas, los comentarios acerca de las últimas novedades del acontecer político, artístico (en el exacto sentido de la palabra) y otras yerbas. Cada cierto rato la Angélica se encargaba de dejarnos solos y seguíamos conversando, como si el mundo de verdad se hubiese detenido, y su ritmo sólo lo marcase la música que me encargué de poner para la ocasión, y que resultó ser de todo su gusto.

No tengo idea cómo, pero este hombre se las arregló para que yo terminara realizando sobre su espalda una sesión de mi especialidad máxima (modestia aparte), un masaje de relajación. Casi se nos queda dormido, mientras la Angélica se atiborraba de Coca light para evitar los ataques de risa y me disparaba miradas asesinas y decidoras.

Como a las siete de la tarde fuimos a depositar al bus al muchacho, junto con su sesudo libro de Foucault, lugar donde nos aseguró que por culpa del famoso masaje no creía ser capaz de avanzar más de dos páginas de la lectura en el viaje, y nos despedimos cariñosamente. Y aquí es donde me pongo realmente bestia, porque fui incapaz de arrancarle una promesa de volver a vernos, o de sugerirla al menos. Siempre me pasa lo mismo. Y me odio realmente por eso.

Apenas nos subimos al auto de vuelta con la Angélica, ésta comenzó a gritar cual quinceañera, ya que conociendo a su primo desde que usaba pañales, me aseguró que nunca lo había visto tan coqueto y a la vez tan relajado. Me garantizó que lo había pasado increíble y se abrazó a mí con la seguridad de que nuestro incipiente parentesco es un hecho consumado. Pocas veces me había sentido así de valorada y deseada por una persona como miembro de su familia, sin contar al involucrado en cuestión, of course.

Lo triste de todo este asunto es que yo no tengo la misma percepción del encuentro.
Es decir, tengo claro que lo pasamos muy bien, que la tarde se pasó volando, que los coqueteos estuvieron a la orden del día, pero un escepticismo firmemente plantado en mi cabeza me obliga a pensar que esto en verdad no significa nada y que es muy probable que todo quede aquí. La experiencia acumulada en el pasado, no muy feliz por cierto, me ha demostrado que ni la más romántica y prometedora de las citas asegura un futuro similar. Lo bueno quizás es que mis barreras se mantienen altas hace tiempo, y no suelo emocionarme, ilusionarme ni encandilarme con facilidad. Reconozco que me encantaría volver a verlo, pero si no vuelve a aparecer, no moriré. Y no lo digo por despecho, sino porque me conozco.

La media teleserie.

¿Opiniones?

Las agradecería de todo corazón. Duro, rocoso, escéptico, pero corazón al fin.

Pd: Sí, son las 4:29 am, y el insomnio está de vuelta, esta vez con el alto auspicio del calor reinante en mi pieza y en cierta forma, dentro de mi cabeza...

jueves, 5 de enero de 2006

La nueva Sombra

Jugando el día de año nuevo con mis amigos, bastante pasaditos algunos en los grados de alcohol, decidimos que todos nosotros debíamos renacer este año. Es decir, convertirnos en versiones mejoradas de nosotros mismos y acercarnos de alguna manera a nuestras metas.
El Rafa decidió que este año sí que se ponía a pololear (nunca lo ha hecho, y nosotros siempre lo molestamos con que va a ser un solterón mañoso irremediable)
La María decretó que quería bajar de peso y ser más playera (no tengo idea a qué se habrá referido con más playera... ¿jugar más paletas? ¿comer más palmeras? ¿bañarse más? ¿bajar a la playa? ¿engrupirse al salvavidas?. En fin, es su propósito, ella lo entenderá...)
El Guatón hizo una lista eterna de larga y la quemó en la parilla, sin contarnos nada a los demás (por estar demasiado curados según él, para captar la seriedad y profundidad del minuto). Guatón amargo.
Yo, por mi parte, decreté que iba a ser más espontánea, y que al fin iban a conocer a la verdadera yo. (Risas de por medio... en vez de ser espontánea iba a ser aún más cara de raja, según ellos). Eso en realidad fue lo oficial. Pero en mi interior hice una lista tipo Guatón, que quedó más o menos así:

- Primero que nada, y siendo fiel a lo que anuncié a mis amigos, pretendo seriamente ser más espontánea y dejar de pensar todo el tiempo en el qué dirán, en las consecuencias de mis actos, tanta mariguanza para dejar de hacer cosas y después arrepentirme. Mejor arrepentirse de lo hecho, porque hecho está.

- Gastaré mi tiempo libre en cosas que realmente me gustan, y estaré con las personas que verdaderamente me interesan.

- Me voy a enamorar. Filo con los sufrimientos. No pain, no gain; dicen por ahí.

- Voy a terminar de reconciliarme definitivamente con mi familia. Eso incluye conversar con algunas personas con las cuales tengo hoy una buena convivencia, pero con las cuales quedan ciertos temas pendientes. Y estar más con mis papás, aunque me cueste entenderlos, aunque me lateen sus sermones, aunque me pase que siento que vivimos en dos planetas completamente distintos.

- Voy a viajar. Antes de que el año termine vuelvo a salir. Destino de esta vez: Rapa Nui.

- Me voy a vivir sola. O con ese muchacho que tengo mirado hace un tiempo, y que comparte mis sueños de un loft armado a nuestra pinta y quizás qué otras cosas de a dos...

- Cambio radical de look: kilos menos, pelo distinto, un par de ajustes en el vesturio. Debo decir que ya empecé por ahí, cortándome el pelo y haciéndome una chasquilla... no será el cambio más importante, pero era de todas maneras el más rápido de hacer, y de todas maneras, el primero que la gente iba a notar. New Shadow with new look...

-

-

Lo mejor de esta lista es que está inconclusa. Porque no puedo, ni quiero, saber todavía todo lo que voy a hacer o lograr este año. Tampoco sé si es una lista útil, representativa, a la que le voy a ser fiel o que tenga alguna relevancia. Lo que sí me tiene contenta es mi nueva chasquilla y los efectos que causé con ella esta mañana en el metro...

lunes, 2 de enero de 2006

Lamparita que encandila los ojos

Este nuevo año me pilló volando bajo. Ni me di cuenta cuando había llegado y se había instalado entre los libros, los papeles y el ajetreo. Menos mal mis amigos tuvieron la precaución de tomar mi disminuída humanidad y llevarme a celebrar su arribo como corresponde. Nada como bailar con vista al mar... fue un fin de semana full emociones, de esos que al terminar te dejan una mezcla de alegría, bienestar y también pena, nostalgia y agotamiento.
El día viernes fue tiempo también de balances en el trabajo. Mi jefe me llamó a su oficina para la evaluación de fin de año y el muy desgraciado me hizo llorar, tantas fueron las cosas buenas que me dijo... mientras se dedicó a analizar mi desempeño laboral, todo bien. Pero cuando cerró la carpeta y se largó a decirme cosas sobre mi manera de ser, con la mirada fija en mis ojos y más serio que nunca, juro que no pude aguantarme. Como cabra chica, me tuve que sonar los mocos mientras el alter ego más fuerte que he tenido en lo profesional me manifestaba admiración y cariño de padre profundo. Cerró su análisis con una frase que creo quedará grabada a fuego en mi memoria, por ser el piropo más lindo que me han dicho nunca: "Eres una lamparita, Sombra. Mirarte encandila los ojos..." Terminamos abrazados los dos: él, con los ojos rojos y tratando de contener su emoción; yo, francamente desarmada y hasta con hipo, sollozando porque además los avatares laborales nos ponen en lugares distintos para el futuro y él no será más mi jefe. Voy a extrañar en serio su compañía, protección, calidez y generosidad. Es un jefe amable, transparente, que busca sacar lo mejor de los que lo rodean y que se interesa genuinamente por ver que uno surja como profesional y explote todo su potencial. Fue realmente un crecimiento enorme el estar bajo su alero, en todos los sentidos. Definitivamente una de las personas que me ha cambiado la vida.
Con respecto a sus piropos, en verdad no tengo mucha idea. Alguna vez una sicóloga me contó que basta con decir una vez algo malo a alguien, para que eso quede grabado en su memoria. Las cosas buenas que uno piensa del resto deben ser repetidas y demostradas con paciencia y constancia, pues entran a nuestras duras mentes con mucha dificultad. Quizás por eso tengo muy presentes mis falencias y me sorprendo cada vez que alguien me tira flores. Porque vivo barajando lo que he hecho mal, lo que debo cambiar, mejorar o erradicar, y, sin tener una autoestima enferma, cuando me miro al espejo, brillan más las facetas oscuras que las claras. Que sé que las hay. Que sé que no son pocas. Pero se ahogan, se sepultan bajo cerros de imperfección humana. Quizás un buen própósito para el 2006 sea, más que mejorar lo malo, sacarle partido a lo bueno.
Y pensando en el 2006, estoy más que segura de que éste va a ser mi año.
Después de un 2004 que claramente fue el peor año de mi vida, y de un 2005 que me gusta llamar de transición, se viene un tiempo que sólo me augura cosas buenas.
Porque este 2005 fue intenso. Fue el año en que conocí a un par de personas que me cambiaron la vida. En que pude ayudar, acompañar y cambiar la vida de otros. Y consolidé muchas de las amistades y relaciones que eran importantes para mí. En que escuché más música que nunca. En que conocí a Cesárea Evora, en que aprendí a hacer Sudokus, en que viajé a lugares maravillosos, y más de lo que nunca había viajado. En que me gané un premio por ser una de las mejores profesionales en mi oficina, en que publiqué mi primer trabajo escrito, aunque no sea el libro que he soñado desde siempre escribir. En que empecé este blog. En que tuve más citas a ciegas que en toda mi vida. En que trabajé más de lo que había imaginado que era capaz de trabajar. En que me reconcilié con mi ex, y de esa manera cerramos el capítulo en paz. En que de verdad me conocí a mí misma.
Pero también fue el año en que perdí a un par de personas importantes para mí, en manos de la muerte y del olvido. El año en que leí menos que nunca cosas que de verdad tenía ganas de leer. En que, una vez más, pospuse mi curso de fotografía, largamente anhelado, al igual que el yoga, el aprender en serio algún idioma y a tocar algún instrumento musical. En que vi menos de lo que quería a mi familia y a mis amigos de toda la vida. En que lloré poco, pero con mucha angustia y pena. En que me sentí a veces perdida, a veces eufórica, otras veces detenida en el tiempo y el espacio, en medio de una calma que destruye los nervios, porque nada es peor que la nada. En que me mandé un par de pastelazos, chicos pero que me dieron mucha rabia. En que una vez más me mintieron y me embaucaron, en que conocí algunos hombres despreciables y cobardes. En que no me enamoré ni una sola vez. En que fumé más que nunca y tuve más problemas de insomnio de los que soy capaz de contabilizar. Dormí poco y soñé muchas estupideces.
En fin. No hay mal que dure cien años, y creo que esta etapa ya se está acabando. Mi balance es tremendamente positivo, y le estoy agradecida a muchas personas por la felicidad que me trajeron. Espercialmente a los que me prestaron su hombro para llorar. A los que me acompañaron en mis largas horas de insomnio. A los que me enseñaron cosas. A los que me quisieron como soy. A los que me integraron a sus vidas. A los que me aconsejaron y escucharon. A los que me abrazaron. A los que me entendieron.
Especialmente quiero nombrar aquí al notable, inteligentísimo y leal Eleu, a la bruja, asertiva, cariñosa y maternal Cecilia, a mi admirado jefe, a mi pequeño angelito Domingo, al siempre oportuno, buen juez y partner inagotable de cine Javier, al talentoso, brillante y fiel Paul; y, por último, a la Angélica, que me busca marido, seca mis lágrimas y me hace reír.
Lo bueno de todo esto es que creo haberles dicho a todos, en algún momento, todo lo que los quiero, lo importantes que son en mi vida, y que espero haber sido un aporte en la de ellos también.
Y a ustedes, qué les digo?
Nada... solamente que queda Sombra para rato.