Siempre, desde chica, me sentí como entre Tongoy y Los Vilos.
Es decir, ni de un lado ni del otro.
Tanto en el colegio, como en la universidad, y hasta en el trabajo. En los cumpleaños, en las fiestas, en los recitales, en los mall, en cualquier lugar donde hubiese harta gente; siempre he sentido que la multitud se dividía, y se divide, en tres segmentos (así, burdamente y sin mayores análisis):
1. En una esquina: Los taquilleros. Bronceados. Cool. (Supuestamente) fashion. Como dirían mis sobrinos el día de hoy: Pelolais (¡¡qué atroz adjetivo!!)
2. En la otra esquina: Los nerds. Al más puro estilo La venganza de los ídem.
3. Al medio: Esa enorme masa anónima que no es ni lo uno ni lo otro. Yo.
Hasta ayer encontraba fome, indefinido, hasta molesto, ser parte de ese grupo que no es nada de nada. Porque pensaba que estaba vagando sola por ahí, enferma de indefinida.
Pero me encontré.
Leyendo las "memorias" de Alberto Fuguet, Apuntes Autistas, encontré mi identidad perdida.
Cito, la pagina 69:
"Los slackers son adultos jóvenes que se niegan a crecer. Son como los hippies de los sesenta pero sin agenda política y moral. Viven con poco y se conforman con menos. Son inteligentes, devoran información, pero gastan parte de su energía en ser apáticos.
Básicamente es gente muy culta, joven, que vive al margen de la sociedad...
Más bien se trata de gente que hace lo que no se espera de ellos. Es gente que intenta vivir una vida interesante, que tratan de vivir a su modo, a su ritmo, haciendo las cosas que desean. Es gente que no se adapta al mundo, por lo que no les queda otra cosa que armar su propio mundo al margen del ya existente."
Vamos por partes.
Primero, todo este concepto fue creado por Richard Linklater, director de Antes del Amanecer y del Atardecer, que, previo este éxito, filmó una película llamada, justamente, Slacker, analizando a la juventud universitaria de Austin, Texas.
Austin es una cuidad Slacker en sí misma. Se ha resistido a los Mc Donald´s, a los Starbucks, no como lugares en sí, sino como conceptos de masa, de homogeneización, de civilización y globalización. Ellos luchan por seguir siendo únicos y reconocibles por sus sucuchos, boliches y lugares comunes y corrientes, pero irrepetibles.
Segundo, pasando a la definición. Yo no me niego a crecer. Lo que me niego es a crecer a la manera de la sociedad chilena actual. Me negué a casarme cuando "me tocaba" con el hombre "que me convenía". Me niego a tener APV, a comprarme departamento, a dejar de gastarme mis pocos pesos en viajar para "sentar cabeza", a trabajar en algo que me cargue porque me da más lucas.
Tercero. Yo sí tengo agenda política y moral. Pero no la ventilo en este medio. Y ocupa un lugar bastante secundario en mi vida, por lo menos si me comparo con un hippie de los sesenta.
Cuarto. Vivo con poco, me conformo con menos. No quiero tener el auto más taquilla ni estar en el Dominga, por ejemplo, donde todos te ven, pero tienes que pagar un precio que me parece inmoral por un plato de comida.
Quinto. Eso de inteligente y culta, depende. Si miro a mis "amigas" onderas y taquilleras, les saco la cresta porque parece que el secador de la peluquería les chamuscó las neuronas. No tienen idea de quien es Pamuk, ni les interesa saber si es un nuevo restaurante fusión o un pueblucho tailandés. No van a cine si no es a ver Blockbusters, ni a destinos donde no haya resorts all-inclusive. Ahí es fácil sentirse culto e inteligente. Pero es cierto también que hay todo un mundo, como el de Fuguet, donde la gente va a lugares que para mí antes de leer el libro no existían, ven películas, leen autores, y en general, manejan códigos que me son desconocidos. Y eso me gusta a la vez que me aterra. Mientras más aprendo, investigo, me asomo, un océano más enorme por explorar descubro.
Sexto y último. Es cierto que estoy viviendo mi propio mundo, uno al margen de los demás de mi edad, o a menos, de la mayoría de ellos.
Y eso no lo he hecho por un afán de ser snob, ni rara, ni la última chupada del mate. En parte me ha tocado, en parte lo he elegido. Me hace sentir, no superior ni mejor, pero sí muy distinta. Y la mayoría de las veces, muy feliz y cómoda conmigo misma.
Me gusta haber visto películas que pocos han visto.
Me gusta leer cosas que sé que la mayoría de mis amigos no leerá.
Me encanta escribir un blog, cuando una gran porción de los que me rodean no saben ni siquiera que existen éstos.
Me siento en paz, refugiada en aguas que me son conocidas, en mi salsa, en mi terreno, cuando leo a Fuguet y descubro, al menos en parte, que hablamos un idioma común.
Aunque me falta muchísimo.
Y probablemente nunca lo alcance.
Aunque a ratos suena sobrado y marea.
Pero qué le vamos a hacer.
Somos distintos, y eso a veces es una carga, a veces una bendición, en ciertas ocasiones una clave secreta, en otras, una simple y clara opción.
Lejos, lejos, lo que más me gusta de toda la definición es que tiene cosas buenas y malas.
Que no endiosa a estas personas.
Y el final. Donde dice que tratan de vivir vidas interesantes, a su ritmo, con su sello.
Eso es lo que me atrapó. El hecho de que descubrí que quiero vivir una vida distinta, que me satisfaga solo a mí. No a la vida social de la revista Cosas ni a las Julitas Astaburuagas de mi generación. Total, a la única que le rindo cuentas es a mí misma.
Y soy exigente. Porque tengo inquietudes, tengo sed, tengo una sola vida para gastar.
Y ni cagando me la gasto en repetir un molde que otros me impongan.
PD: Esto no pretende ser una crítica destructiva, ni una declaración de principios, ni una denuncia contra la sociedad, los cool-fashion ni el Mc Donald´s. Es, más bien, un grito de felicidad al leer algo que me identificó y que me hizo ver que no estoy sola, y que si estoy fregada, al menos estoy fregada a mi modo. (¡¡Qué Sinatra esta última afirmación!!)