miércoles, 22 de agosto de 2007

Perfume

Otra de las cosas que me impactó de mi reciente reunión con la Sandra, fue un comentario que me hizo acerca de los comienzos de su relación con Lucas.

Para ella, uno de los factores que le hizo darse cuenta de lo que estaba sintiendo por el que ahora es su novio, fue el olor de él. O, mejor dicho, hacerse conciente de su olor. Me dijo que un día cualquiera, cuando ella todavía pololeaba con otro y eran simplemente amigos que se reunían a sorprenderse de lo mucho que tenían en común, habían quedado de juntarse en un café bastante concurrido; que ella se había sentado a esperarlo en una mesa y que había percibido su presencia aún antes de verlo. Por el olor. Y luego definió esta situación y esta atracción como un aura que la envolvía totalmente, que sus extremidades se prolongaban más allá de su cuerpo, permitiéndole sentir un contacto exquisito con él, más allá de la vista o el tacto convencional.

Estas declaraciones no habrían tenido tanto impacto en mí si no fuera por dos cosas:

La primera, hace dos días releía el excelente libro de Susanna Tamaro Donde el corazón te lleve.
Copio textual el trozo de la página 140 que me dejó helada, pues conociendo a la Sandra, ella no ha leído este libro:

Hace un tiempo leí en un diario que, según las últimas teorías, el amor no nace del corazón sino de la nariz. Cuando dos personas se encuentran y se gustan, comienzan a enviarse pequeñas hormonas cuyo nombre no recuerdo; estas hormonas entran por la nariz, suben hasta el cerebro y allí, en algún meandro secreto, desencadenan la tempestad del amor. En conclusión, los sentimientos, no son más que olores invisibles. ¡Qué tontería! Quien haya sentido el amor verdadero en la vida, el grande y sin palabras, sabe que estas afirmaciones no son más que un golpe bajo para mandar al corazón al exilio. Claro, el olor de la persona amada provoca grandes turbaciones. Pero para provocarlas debe existir algo más, algo que, estoy segura, es muy distinto de un simple olor.
Al estar junto a Ernesto en aquellos días, por primera vez tuve la sensación de que mi cuerpo no tenía límites. A mi alrededor sentía una especie de aureola impalpable, era como si los contornos fueran más amplios y esa amplitud vibrara en el aire con cada movimiento.

La segunda, es que mientras leía y conversaba sobre estas cosas, sin todavía unir las piezas del puzzle, tuve extrañas y extremas sensaciones en mi vida, relacionadas con el olor.

Para empezar, florecieron los aromos, lo que me obliga a bajar el vidrio del auto cada vez que paso frente a uno de ellos. Si entro en una habitación que tiene ramas de aromo floridas en un jarrón, estoy frita, caeré en un éxtasis de melancolía y de recuerdos que no me dejará concentrarme en casi nada más. Y no es broma. El jazmín y el aromo son mis olores de la naturaleza favoritos, y es quizás por eso que amo tanto la primavera. No por el romance, la temperatura, la perspectiva del verano (y las vacaciones), sino simplemente por los olores y la luz. Amo esta ciudad de noche, en pleno verano y fines de primavera, porque las ventanas abiertas me traen oleadas florales, terrosas, de pasto mojado, de viento fresco, y estos vapores actúan como drogas en mí. Solo puedo compararlas con escuchar una canción realmente buena y que significa realmente mucho para uno, en un minuto de calma absoluto y de apertura total de los sentidos...

Luego, vino esta tonta experiencia en el mall. Estaba muy lleno de gente, cosa que odio, por lo que caminaba firme y decidida para salir luego de mis trámites e irme de ahí. Repentinamente pasé por el lado de un viejo de unos setenta y cinco años. Su olor, un perfume cuyo nombre desconozco realmente, me dejó helada. Paré de caminar y el rostro, la voz, la historia de un hombre a quien amé mucho, y que usaba este mismo perfume, se me vinieron a la cabeza. No me pasaba hace tiempo y la verdad es que no fue desagradable del todo, porque atesoro esos recuerdos en un cajón muy profundo de mi mente, donde no me pueden hacer daño, y sacarlos de vez en cuando me trae al presente no solo los dolores que me causó, sino también la certeza de haber vivido un gran amor, con todos sus bemoles. Es decir, está bien recordarlo en pequeñas dosis y luego volver a confinarlo a su baúl en las oscuridades de mi psiquis.

Siempre me han gustado mucho los olores. Mi único lujo, derroche del cual podría decir que debiera avergonzarme, más que zapatos, ropa, CD`s u otras cosas, son los perfumes. Tengo unos quince diferentes, algunos regalados, otros comprados; traídos de viajes y duty frees de todo el mundo por mí o por los que me conocen. Generalmente los uso de manera ordenada, uno a la vez hasta que se acaba, haciendo salvedades cuando salgo a bailar o a algún evento nocturno, en que uso uno especial. Pero últimamente me he dedicado a picotear de aquí y de allá. decidiendo cada mañana que el día se presenta de esta o de esta otra manera. Caprichosa, o en verdad quizás demasiado conciente de mi aura odorífera.

Estoy fumando cada vez menos, porque el olor del cigarro me molesta como nunca antes lo había hecho. Parezco embarazada y no hay posibilidades de que esto sea una realidad, a menos que sea la nueva virgen María.

Finalmente, quiero decir que no tengo idea qué significa todo esto, pero creo que las cosas no suceden por casualidad y que tanto tema con los olores algo me debe querer decir.

Quizás, simplemente, que debo ver la película El Perfume, la cual no había querido enfrentar por haber leído ya el libro hace algunos años. De repente ahora toma otro sentido para mí.

sábado, 11 de agosto de 2007

Ser una sombra

Ayer vino a verme una amiga que no veía hace tiempo.

Estaba muy feliz porque recientemente empezó una relación amorosa con un hombre que le ha roto todos los esquemas y que le ha traído puras alegrías.

Sin embargo, algo me llamó la atención...

- Sandra, ¿qué vas a hacer en las vacaciones?
- Ay no sé, lo que pasa es que Lucas quiere ir a no-sé-dónde, entonces...blá, blá, blá....
- Ah, y ¿qué va a pasar con ese proyecto que tenías en tal parte?
- Lucas me dijo que.... blá, blá, blá, entonces no sé....
- ¿y con esto? ¿y con lo otro?
- Lucas, Lucas, Lucas....

Como a la quinta pregunta paró de hablar y me quedó mirando...

- Sombra, qué miedo. Me acabo de dar cuenta de que estoy viviendo a la sombra de este hombre. Lo conozco nada, a lo mejor es un sicópata, y ya controla cada aspecto de mi vida...

Ahí yo me eché para atrás y la quedé mirando. La Sandra es una de las personas que yo más he respetado y admirado en mi vida, por ser tremendamente inteligente, independiente, soñadora, creativa y siempre llena de proyectos. Hasta ahora.

Me di cuenta de lo vulnerables que el amor nos vuelve.
Hasta hace poco la Sandra pololeaba con otro hombre, del cual, por cierto, descubrió que no estaba enamorada.

Ahora está completamente loca por Lucas. Y eso tiene en jaque sus proyectos, planes, trabajo y hasta sus ideales de siempre. El hombre en verdad le hizo cuestionarse todo.

No sé si es malo o bueno, sin embargo, creo que es, al menos, peligroso.

Siento que la Sandra es, o era, una mujer admirable por sí misma.
Y ahora está al servicio de un hombre.

Yo me siento mucho más débil e insegura que ella.
No sé si sería capaz de decirle a un hombre que lo que ve es lo que hay, y que si no le gusta, se friegue.
No sé si estoy dispuesta a pagar caro por el amor, renunciando a muchas cosas para ganar otras.
No sé si corresponda.
No tengo idea si me volverá a pasar alguna vez, porque ya lo viví y no fui nada de feliz.

¿Será esto normal?
¿Será necesario, será saludable?

Sólo sé que me quedé llena de dudas.
Porque vi bien a la Sandra, pero por cuánto tiempo puede vivir, ser feliz, y no ser coherente con lo que siempre ha sido, eso no lo sé.
O, quizás, lo que está haciendo sea lo más coherente que ha hecho en toda su vida.