martes, 26 de junio de 2007

Carpe Diem

A veces me siento grande, grande.
Me puedo el mundo sobre los hombros y me planto con seguridad ante los otros. Nada me puede botar, nada me puede dañar, soy la dueña de todos mis actos, de mi destino, de mi ser completo.

A veces me siento pequeña.
Me enrollaría como un ovillo y dejaría que el mundo siguiera girando sin mí. Siento que me tienen que tomar de la mano y ayudarme a caminar, a dar los pasos más simples, a salir adelante con las pequeñeces más básicas de cada día. Soy vulnerable a todo y a todos.

Muy pocas veces tomo conciencia de lo que tengo.

Y a pesar de la inercia y de la lata, pienso que tengo que aprovechar de leer todo lo que quiero, mientras tenga vista.

Y de escuchar todo lo que me dicen, y toda la música que me gusta, mientras tenga oído.

De bailar hasta caer rendida mientras pueda moverme con soltura.

De trabajar mientras a mi cabeza le quede agilidad y destreza.

La vida es una y hay que gastársela como tal.

Apasionadamente.

No sé por qué en el último tiempo he tenido tanta conciencia de mis dones.
Y también de mi fragilidad.
Como si de pronto, todo lo que soy y lo que tengo, fuera a desaparecer.

Ciega.
Postrada.
Sorda.
Tullida.
Muerta.

Me da escalofríos sólo pensarlo.

Por eso quiero vivir como si fuera el último día cada mañana.

¡Afírmate mundo, que aquí voy!

domingo, 17 de junio de 2007

Sin

Sucede de esta forma.
Que me tienen acorralada.

Después de que la semana pasada mi amiga me calificó de conejo asustado y a punto de ser atropellado, me llamó mi jefe a su oficina.

Empezamos a hablar del futuro, de mis proyectos dentro del trabajo y de repente, sin anestesia, la tiró:
- Bueno Sombra, y tú, en qué estás con tu vida?

- ¿En qué sentido don Salvador? - cautelosamente...

- ¿Qué edad tienes tú? ¿26, 27?

- Treinta, don Salvador

- ¿Treinta? Con mayor razón pues...

-¿?

- Sí, pues, me gustaría saber cuáles son tus proyecciones, así como hacia el futuro, dado que no podemos hablar de matrimonio aquí, si ni siquiera estás pololeando, o sea, ¿cuál es tu plan B?

Ahí en verdad como que dejé de escucharlo.
El golpe bajo me llegó directo al estómago y no es exageración decir que se me llenaron los ojos de lágrimas, una vez más.

Da lo mismo lo que vino después, porque eso sí que se enmarcó en los límites de lo que le correspondía al viejo sapo.

PERO... qué dolor me causó...

Porque siento que él interpretó en voz alta para mí lo que veo reflejado en las miradas de aquellos que me rodean.

Que qué mierda está haciendo la Sombra con su vida, que ya tiene 30 y sigue hueviando, que por qué no se pone seria, se enriela, se da cuenta que la micro ya se le fue y ejecuta el plan B.

CONCHA DE SU MADRE... ¿¿tenía que tener plan B??

No.
La verdad es que no lo tengo.

Sigo esperando que algo mágico suceda y que mi plan A, el de toda mi vida, se cumpla.
Cual Pinky y Crebro, quiero seguir intentando lo mismo cada día.
Que en mi caso no es tratar de conquistar el mundo, sino mi destino.

Pero me noto sumergida en la inercia absoluta, de días sin fin que se suceden sin mayores cambios.
Y no es que no lo haya intentado
¡Dios sabe que no es cierto!

Pero simplemente necesito un descanso.
De los tropiezos, las caídas, los planes fallidos.
Del rechazo, el stress, la angustia de salir al mundo a pelear por lo que busco.

Me han dicho siempre que el que busca siempre encuentra.
Pero también me han dicho que en el minuto menos pensado pasan las cosas buenas.
¿Es el minuto menos pensado aquel en que piensas que ya no pasó nada?

Me declaro agotada.
Me declaro incompetente.
Me declaro en quiebra.
Me declaro en total abandono.
Me declaro ignorante.
Me declaro triste, muy triste.
Me rindo.

No doy más, en mala.

No quiero hacer nada más.
No puedo soportar más fracasos.

Déjenme tranquila, sin pololo, sin futuro, sin bienes raíces propios, sin hijos, sin planes, sin hombro donde llorar ni persona a quien amar. Sin espacio que declarar mío, físico ni virtual.
Sin planes.
Sin.

Acompañada solo por la música, los deseos, el seguir adelante maquinalmente, el cruzar los dedos por debajo del mantel.
Acompañada por la pena, el desamor, la soledad y la rutina, que en estos días es mi mejor amiga.

Malas épocas se viven en estos lados.

Pero de peores he salido adelante. Y sola.
Quizás eso sea lo que debió ser siempre.

Quizás este sea mi plan A.
El único que se me permitió ejecutar, magistralmente.

domingo, 10 de junio de 2007

Sola en las micros llenas




Cuando era mucho más chica, tendría unos quince, leí en la Zona de Contacto, uno de mis referentes de la época, una cita de un gallo que decía: "Siempre viajo solo en las micros llenas"

No tengo idea por qué se me quedó pegada.

Y lo he sentido tantas, tantas veces.

Soy un mundo por mí misma.

Incomprendida a veces, sin muchas ganas de ser entendida tampoco.
Nadando contra la corriente.
Sin saber a dónde ir, qué consejos seguir.

En medio del ruido del mundo, un ser chiquitito que busca su destino.

Hace unos días me junté con una amiga mayor.

Ella me decía que le preocupaba mi vida.

Que me veía parada como en la mitad de una carretera, como un conejo asustado, esperando que algo sucediera para moverme.

Desconcertada, creo que fue la palabra que usó.

Que me iban a atropellar, remató.

Yo no sé.

Muchas veces me cuesta tomar la iniciativa con respecto a mis cosas.
Me sale más fácil y más cómodo hacer lo que corresponda cuando las circunstancias me vayan hablando.

Pero ella dijo que no, que tenía que decidirme yo, que Dios me iba a empezar a ayudar cuando yo hubiera tomado un camino, no antes.

Sola.

De los problemas, las dudas, las incertidumbres, los dolores, he aprendido a salir sola.

Así me he fortalecido, he madurado, he aprendido a creer en mí misma.

Pero también me he aislado, me he acostumbrado, he dejado pasar oportunidades y he llevado muchas relaciones, incluso con mis familiares, a niveles muy superficiales. Soy una ostra cerrada, sola en las micros llenas, en las fiestas, las conversaciones masivas, los eventos.

Me resulta, pero me da susto ser tan ermitaña a veces.

¿Seré capaz de salir de ahí alguna vez?

¿De reconocer que necesito a otros, de hacer el esfuerzo de buscarlos?

Muchas veces creo que no.
Y no sé si eso es una negación de lo que me falta, como defendiéndome de una carencia que reconozco en mí, o, simplemente, algo que aprendí a hacer forzosamente para mantenerme a flote y que hoy es un vicio muy arraigado en mí.

Me gusta que la gente me quiera, me necesite, me busque.

Pero no me gusta necesitar o buscar a la gente, especialmente en la dificultad o en la debilidad.

¿Me quedaré para siempre sola, sin ese alguien (o esos alguienes) que me entiendan y estén conmigo en lo profundo, más allá de las muchedumbres vacías con las que engaño a todos haciéndoles ver que tengo una vida normal y plena?

Hoy me decido, y le digo a Dios que me ayude, porque no quiero estar más sola, no quiero ser más un mundo habitado sólo por mí.

lunes, 4 de junio de 2007

Cual Yerko Puchento...

Parece que no me puedo sustraer del contenido prosaico y light.
Al menos, no habiendo quedado en deuda con el famoso fin de semana a todo ritmo.

Bueno, para los faranduleros de la blogósfera (espero no me estén comparando con Carlita Oshoa o alguien así) aquí va lo prometido, que dicen, es deuda.

El viernes llegué, tal como había anunciado, con Domingo al cumpleaños de la Mari.

A través del gentío pude ver cómo Feña, acompañado de la que se suponía era su ex polola, me miraba disimuladamente y se parapetaba detrás de un gordo para evitar saludarme. Me apreté el cinturón (virtualmente, claro está), tomé a Domingo y nos fuimos derechito al bar a prepararnos las envalentonadoras piscolas. Una vez que las tomamos, afuera, pingüinizándonos y fumando, entramos. Entonces yo le dije:
- Mira Domingo, me da lata esta situación de corre-que-te-pillo, así que sígueme por favor
- Como tú digas...

Me di la vuelta completa al comedor atestado de gente y me acerqué sin previo aviso.
- Hola Feña...
Él dejó su vaso sobre la mesa con un pequeño sobresalto y me contestó hablando bien rápido:
- Hola Sombra, bien y tú...
Pero yo, bien Cruella de Ville, me había movido ya y estaba en el living, diciendo:
- Domigo, ven, sentémonos aquí...

Domingo llegó detrás mío y solo comentó:
- La cara de pocos amigos de este hueón cuando lo saludé, acompañado de esos apretones de mano blandengues, como desganados, me lo dijo todo...

Y de ahí todo fue reírnos de los peces de colores y no pescarlo más.
No volví a verlo hasta como dos horas después, cuando pasó por el lado mío y se despidió, pegándome una mirada de arriba para abajo bien intensa, haciendo una mención especial en ese par de bondades que Dios me dio y que no son precisamente mis enormes ojos.

Al día siguiente venía el otro cumpleaños, donde se suponía que me encontraba con mi súper pinche cibernético. Debo decir que yo no abrigaba excesivas esperanzas, dado que ya tengo experiencia y sé que la distancia física y cibernética dan largas a los instintos y las confesiones que uno ni cagando dejaría aflorar en vivo y en directo.

Nos encontramos. Abrazo muy apretado. Él, más flaco, bronceado, muy feliz y cariñoso, pero en un sentido fraterno al parecer. Fue rico, fue una gran alegría, pero en eso quedamos.

Y eso. Nada especial. Pero tampoco nada malo.
Quiero decir que lo pasé increíble igual, que me reí como nunca, que me lo bailé todo, que canté y conversé como una posesa, que me acosté todos los días al alba.

Mi cuñada dice que un valor mío es el no haber perdido nunca las esperanzas, no haber tirado la esponja con los hombres. No sabe que en el fondo, actúo como la que no tiene nada que perder, porque en realidad muchas veces siento que lo que tenía que pasar ya no pasó y ahora sólo me queda vivir, como dicen los Fabulosos Cadillacs, como si fuera un Carnaval toda la vida...

Lo curioso es que en la última semana tres personas distintas me preguntaron por qué andaba tan radiante, y tan regia, que cuál era el nombre del hombre que me tenía así.
Y fue la raja poder decir que no hay ningún nombre en especial.

Porque estoy feliz por mí misma.
Tranquila.
Gozando con las cosas que hay.
Con la frente en alto.
Siendo, simplemente, yo.
Ni más ni menos.

Y todo lo que venga, será por añadidura.
¿Cómo perder así?