viernes, 28 de octubre de 2005

¿Cirugía de cuerpo? No, de alma.

Cómo reencantarse con las cosas simples de la vida.
Cómo rescatar esos momentos de bienestar absoluto que parecían abundar en la infancia y que hoy nos son tan esquivos.
No creo que la vida empeore a medida que vamos creciendo.
Creo más bien que perdemos el enfoque con la edad. Así como se nos acorta la vista, nos salen canas y arrugas, el alma también envejece. A veces de manera imperceptible. Otras, de manera rápida. A veces en cosas insignificantes. Otras, en grandes gestos, en batallas que comenzamos a dar por perdidas.
Me acuerdo que cuando chica esperaba con ansias la Navidad, mi cumpleaños, el día que comenzaban las vacaciones.
Hoy, no espero esos días. Se me aparecen, camuflados entre las grises rutinas cotidianas. "Andan días iguales persiguiéndose" dijo Neruda... y a mí se me escapa un mil veces más prosaico "conchesu..." cuando me doy cuenta que mañana está de cumpleaños mi mamá y todavía no le compro el regalo.
"A veces amanezco, y hasta mi alma está húmeda", continúa. Ya sé a qué te refieres, Pablo.
Por eso, hoy me decidí a ventilar la casa. Y en vez de hacerme cargo de la literal ruma de papeles que tenía que resolver para ayer, me senté como indio en el pasto, cigarro y taza de café en mano, de cara al sol, rodeada de mis compañeros de trabajo más cercanos. Durante una exquisita y perfecta hora, hablamos. De nuestros muertos, de nuestras penas, de las risas, de los hijos (aquellos que los tienen), de nuestras ilusiones y miedos.
Escuché, me conmoví, me sorprendí, aprendí. Fui feliz, extremadamente feliz. En medio de la vorágine cotidiana, nos dimos un recreo. Gané mucho y dudo que haya retrocedido demasiado en mis trámites burocráticos. Y si así fue, siento que de todas maneras valió la pena el tiempo invertido, porque ahora miro de otra manera a mis compañeros de trabajo. Porque estamos más cerca. Porque nos pasan las mismas cosas. Porque no estoy sola. Porque, en definitiva, hay menos humedad y casi ninguna telaraña en mi alma....
¿De qué cirugía plástica me hablan? La juventud está a un paso de cada uno de nosotros. Garantizado.

miércoles, 26 de octubre de 2005

El gran bosque de los recuerdos

Cosa seria los recuerdos.
Tenía pensado hace muchos días escribir algo sobre ellos. Hasta el título del post estaba listo. Pero desde que aprendí la etimología de la palabra, como que se me hizo la urgencia.
¿Saben ustedes de dónde viene la palabra recordar?
Viene del latín recordari: re= de nuevo, cordis= corazón. Es decir, recordar es volver a pasar por el corazón. Es más que memorizar, echar mano a un viejo archivo en el fondo de la cabeza. Es volver a sentir, a querer, también es volver a doler.
Resulta que dentro de todo, soy una chica sentimental y guardadora de recuerdos. No de los físicos, como esquelas, flores secas, cartas y fotos (de las últimas tengo muchas, eso sí). Lo que yo atesoro son recuerdos. En forma de lugares, palabras, situaciones, colores y sabores. Pero principalmente, muy principalmente, de olores y canciones. Y es tanto lo que los cuido, que permanecen con una fuerza inusitada. Me acuerdo de tonteras que la gente me ha comentado, a veces al pasar, durante siglos. Y no porque sea medio sicópata. Simplemente me acuerdo. Y así a veces hasta fama de psíquica me he ganado (las personas a veces ni se dan cuenta de las cosas que dejan escapar de sus bocas). Y por supuesto, he dado en el clavo con algunos regalos certeros, fruto de mis antenas bien sintonizadas.
Pero las trivialidades, si bien son útiles, no me importan tanto como los otros recuerdos. Los de los grandes hitos de mi vida. Que tienen soundtrack, que se relacionan con perfumes, flores, comidas y cualquier cosa que tenga olor.
Así, se construye en torno a cada uno de estos hitos (llámese vivencias o personas) una especie de árbol. De follaje tupido, de forma extraña, de frutos a veces agrios, a veces dulces. Un árbol que a veces ofrece cobijo, que proyecta sombras tétricas otras.
De este modo, he ido formando un bosque personal donde hay canciones que simplemente debo tener cuidado con escuchar. Porque me desarman. U otras que son remedio infalible para la pena y el espanto. Me he pillado tarareando horrores innombrables, sólo porque me recuerdan momentos felices. Y he tenido que relegar al cajón de los prohibidos verdaderas joyas de la música porque simplemente son más que yo. Yo, que río fácil y tengo las lágrimas a flor de piel. Reconozco que he llegado a seguir a ciertas personas en la calle porque identifico en ellos perfumes que añoro. (Bueno ya, soy un poquito sicópata, pero sólo un restito...) Y siento que nadie conoce mejor el mapa de este país de recuerdos que yo. Aunque a veces me pierda un poco en ellos. Aunque en ciertas ocasiones, la percepción le gane por mucho a la razón.

domingo, 23 de octubre de 2005

Mi risa

"No sé, si uno se ríe verdaderamente con ganas, parece como si de pronto se le reacomodaran las vísceras, como si de pronto hubiera razones para el optimismo, como si todo esto tuviera sentido. Uno tendría que automedicarse la risa como un tratamiento de profilaxis sicológica, pero el problema , como te imaginarás, es que no abundan los motivos de risa."

Mario Benedetti, De Primavera en una esquina rota

Tengo que reconocerlo. Mi risa es la menos piola del mundo. Es estrepitosa. Lo menos lady que hay. Desespera a mi madre. Molesta a la gente circunspecta y callada. Interrumpe en las situaciones de concentración. Me han imitado. Se han burlado. Me han retado. Me han dicho tarro con piedras y parlante de canuto. Pero no me importa. No pienso (ni puedo) cambiarla. Aparte, hay mucha gente a la que le gusta. Que la extraña. Que la busca. Que se ríe con ella.
Me ha costado aceptarla. Me he esforzado por modificarla. Pero he aprendido en el camino que si alguien me quiere, así como soy, una de las primeras cosas que ama de mí es mi risa.
Me he reído mucho últimamente. Mis entrañas, como dice Benedetti, se han acomodado varias veces. Y lo recomiendo, una, mil, millones de veces. Es la mejor terapia. Y más encima gratis.
La primavera ha sido benévola conmigo, y la mejor manera que he encontrado de pagarle, es, nada más ni nada menos, que con mi risa, profunda, amplia y extensa, resonando infinitamente en todos los lugares por los que he pasado.

sábado, 22 de octubre de 2005

Todo en uno

Ardua tarea escribir sobre un tema que ha sido tratado innumerables veces por gente más talentosa, sabia y experimentada que yo. Pero es que tengo demasiadas ganas de hablar de ellos. De mis amigos. De esas personas que, a diferencia de mi familia, he elegido para ser parte de mi vida. Y que a su vez me han elegido para jugar una pequeñísima parte en las suyas. Sentimiento poderoso y abrumador. Responsabilidad y privilegio enorme. Motor de mis días, esos entrañable seres que he ido encontrando en el camino y que se han ido quedando a mi lado para hacer la diferencia.
La mayor parte de mis amigos son hombres. Tengo una teoría acerca de esta situación, pero es larga y la dejaré para otro post. Lo único que diré ahora es que me encanta que sea así. Me gusta ser la pequeña Lulú. Me fascina que me incluyan en sus historias y sueños, que me comenten las cosas que les gustan de las mujeres y me pidan consejos acerca de ellas; que se atrevan a contarme chistes cochinos y yo ser capaz de reírme sin tapujos con ellos. Siento que son mucho más simples, más felices, más frontales que las mujeres. Me cargan los cahuines y manipulaciones que algunas minas utilizan con sus “amiguis”. En cambio sé que con mis amigos no me puedo equivocar. Porque no me dejarían. Si la cago, me avisan altiro, si soy como el pico, me lo dicen con todas sus letras. Y es increíble la seguridad que eso te da. Das un paso y sabes que hay muchos que no solo te están apoyando, sino que están prestos a corregirte, criticarte, juzgarte, sin anestesia. Y a continuación te van a recoger, te van a salvar, te van a hacer reír con alguna talla de alto calibre, y echémosle pa´ delante que de eso se trata la cosa. Sin rollos, sin terapias, sin recovecos. As simple as it is.
Mis amigos no se venden ni me venden la pomada. Son francotes, bruscos, garabateros, territoriales como ellos solos. Si salgo con un hombre, o me ven extremadamente feliz, inmediatamente, y sin conocer nombre ni cara del pobre cristiano, lo tildan de pastel y ahueonao. No te merece y le vamos a sacar la chucha a ese hueón, me agregan. Me da risa porque sé que en el fondo son como cabros chicos, se derriten si me ven triste o aproblemada, y me abrazan con todas sus ganas cuando detectan el miedo en mi mirada. Leen en mis ojos como en un libro abierto, y me permiten entrar en sus vidas como a casi nadie se lo aguantan. Me llevan al fútbol, al rugby, a subir cerros, a comprar repuestos para el auto. Me piden que los acompañe a los matrimonios lateros, al supermercado, a ver a la guagua de fulanito que nació hace un mes y me da paja ir a verla solo, poh Sombra. Tengo que asesorarlos en moda, y decirles si el poto se les ve bien o mal con esos pantalones, y aprender sobre minas ricas (y no tanto) a través de los comentarios que me hacen en la calle, en las fiestas, donde estemos.
Mis amigos me regalonean, me enseñan, me retan, me quieren, me aconsejan, me escuchan, me asesoran, me acompañan, me incluyen en sus vidas de tal manera que hasta tengo las llaves de la casa de dos de ellos.
Son como mis hijos. También como mis papás. Y como mis hermanos. Todo en uno.
Lo anterior se resume en que me siento única, parte de una hermandad, un pacto secreto, un cese al fuego entre los sexos, que pocas de mis amigas han podido experimentar. Con cada uno de mis cuatro amigos del alma, tengo un pequeño mundillo, único y exclusivo de nosotros, donde sobran el amor, la confianza, la entrega, la franqueza y la fidelidad a toda prueba. Lo único que sabemos que da lo mismo es el lugar en el que estemos, el tiempo que haya pasado y lo poco que hayamos hablado. Nosotros somos familia, de una extraña y valiosa manera. Y eso, por miles de veces que se haya escrito, siempre vale la pena volver a mencionarlo.

viernes, 21 de octubre de 2005

GRANDES PENSADORES DOS (Y BONUS TRACK)

Esta semana, dos joyas de colección. La primera, por lo increíblemente divertida, dulce y controvertida que resultó ser. El bonus track... creo que no requiere de mayores explicaciones...
Que tengan un fin de semana notable.

"¡¡No se ahuevone mi linda!!"

Eleutherio, intentando consolarme/retarme por MSN un día en que mi minura llegaba a niveles intoxicantes hasta para él, que me tiene paciencia infinita.


"¡Ja! Me cagué al sistema educacional completo. Pasé todo el colegio sin haberme leído NI UN SOLO LIBRO."

Oído al pasar en un cumpleaños, de parte de un gordito rechoncho y ufano que no tiene ni la menor sospecha de quién se cagó a quién realmente...

martes, 18 de octubre de 2005

Causas y azares

Nunca jamás he creído en el azar. Ni en la suerte.
Tampoco en la predestinación.
Pero sí creo en que las cosas pasan por algo.
Y que las películas, canciones, lecturas, personas que nos hablan, letreros que leemos en las calles y en las micros, muchas veces nos hablan.
Obvio que siempre estamos más permeables a los acontecimientos de nuestras propias vidas. Y que cosas que en otro minuto no tendrían ningún sentido o relevancia en este momento nos llaman poderosamente la atención.
Pero me encanta seguir el juego (porque soy una persona que ama jugar). Y eso me ha llevado a veces a estados de locura máxima.
Por ejemplo...
- Prender la radio para que algún cantante cebollero me llore al oído la solución al drama pasional del momento.
- Abrir un libro en cualquier página y leer la primera frase que se me ponga adelante (me han salido cosas tan escalofriantes que me han hecho mirar por sobre el hombro).
- Preguntarle a cualquier persona: ¿Sí o no?, y en base a eso, hacer o no algo.
- Hacer zapping en la tv o en el I-tunes pensando... la próxima cosa que escuche ES la respuesta que estoy buscando.

Debo decir que últimamente he llegado a asustarme de las cosas que he visto y oído.
Debo contarles que me ha hablado y llamado gente que creía desaparecida.
Debo declarar que si hay algo de cierto en esto, está a punto de pasarme algo muy heavy.
Debo informarles que estoy totalmente entregada a mi destino.

sábado, 15 de octubre de 2005

Julio comienza (y termina) en Julio

Advertencia: Si ud. es de esas personas que no gusta de leer a Cortázar, o le da rabia saber que jamás logrará escribir tan bien como él; si es de aquellos que se aburre con la literatura que corta el aliento, o simplemente cree saber todo acerca de este escritor argentino, NO SIGA LEYENDO.
Ahora, si usted se sorprende, se embriaga, se siente hechizado con las buenas letras, pero buenas de verdad, continúe, por favor. Con ustedes, y sin más preludios, el amor literario de mi vida: Julio.

"Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias."

Rayuela, Capítulo 68

jueves, 13 de octubre de 2005

Yo

Estoy contenta.
Pero también nerviosa.
Y asustada.
Ansiosa.
Perturbada.
Sorprendida.
Positiva.
Esperanzada.
Me siento querida.
Regaloneada.
Exigida.
Pero también apoyada.
Quiero seguir haciendo cosas.
Pero también me percato de que necesito parar un poco.
Para mirarme.
Para quererme.
Para darme un gusto.
Para ordenarme.
Para leer.
Para cantar.
Para conversar.
Para caminar.
Para reflexionar.
Para soñar.
Para hacer nuevos planes.
Para redondear los antiguos.
Para cerrarlos del todo.
Quiero retomar viejos hábitos que me hacen feliz.
Quiero desechar de una vez por todas los que me atan.
Quiero ver a mis amigos de siempre.
Quiero hacer nuevos amigos.
Creo que voy bien encaminada con todo esto.
Creo que lo mejor está por venir.
Estoy segura de que puedo equivocarme.
Pero no me importa mucho.
Porque no estoy sola.
Porque tengo muchas cosas.
Porque voy por el camino que me tracé, aunque muchas veces no avance a la velocidad que me gustaría.
Porque equivocarme me ha ayudado, me ha formado.
Porque cada vez que lo he hecho he vuelto a partir.
Porque soy mujer.
Porque soy machuca.
Porque tengo ganas para rato.
Porque, simplemente, creo en mí.

martes, 11 de octubre de 2005

Solamente un impulso, ¿y?

Siendo las 3:30 am, y sin atisbos de sueño, anoche me puse a navegar en las díscolas aguas de la televisión chilena, buscando algo que me pusiera a descansar, al menos por un rato. Y es que cada vez que estoy intensamente estresada, pareciera ser que mi cuerpo y mi mente agarran vuelo buscando capear el temporal. Mis amigos se ríen de mí. Me dicen que ando hiperventilada, empilada, que en esos días no me voy a acostar sino que más bien me enchufo y me pongo a recargar. Para seguir adelante. Para salir adelante. Y sucede entonces que, a pesar del agotamiento, me cuesta dormirme. O me despierto a horas ridículamente tempranas. A veces, hasta en la mitad de la noche. Y ahí sí que extraño tener a alguien que me acune en sus brazos, me hable despacito de cosas nimias y me haga volver a conciliar el sueño. En vez de eso, tengo que conformarme con pasearme entre las cuatro paredes (dos de ellas rojas) de mi pieza, cual animal enjaulado, acompañada por la luz incandescente de mi cigarro y la música que la maña de turno me dicte. Mala cosa esto del insomnio.
Y sucedió que mientras veía puras estupideces en la tele, me pillé masticando más de la cuenta una frase que un personaje le lanzó a otro en plena cara durante una olvidable escena de una olvidable serie gringa.
- ¿Por qué te crees la peor persona de este planeta? Es el orgullo más grande que he visto... No estás destinado a ser de los peores. Ni de los mejores. Es un papel demasiado importante, que francamente, no te mereces.
O algo así.
Y me di cuenta de que la autocompasión ha sido mi muleta más grande en este último tiempo. Pobrecita de mí, incomprendida por el resto, negreada por mis jefes, abandonada por mis amigos, ignorada por mi familia, juzgada sin compasión por mí misma.
Qué soberana huevona. Qué soberana llorona.
Sólo soy una persona más, con una vida más, con problemas a veces grandes, a veces chicos, que en algunas ocasiones me sale fácil enfrentar y en otras, más difícil. En resumen... común y corriente.
Entonces me dieron ganas de hacer algo distinto, para variar y dejar de autocompadecerme. Algo impulsivo. Algo divertido. Como por ejemplo, tomar mi mochila, alguna persona dispuesta a actuar más que preguntar, y partir. Sin rumbo fijo, sin esquemas ni planes. Cual Thelma y Louise (esperando, obviamente, no terminar como ellas)... o Will & Grace, o Romeo y Julieta, o filo. Nosotros dos no más.
Dejar de darme vueltas en el aire, siempre sobre lo mismo, y lanzarme a actuar. Quizás algo chico, quizás un gran tema, la gracia está en no saber muy bien qué. Más bien en ser capaz de reconocer la oportunidad que se presenta y aprovecharla. Lejos de esta pantalla brillante y absorvente. Lejos de mis cuatro paredes, por mucho que me guste su color.
Y quizás pueda contarles cosas frescas y nuevas, anécdotas divertidas como las sacadas de chucha de Pedro, o enternecedoras como el desayuno a la cama que Eleutherio le lleva a su papá.
(Lo malo es que llevarle desayuno a mi papá no sería gran gracia, pues se encuentra en este momento a dos piezas de distancia, y la sacada de chucha sería segura puesto que nunca aprendí a esquiar...)
Resumiendo... dedico mis pilas y mi esfuerzo a hacerle una reestructuración a mis experiencias del último tiempo. Ya veremos cómo me va. Pero con esta filosofía siento, que sin importar el resultado final, quejas no van a caber por ninguna parte.
Y con respecto al trabajo... el trabajo puede esperar.

lunes, 10 de octubre de 2005

My worse enemy

La ciudad ha sido un ente amigable y vivible este fin de semana. Mucho sol, poca gente en las calles, se respira relajo en todos lados. Después de una semana completamente olvidable, me he dado licencia para reposar, al menos en cuerpo y sueño, todo lo que he podido. Mis amigos, lejos en la playa. El trabajo, esperando ser ejecutado en cualquier momento, sin apuros, sin presiones.

Sin embargo hay una sola cosa que no me da tregua. La mente, ese maldito Pepe Grillo que jamás suelta su presa y que me vive asaltando con ideas locas, con miedos tontos, con juicios implacables cuando menos lo necesito. En literatura se le llama corriente de la conciencia y se manifiesta escribiendo de corrido, sin puntos, comas, signos de ninguna clase. Como para graficar su fuerza arrolladora, su inevitabilidad, el desorden aparente con que nos arrastra de un tema a otro, aún así no tengamos ganas de adentrarnos en sus aguas turbulentas.

Mi conciencia suele pasearme por todo tipo de territorios. Me ha dado ideas notables, me ha ayudado a descubrir verdades irrefutables acerca de mí misma, me ha obligado a tomar el toro por las astas más de una vez. Pero me molesta su falta de ecuanimidad. En algunos temas me justifica, me protege, me trata como a una niña chica, tonta e inexperta. Trata de hacerme sentir bien con aquellas cosas que en realidad no lo están, y dejar para mañana urgencias que llevan tiempo pendiendo sobre mi cabeza. Pero la mayor parte del tiempo es peor que eso. Es dura, es perseverante, juzgadora, y, sin dorarme la píldora, me muestra mis errores y mis lados menos amables. Es mi peor enemiga.

Quizás por eso buscamos consejo externo. Porque muchas veces sabemos lo que necesitamos oír, pero somos incapaces de decírnoslo a nosotros mismos. Porque, o somos infinitamente condescendientes, o tremendamente demandantes. Y hay temas en los cuales, aunque tengamos la última acción a mano, es absolutamente peligroso tener la última palabra.

Anoche, mientras veía una película junto a una amiga, en la paz silente y oscura de su pieza, metidas las dos hasta las orejas en su cama, mi cabeza abandonó la pantalla y en menos de treinta segundos había pasado revista a los aspectos menos brillantes de mi carrera como ser humano. Movida como por un resorte, me senté y la miré:
- ¿Podí parar la película?
- ¿Pa´ qué?
- Mira, lo que pasa es que... (veinte minutos de divagar sobre esto y lo otro, mientras ella me miraba con cara de hastío, y de reojo vislumbraba la pantalla con los personajes congelados esperando retomar su propio rollo)
- ¿Y en qué minuto se te ocurrió todo esto? Hemos estado toda la tarde juntas y no me habías dicho nada...
- Na´po... recién, mientras miraba la película...
- Ah, bueno. Si tú me preguntai, estai grande, galla. Haz lo que querai. PLAY.

Y ahí me quedé. A miles de kilómetros de los personajes, a otros miles de mi consejera, metida en la cama con mi peor enemigo... yo misma.

sábado, 8 de octubre de 2005

Rituales modernos

Unos días atrás me llamó un antiguo conocido para invitarme a un matrimonio.
Me cargan los matrimonios. Siempre la misma música, la misma comida, los mismos rituales, la misma falsa diversión encapsulada. Si no eres la novia o el novio, o uno de ambos es uno de tus mejores amigos o hermano, la escena tendrá poco de excitante y mucho de dejà vu.
Ahora faltan menos de dos horas para que el personaje en cuestión me pase a buscar, y trato de ver esta situación con nuevos ojos. Los matrimonios son especies de catársis para adultos aburridos y atrapados en sus rutinas apestosas. Sino, ¿cómo se explica la gran cantidad de viejos verdes alcoholizados, bailando como si los acabaran de desecadenar del sótano, en el centro de la pista de baile? ¿Cómo justificar los ríos de alcohol, los kilos de comida, la música estridente invadiendo sin misericordia los pabellones auditivos de cada uno de los presentes?
Miro hacia mi cama y veo los elementos de mi disfraz dispuestos sobre ella, listos para cubrir mi lata y falta de expectativas. En pocos minutos más me pondré medias (cosa que hago cada un par de meses únicamente), mi vestido hindú de gasa, me pintaré los ojos de negro y saldré a la fiesta con la extraña sensación de que hoy, más que nunca, la pista de baile será para mí también lugar de desahogo y distracción.
Quizás y hasta me agarre el ramo. Pero eso, ¿A quién le importa? Ciertamente, a mí no. Si lo hago, será para reírme descaradamente de la decepción de muchas de las jovencitas presentes que se pasean con enormes vestidos de novia en sus minúsculas carteras. Con la ilusión de unirse pronto a la larga cadena en que este momento se repite una y otra, y otra vez...

jueves, 6 de octubre de 2005

Burn Out

No sé si habrán oído hablar del síndrome del Burn Out, o de Tomás, llamado así por el personaje de la novela "La insoportable levedad del ser"...
El Burn-out es un estado de agotamiento físico, emocional y mental, causado por el involucrarse en situaciones emocionalmente demandantes, durante un tiempo prolongado.
Generalmente afecta a las personas que trabajan en contacto directo con gente, otras personas a las que se necesita acoger, escuchar, atender, cuidar (enfermeras, rescatistas, profesores, médicos, etc.)
Afecta negativamente la resistencia del trabajador, haciéndolo más susceptible al desgaste por Empatía (Compassion Fatigue). Favorece la Silencing Response o Respuesta Silenciadora, que es la incapacidad para atender a las experiencias de los consultantes, que resultan abrumadoras. Gradualmente el cuadro se agrava en relación directa a la magnitud del problema, inicialmente los procesos de adaptación protegen al individuo, pero su repetición los agobia y a menudo los agota, generando sentimientos de frustración y conciencia de fracaso.

El proceso incluye:
1. Exposición gradual al desgaste laboral
2. Desgaste del idealismo
3. Falta de logros

Esto que acaban de leer, y que suena tremendamente teórico, pasa mucho y es un sentimiento espantoso. Me ha estado pasando estos últimos días. Y hoy fue el acabóse, cuando en el trabajo, a causa de un conflicto con mi jefa, viví aquello que nunca pensé llegaría a experimentar en mi ámbito laboral... LLORÉ. Sí, con lágrimas, hipo, mocos y todo lo demás.
Sucedió de esta forma.
A cargo de un proyecto extra en mi trabajo, llena de urgentes trámites hasta más allá de lo imaginable, corría (literalmente) por los pasillos intentando cumplir con mis obligaciones. Apareció entonces una de mis varias jefas (sí, esta institución tiene más estamentos que el ejército y la armada juntas). Me quiso mandar a hacer algo que en verdad no me correspondía. Me negué, amable, pero rotundamente. Sin embargo insistió tanto que igual partí. Cuando ya estaba con las manos en la masa, resignada a ser una sometida por el resto de mi vida, apareció con otro pobre esclavo y lo puso a hacer lo que yo estaba haciendo. Le dije que no era necesario, ya que yo me había hecho cargo...
Entonces, la vieja de mierda:
1. Me gritó
2. Me miró con cara de "qué se creerá este piojo resucitado insurrecto"
3. Me amenazó con acusarme a nuestro jefe máximo por haberle desobedecido (¿en qué parte de la oración, si yo estaba a todas luces cumpliendo con los designios de su majestad?)

Más que sorprendida, me di media vuelta y me fui a mi oficina. Llegué y me senté de espaldas a la puerta, trémula. Pronto, lágrimas de amargura, de frustración, de rabia, de agotamiento, de pena, vinieron a lavar mis ojos, mi cara. Estaba en eso cuando entró mi compañero Shy. Al verme, el medio hombronazo, saltó sobre mí, me abrazó y empezó a preguntarme, desesperado: "Qué te pasa, Sombra, qué te pasa"... después fue corriendo a buscar al menos a tres personas más, y revolvía todo buscando "un vaso de agua, está llorando, un vaso de agua..."
Dentro de mi pataleta, yo no podía dejar de notar lo cómico de la situación. Ahí tenía al rudo personaje, completamente descolocado, desesperado, tratando de solucionarme la vida.
Los demás me besuquearon, me dieron chocolate, Coca-Cola (me conocen very good) y se portaron conmigo como si fueran mis papás y yo una niñita de 5.
A la media hora ya estaba tranquila, aliviada, me reía nuevamente y la vieja bruja era sólo un mal recuerdo.

Varias cosas puedo concluir de esta situación...
- Muchas cosas podrán fallar en mi trabajo, pero el cariño, preocupación y cercanía que sentí hoy de parte de mis compañeros valen mil sinsabores con la bruja mala del Oeste
- El cansancio hace estragos y lleva a un estado de fragilidad realmente atemorizante
- Los hombres reaccionan frente a las lágrimas de una mujer cual perros frente a un temblor
- Pucha que relaja, libera y ayuda pegarse una buena llorada una vez a las quinientas (procure no tener hombres cerca, además mientras más corpulentos y grandes, es peor)
- Ya veremos quién ríe última y quién ríe mejor, señora. Porque lo que yo estaba haciendo me lo había encargado PERSONALMENTE aquel jefe máximo al cual usted pretende ir a acusarme.

Nos vemos... ¡¡si sobrevivo a lo que queda de esta semana!!

Pd: Este es el post más raro que he escrito en MI VIDA... será el burn out?

Pd2: Yo no quiero que me idealismo preciado se desgaste... cualquier cosa menos eso!

GRANDES PENSADORES

Es tanta la lesera que uno escucha por tener los micrófonos abiertos todo el día... ojalá se pudiera tener la opción de activar el modo "sordera selectiva"... por eso esta sección va en honor de aquellos que día a día me regalan las más increíbles, espeluznantes, tontas y jocosas frases para el bronce...

Y la sentencia ganadora de esta semana es....

"Hay que puro agarrarse un hombre luego, galla... mira que después se vienen los saldos y las devoluciones..."

(Una compañera de trabajo, más que desesperada por su soltería)


Bah... yo no sabía que mi vida era una liquidación de temporada de Tricot...

martes, 4 de octubre de 2005

Animal bloggeriano

Los últimos días me he soprendido a mí misma manejando distraída. Conversando distraída. Trabajando distraída. Pienso y pienso en todas las cosas que quiero escribir aquí.
Sin ponerme latera, confusa, reiterativa o desechable.
Me doy cuenta de la necesida de expresión que tengo. De las muchas cosas que quiero decir. De todas las ideas que se me ocurren (el 99% de ellas bastante irrelevantes, pero bueh...)
Cual niño que sueña despierto frente a la juguetería, me descubro maquinando durante horas títulos para mis post. Temas para desarrollar. Me sorprendo gratamente de lo mucho que se me ha soltado la mano escribiendo aquí. Y, seguro nadie lo nota, creo que hasta he empezado a hablar en formato "post".
Sobre mi escritorio hay rumas de papeles esperando ser atendidos con urgencia. No he pagado las cuentas. No he hecho los informes. No he llamado a mis amigas, no he ido a cumpleaños, juntadas, al cine, a conocer a esos pobres seres humanos que han debutado en este mundo en los últimos días.
Estoy enviciada. Bloggadicta. En mis favoritos hay una eterna lista de páginas a las que me gusta entrar. Dejar algún comentario. Actualizarme.
También me doy cuenta de que necesito salir, vivir en el mundo para poder contar sobre él, por lo menos desde mi perspectiva, aquí mismo.
No sé cuántos me leen. No sé quiénes me leen. Tampoco me importa mucho, ni me interesa demasiado. Escribo para mí. Si alguien engancha, se siente identificado, cautivado, atrapado, tocado, pisoteado u ofendido, bienvenido sea.
A la jungla personal de este animal bloggeriano.

domingo, 2 de octubre de 2005

Wet wet wet...

Miro por la ventana. Llueve copiosamente. La raja. Tomo mi parka favorita y, sin más, salgo a caminar por la ciudad. Como lo hago en el sur cuando nadie me mira. Nadie me espera. Nada me distrae.
Es divertido ver cómo la gente corre, se refugia bajo techos y paraguas. Es como estar en una película, en que todo va en Fast Forward, menos yo.
¿Por qué le tienen miedo al agua?
Entro a un supermercado a comprar mis must... coca light y cigarros. Soy una dependiente lo sé. Y me da lo mismo.
La señora que atiende me mira, curiosa. Sí señora, afuera llueve. No, señora, no suelo usar paraguas. Sí señora, por eso estoy empapada. ¿O acaso cree que me baño con ropa?
Salgo nuevamente a la calle. Ha dejado de llover como en el sur, ahora cae del cielo esa llovizna insulsa tan propia de la capital. Cuando llegue voy a tener que cambiarme. ¿Y qué? Acabo de tener un pedacito de cielo en mis manos. Y todavía permanece en mi ropa, mi pelo y mi mente.

La incesante búsqueda de la felicidad

Hoy sufrí. Con el sufrimiento ajeno. Al comprobar lo vulnerables que podemos volvernos, el equilibrio precario de nuestra cotidianeidad.
Una de mis más queridas amigas me llamó. Me pidió que la llevara a comprar, a dar una vuelta, a tomar aire.
"Necesito que alguien me acompañe. Estoy dejando los antidepresivos y me asusta lo que me pueda pasar."
Partimos. Felices. Ella se probaba ropa, yo la miraba con ojo crítico. Por dentro y por fuera. Risas, tallas chispeantes, podríamos haber estado protagonizando una perfecta película teenager. Hasta que...
"Sombra, me siento mal. Vámonos, por favor."
Salimos de la tienda, tuvimos que sentarnos en el pasillo del mall, que estaba atiborrado de personas intentando matar toda clase de inquietudes a través del consumo. Como nosotras.
"¿Me abrazas?"
"Pero claro"
"¿No te importa que sea aquí?"
"¿Por qué me va a importar? No seas tonta, ven para acá."
Y mientras ella, cual niñita perdida, se refugiaba en mis brazos, comencé a recordar el camino que la había llevado hasta aquí. Hasta este frío e iluminado pasillo, donde estaba viviendo uno de sus momentos más oscuros. Todo empezó hace más de diez años, cuando el quiebre con un pololo que ella tuvo la pilló volando bajo y se detuvo todo a su alrededor. Sus papás, intentando mejorar la situación, la llevaron al siquiatra más que rápido. Conclusión: pastillas para todo. Para despertar, para dormir, para tranquilizarse, para animarse. Su velador parecía una farmacia, su vida parecía estar en piloto automático. Y vinieron más pololos, la universidad, el trabajo, y ella siempre sintiendose una inválida emocional.
"¿Sabes?" me dijo una vez, "lo peor de estar enferma de la cabeza es el hecho de que nadie lo vea. Si tuviera el rostro deforme, todos me tendrían paciencia y compasión. Pero como me veo perfectamente normal, no pueden entender el calvario que se lleva adetro. Te exigen que rindas, que salgas adelante, no entienden que te bajonees o que a veces no te soportes ni a ti misma."
Debe ser terrible eso de no soportarse a sí mismo. De odiarse sin razones aparentes, de no encontrar motivos para validarse como ser humano. Si uno mismo se quiere morir en aquellos días en que nada sale bien, en que tu propia torpeza te pasa la cuenta. Pero esos días pasan para uno, y en recompensa vienen algunos en que pareciera que los astros se alinearon para sonreirnos. Para ella, en cambio, esta sensación de orfandad es una constante.
Hace un par de semanas, cansada de buscar la felicidad encapsulada, pidió a su siquiatra que le bajara las dosis de remedios. Juntas programaron cuidadosamente un plan de acción. Los remedios no se pueden dejar de un día para otro, porque la descompensación te puede mandar a volar, según me explicó. Y hoy era el primer día en que tomaba sólo la mitad de sus dosis acostumbradas.
Luego de largos minutos de angustia, pudo al fin reunir fuerzas para ponerse de pie y caminar hasta el auto. Iba blanca, erguida, caminando como una autómata, tratando de no derrumbarse. Y yo, a su lado, dando la mitad de mi vida por llevarme la mitad de su carga, al menos, por un día.
Para ofrecerle un descanso, un oasis en medio de ese desierto agresivo y eterno que ha sido su caminar, sin rumbo, en busca de la normalidad.