domingo, 25 de junio de 2006

Teorizando

Hace días se me ocurrió una teoría.
Todo empezó cuando me acerqué al frutero del comedor de mi casa.
Me detuve frente a las jugosas y verdes manzanas. Había algunas más bonitas que otras, prometedoras. Toqué esta y aquella, las giré un poco, me quedé con la que más me convenció.
Y me fui, mientras le daba un certero mordisco a mi elegida, pensando que quizás la vida social es como un frutero. Estamos todos en exposición, para que los demás vengan y nos evalúen, quedándose al final con el/la que más nos tinca.
Y no vayan a pensar que estoy hablando solamente de la apariencia física. Me refiero a carácter, inteligencia, simpatía, habilidades para tal o cual cosa. Indicadores varios. Pero siempre son elegidos los mejores. O, por lo menos, los que mejor aspecto tienen al respecto. Eventualmente los demás también serán escogidos. Lo comprobé al pasar días después y verificar que no quedaba manzana alguna. Ni las tentadoras, perfectas, de comercial; ni las machucadas, rotas, manchadas o pequeñas.
Qué locuras te ha dado por pensar, medité. Y me olvidé.
Hoy en la tarde, muerta de frío, decidí tomarme un café.
Abrí la puerta del mueble donde se guardan los tazones y me encontré con que todos estaban sucios. Todos, menos ese tazón que me regaló mi jefe Alejandro, y que en una maniobra sumamente torpe, dejé sin oreja hace un par de meses. Ahí estaba el pobre. Solo, al fondo de la repisa, nunca antes usado. Suspirando de resignación frente a la perspectiva de quemarme un poco los dedos, lo saqué y me preparé el dichoso café. Subí a mi pieza y, después de sentarme, me quedé mirando, como obsesa, el famoso tazón incompleto. De haber tenido yo otra opción... ¿estaría ahora este adminículo a mi lado? Probablemente no. Igual cumplió su propósito, y no fue tan atroz.
Me quedé pensando en la manzana. Y en la taza. Ambas, la mejor y la peor de su grupo.
Ambas cumplieron su función.
Pero, de tener sentimientos y pensamientos, estoy segura de que la manzana habría sido más feliz y se habría sentido más realizada. Y la taza, un poco vejada y probablemente, terminaría yendo al siquiatra.
Otra vez pensando estupideces, Sombra.
¿Y yo?
¿Seré la taza sin oreja o la manzana perfecta en la vida de alguien?
¿Cuántas veces habré hecho sentirse a alguien manzana, o taza?
Déjate de tonteras y tómate el café mejor...

sábado, 17 de junio de 2006

Corre-que-te-pillo

En varias oportunidades anteriores he dicho lo mucho que creo en las señales y el destino.

Bueno, parece que éste no quiere tener nada que ver conmigo por ahora.

Llega a ser chistoso ver como, objetivo que me propongo, huye de mí como en una mala comedia de equivocaciones.

De muestra, dos botones:

Hace varios meses conté aquí mismo de Pato, el primo de la Angélica que conocí, con el que salí unas tres veces y que dejó sembradas serias dudas en mi cabecita loca.
El punto es que desde enero no lo veía. Sabía de su vida a través de mi amiga, por lo tanto me enteré de que había sido víctima de múltiples accidentes, problemas, cambios y acontecimientos familiares que lo tenían tremendamente ocupado.
En un trabajo loable de madurez, aparté su sombra de mi mente, y me quedé en paz. Seguramente no era el momento, el lugar y la persona.
Justo cuando estaba en paz con eso... me llama.
Quería que salieramos a ver una película esa misma tarde. Y después a comer, y después a bailar.
¡Horror! Días antes me había comprometido a asistir a un matrimonio, puro compromiso, con Rafa, amigo de toda la vida, ingustable (por lo menos románticamente hablando).
Cuento corto: pudimos sólo ir a ver la película. Todo muy rápido. Me pasó a buscar, llegamos al cine, entramos, la vimos, salimos y me vino a dejar.
Suficiente para reposicionarlo en mi cabeza. Con sus encantos, su inteligencia, su simpatía, su coqueteo, su belleza.
De eso han pasado como tres semanas y no he vuelto a saber de él.
Pero las malditas esperanzas se alimentan solas y, a pesar de que tengo claro que esto no tiene mucho futuro, el tema me ronda, indomable.

El segundo, también tiene que ver con un hombre.
(Ya sé lo que está pensando mi hermana Ana María... ¡la cantidad de historias que tienes! más bien actos fallidos, diría yo).

Todo empezó hace meses también, cuando un amigo me comentó que quería presentarme a uno de sus compañeros de trabajo.
Bueno, pensé, ¿qué es una raya en el agua? Una cita a ciegas más no me va a matar. Además, como el mundo es un pañuelo, resultó ser que yo conocía (al menos de cara) a este hombre, porque el lugar donde él trabaja se relaciona de alguna manera con mi lugar de trabajo. Incluso ha estado un par de veces en mi territorio. Pero hace un par de años, por lo menos, que no aparecía por allá.
Pasaron meses y dos curiosidades me llamaron la atención.
La primera fue que, tres personas más, cada una por su lado, me comentaron que Gonzalo (este hombre) y yo éramos tal para cual y que me lo querían presentar.
Qué decir... me picó el bicho de la curiosidad. ¿Qué es lo que tiene él que lo hace para mí? Es entretenido jugar a observarte a ti misma proyectada en la mente de otros, en la figura de otro que es, supuestamente, tu media naranja.
Me puse a averiguar sobre su persona. Amigo de sus amigos. Simpático. Al parecer, muy divertido. Romántico. Tradicional, leal, sociable, comprometido en lo laboral, con proyectos sociales, con varios pasatiempos similares a los míos. Gozador. Muy buena persona.
La segunda curiosidad fue que, desde ese momento, crecieron en mí las expectativas y las ganas de conocerlo más. Y junto con eso, él comenzó a aparecer en lugares y momentos insospechados. Lo empecé a ver, incluso nos hemos saludado un par de veces. Abro la puerta de una oficina y ¡zas! ahí está. Me pongo nerviosa, titubeo, actúo como una tonta. Me tienen traumada. Y él ni se inmuta, porque, por supuesto, no tiene idea de nada. O, por lo menos, eso creo.
Pero la presentación oficial nunca se concreta. Por A, B, o C motivos, nunca jamás, ninguna de las cuatro personas que lo tiene "agendado" para mí, logra concertar la cita.

Este fin de semana había una actividad de mi trabajo fuera de Santiago. Me pidieron que asistiera para ayudar a coordinarla. Pero no pude. Nuevamente había acudido al rescate de un amigo, Ramón, para cumplir con un compromiso matrimonial.
Y... adivinen quién está allá en este momento. En la famosa actividad del trabajo. Sí. Gonzalo.
Mis informantes (la Cecilia) me llamaron a altas horas de la madrugada para contarme.
Me quise tirar por el balcón.

El destino me pone al alcance de la mano buenas posibilidades y luego me las aleja, sacándome una enorme y roja lengua.
Jugamos al corre-que-te-pillo.
¿Estaré destinada acaso a vivir para siempre de historias inconclusas?
Por lo menos creo que podré hacer una buena carrera como novelista rosa con mis experiencias truncadas.
¡Vaya uno a saber lo que quiere el maldito de mí!

jueves, 15 de junio de 2006

Quiero

Quiero días de 40 horas.
Quiero tener muchos hobbies para desarrollar y gozar en esas horas.
Quiero tener mucha, mucha plata sólo para desarrollar esos hobbies.
Fotografías.
Viajes.
Cocinas.
Idiomas.
Músicas.
Cines.
Literaturas.

Quiero días de sol.
Quiero playas para nadarlos.
Sombra de palmeras para leerlos.
Compañía ideal para vivirlos.
Quiero vacaciones.

Quiero ser linda.
Mirarme al espejo y gustarme.
Flaca.
De piel perfecta.
De ojos intensos.
De sonrisa luminosa.
De pelo brillante.
De estilo incomparable.
Quiero ser un poco más frívola.
Y que no me averguence serlo.
Quiero una autoestima de hierro.

Quiero un pololo.
Comprensivo.
Alegre.
Amable.
Entretenido.
Cariñoso.
Comprometido.
Respetuoso.
Culto.
Definitivo.

Quiero estar con mis amigos.
Más tiempo.
Haciendo mejores cosas.
Conversando todo lo que postergamos siempre.
Riéndonos sin parar.
Aprendiendo.
Queriendo.

Quiero una familia feliz.
Comunicativa.
Unida.
Feliz.
Proactiva.

Quiero una vida más plena.
Interesante.
Sin rutinas.
Desafiante.
Que aporte.

Quiero atreverme a decir todo lo que quiero.
Quiero atreverme a decir que no sin sentirme culpable.
Quiero aceptarme como soy.
Quiero sacarle provecho a lo que tengo.

Quiero ser más auténtica.
Besar cuando quiero.
Reír cuando quiero.
Cantar a voz en cuello cuando quiero.
Llorar cuando quiero.
Salir cuando quiero.
Hablar cuando quiero.
Callar cuando quiero.
Andar a pata pelada cuando quiero.

Quería saber lo que quiero.
Pues ya lo sé.

Ahora me falta querer tomar el toro por las astas.
Y listo.

jueves, 1 de junio de 2006

Paradojas

En estos últimos días estuve en la clínica acompañando a un familiar que estaba más o menos.

Y mientras en las camas cercanas algunos morían, pisos más abajo otros nacían.

Me di cuenta de que durante la mayor parte de nuestro tiempo evadimos a los doctores, las medicinas, la asepsia de los hospitales y todo lo que nos recuerde nuestra fragilidad.

Paradojalmente, la mayoría de las veces nuestra vida empieza y termina entre estas cuatro blancas paredes.

Paradojalmente también, mientras la tormenta se desplegaba con más fuerza que nunca sobre mi cabeza, me sentí tranquila. Enorme, exquisita, delicadamente tranquila.

Ahora que todo terminó y vuelvo a la normalidad, enfermedades superadas y clínica abandonada, espero conservar dentro de mí esta alba paz con olor a remedios.