miércoles, 26 de abril de 2006

Such a perfect day

No podía ser mejor. El post número cien utilizado para contar esta notable historia.

En medio de mi semana agitada y llena de compromisos laborales, obligatorios y siempre para otros, surgió la posibilidad de juntarme con carolita para conocernos.

No tenemos la menor sospecha de cómo llegamos la una a la página de la otra, pero llegamos. Yo la había visto una vez en Starbucks y su cara se me había quedado grabada, no tengo idea por qué. Ni siquiera hablamos esa vez. Pero la vi, estoy segura. Y también estoy segura de que pensé: "Qué buena persona debe ser ella".

La idea de vernos nació después de que ella me lanzara, alguna vez, un comentario sobre el tarot.

Yo piqué.

Le propuse que me mandara un mail para concertar la cita.

Pero fue mucho más que eso. Nos agregamos mutuamente a MSN antes de ayer y ayer mismo nos pusimos de acuerdo para el encuentro. Urgente. Hoy. Después de todo lo que me ha pasado en estos últimos días, no solo lo quería, lo necesitaba. El tarot. Conversar con alguien que me lee hace tiempo, que por lo tanto sabe de mis penas y terrores, que me entiende. Para allá partí, dichosa.

Nos encontramos en Starbucks, uno de nuestros lugares favoritos. Tomamos el mismo café. Nos reímos mucho. Hablamos con la confianza y el relajo de quienes se conocen hace mil años.

Es amorosa ella. Y linda. Lo que más me llamó la atención fue su cara, siempre iluminada por una amplia sonrisa. No sé por qué, pero me dio la sensación de alguien que es muy feliz. Que está muy contenta con su vida.

Nada de lo que dijimos sonó raro. Ninguna experiencia compartida nos hizo dudar acerca de la impresionante concordancia en los gustos (musicales y cinéfilos), los puntos de vista, las experiencias que pueblan nuestros días.

Amó a Domingo como yo lo amo, al saber de sus gestos de cariño, su increíble sabiduría y alegría. Vio fotos de su cara, de sus ojos, y se impresionó como yo de su pureza, su bondad patente, de lo buenmozo que es.
Entendió más que nadie lo que me ha pasado con Feña. Porque ella también lo ha vivido.

El tiempo se pasó volando. Y fui feliz. De verdad. Sin trancas, obsesiones ni presiones. Ella dice que tiene una nueva amiga, que escribe sin faltas de ortografía. Yo digo que tengo una nueva amiga, que es seca para sacar el tarot, que es sabia, alegre y confiable. Querendona y querible.

La fui a dejar a su casa. Gozamos de la música, de la noche limpia y cálida, rara para esta época del año.

Llegué a mi casa y había humitas para comer.

Me enteré de que mi ex pololo está pololeando.

No puedo parar de sonreir.



(Para leer su versión de los hechos, simplemente haz clic sobre el link a su página, ese que dice "En un café la vi por casualidad....")

domingo, 23 de abril de 2006

Como clímax de teleserie (pero de verdad)

Si alguna vez ustedes han tenido alguna duda acerca de la veracidad de mis escritos, ahora sí que les va a caber.
Porque lo que me pasó anoche en verdad tiene tintes tan surrealistas que no me enojo si levantan una ceja y dicen: No.... no puede ser cierto!!! (¡Pero lo es!)

Era un sábado en la noche cualquiera. Un cumpleaños cualquiera. Sombra conversaba con cualquiera, de cualquier cosa. Ya era tarde, pasadas las dos de la madrugada.
De pronto, se abrió la puerta y entró él. Feña. En resumen, el que alguna vez fue mi mejor amigo, que luego se acostó conmigo, llenándome de ilusiones, y a continuación me dejó botada, destruyéndome. Sabiendo que me destruía. Y desapareció.
No era mayor problema. Nos hemos encontrado en otras ocasiones desde que pasó lo que acabo de contar. Y él ya no se digna mirarme. Ni conversarme. Todo estaba bajo control, he aprendido a nadar en sus aguas turbias sin ahogarme. Básicamente porque se mantienen quietas a mi alrededor.
Pero anoche había algo distinto.
Primero se acercó y me dijo, con tono muy amable:
- ¡Sombra de Mí! Tanto tiempo sin verte.... ¿Cómo estás?
Se sentó a mi lado y comenzó a hablarme, usando todas las estrategias que conoce para ser encantador. Que son muchas. Una pequeña alarma se encendió en mi cabeza.
Mientras hablábamos, sonó mi celular. Mensaje de texto.
- ¿Dónde estás? ¿Por qué no te vienes para acá? Te echo de menos. Domingo.
Estaba tan concentrada en abrir el mensaje y leerlo, que no noté cómo Feña se acercaba a mí y lo veía por sobre mi hombro.
Silbó:
- Esa onda - agregó
Me sonreí, primero, por la ternura de Domingo. Segundo, porque me estaba mandando su ayuda y energía en este trance extraño.
Como una hora después, tomé mis cosas, me despedí de la gente y salí a la calle.
A punto de subirme a mi auto, vi que me seguía al trote el Feña.
- Oye...
- ¿Sí?
- ¿Vamos a mi casa? Estoy solo.
La cara de maldad de Feña en ese minuto era gigante. El diablo tentando al ser humano se quedaba chico a su lado. Porque él sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Metiendo su dedo en una llaga demasiado profunda. Removiendo cosas dolorosas, despertando deseos muertos a palos hace un tiempo ya, proponiendo una aventura peligrosa, dañina, ilegal, traicionera.
En tres ocasiones anteriores le había resultado.
Y en el minuto fue fantástico.
Pero luego, nada. Sentirse como el ajo. Culpable. Arrepentida. Destrozada. Utilizada.
Por eso dije que no quería más.
- No Feña, en verdad, no gracias.
- Pero Sombra... ¿por qué no?
- No nomás. Que te vaya bien - e intenté subirme al auto. Una mano de hierro me detuvo por el brazo.
- ¿Es acaso por ese tal Domingo? ¿El que te mandó el mensaje?
Justo en ese instante, mi celular sonando. Domingo.
- Oye, estoy en la Esso que queda cerca de tu casa, ¿te vienes?
- Domingo, voy saliendo, por favor espérame - la voz me temblaba un poco.
Feña se había acercado peligrosamente y me tenía acorralada contra el auto.
- Lo que pasa contigo es que no vives el momento, Sombra. Yo sé que es ilegal lo que vamos a hacer, pero tienes que verlo como una aventurilla, algo sin importancia.
- No
- ¿PERO POR QUÉ NO? Por lo menos dime por qué no...
- Por favor, ¿te lo puedo explicar otro día? Me están esperando - Suspirando, con la garganta atascada. Las manos muy temblorosas.
- No, ahora - acercándose aún más - Además, me importa una mierda ese hueón que te está esperando.
- Porque me hace mal, Feña. Porque cada vez que nos pasa esto yo después me paso como un mes sufriendo, porque no logro disociar mente y cuerpo, porque me paso puros rollos, porque sé que no es correcto lo que hice.
- Pajas mentales.
- Puede ser, pero me pasa, así que no te voy a dar en el gusto. No quiero terminar odiándote. No quiero terminar odiándome.
- Mira, yo no te voy a obligar a hacer nada, pero te digo que sé que te vas a subir a ese auto y al minuto te vas a arrepentir. Sígueme mejor. Tenemos la noche entera por delante, y además hay mil cosas que tenemos que conversar.
- Feliz me junto contigo otro día. A comer, a almorzar, a tomarnos un café. Ahí conversamos.
- Para qué, mejor te invito a conversar en mi cama - media sonrisa, socarrona.
En ese momento el cerco al que me tenía acotada se cerró definitivamente y, abrazándome, intentó besarme. Lo impedí como pude.
- Pero Sombra, no seas así - entre risas y forcejeos.
- Déjame Feña, por favor te ruego que me dejes - suplicante. Mis barreras estaban a punto de caer.
- Mira - quitándome el celular - aquí está mi nuevo teléfono. Si te arrepientes llámame.
Me subí al auto y cerré la puerta. Cubrí la distancia que me separaba de la Esso en tiempo récord.
Domingo me esperaba, sonriente, apoyado en una camioneta. Me estacioné al lado y, en un solo movimiento, me bajé y me lancé a sus brazos sin decir una palabra.
- Qué te pasó, Sombrita, ¡estás temblando! - me abrazaba muy fuerte y me hacía cariño en la espalda.
- No puedo con él, Domingo, me da susto, pena, rabia. No puedo... - Yo estaba casi llorando. Domingo apoyaba su barbilla en mi cabeza, sin soltarme, y podía percibir en la tensión de su cuerpo la preocupación.
- ¿Qué pasó? Déjame adivinar, te encontraste con Feña.
- Mmmmm - asintiendo con la cabeza.
- ¿¡Qué te hizo ese desgraciado!? - su cuerpo, más tenso todavía.
Nos sentamos en la cuneta, yo aferrada a su brazo, y, sin mirarlo, le conté todo, detalle por detalle. Tuvo que prenderme un cigarro, porque mi pulso ni para eso daba.
- Está loco. De remate. Es un desgraciado, un bastardo.
Domingo se lanzó en una perorata de por lo menos diez minutos en la cual lo insultó, me consoló, me hizo reír, propuso soluciones que lo hicieran pasar todo por un desafortunado accidente... terminando con un prosaico, pero necesario:
- ¿Vamos por una bebida? Yo invito. ¡¡Tengo luca en la billetera!!
- Gracias precioso, yo no sé qué haría sin ti...
- Morirte de sed, probablemente - carcajadas de los dos.
Así, riéndonos, nos subimos a mi auto. En mi celular, un mensaje nuevo.
- Te estoy esperando... Feña.
Domingo tomó el aparato y en un par de rápidos movimientos, borró el mensaje. Los dos nos miramos, con la esperanza de borrar de esta misma manera, al desgraciado de Feña de mi vida.
Luego, en silencio de comunión, se fue manejando hasta su casa y con un beso apretado, me dejó sola conmigo misma, a las cinco de una fría madrugada, segura de que al fin había podido devolverle un revés a esta maldita historia.

sábado, 22 de abril de 2006

Ojos verdes

Para leer como corresponde este post, es altamente recomendable que usted escuche, o al menos lea, la letra de la canción Con tus ojos de Alejandro Filio.

Una vez hecho eso, proceda con lo que sigue:

Imagine usted que es una señorita en edad casamentera y bastante decepcionada de los hombres de su generación, los cuales son inmaduros, poco amables y, en mucho menor grado, serios.

Luego, sitúe en la puerta de la casa de tal señorita a un personaje de las siguientes características: Ojos verdes y pelo rubio, gran altura y contextura atlética. Añada a los ojos verdes una mirada profunda, penetrante, pero limpia y dulce; manos muy grandes pero suaves. Hablar pausado y profundo, risa abierta, franca, sonora y contagiosa.

A continuación, agregue a estas señas un carácter amable, caballeroso, sincero e hidalgo; madurez perfecta, capacidad de escuchar, acoger, abrazar y querer infinitas, intactas, impolutas.

Si a todo esto usted es capaz de añadirle una amistad que se ha desarrollado de la manera más ideal durante los últimos meses, largos llamados telefónicos de por medio, mails diarios y salidas a todo tipo de menesteres en conjunto, descubriendo a cada instante maravillosas coincidencias en el gustar, pensar y sentir, dése cuenta frente a qué se encuentra parado.

Sí, amable lector, esto es algo muy parecido al amor.
Porque hay todo tipo de confidencias.
Porque existe confianza a prueba de terremotos.
Porque la diversión es algo casi seguro, porque basta con solo mirarse para que nazca una sonrisa o un abrazo de lo más sentido según sea la necesidad del otro.

Porque ambos, señorita y caballero, son lo mejor que le ha pasado al otro en un largo, pero muy largo tiempo.

Porque se ha salvado mutuamente de la pena, la desesperación, la incomprensión, el vacío.

Porque entre ambos no existen secretos, ni trancas, ni tabúes. Tampoco, hasta el momento, extrañas tensiones sexuales. Todo mantenido en el más estricto plano espiritual.

Pero, terrible, ineludible, trágicamente pero, nos vemos en el deber de señalar que tanta perfección es imposible, puesto que el personaje ideal del que hablamos cuenta con un defecto insalvable: tiene, por desgracia, una década menos que yo.

Sí. Para los que me leen hace tiempo, se trata de Domingo.
No tengo idea cuándo, ni cómo, ni de qué extraña manera, Domingo se volvió imprescindible para mí. Y yo para él.
No tengo conciencia de la primera vez que lo miré y el corazón se me detuvo, por un instante, pensando en la suerte de tenerlo en mi vida. Ni de la primera vez que lo instalé mentalmente en mis días para siempre, él muy mío, yo muy suya.

No he querido, no he podido, no se ha dado el verlo como un objeto sexual. No lo deseo, quizás porque he mantenido muy a raya, aunque sea de manera inconsciente, ese impulso en mí.
Pero sí me gusta.
Amo sus abrazos protectores, sus besos apretados en mi frente, cuando me da la mano o nos acostamos, simplemente uno al lado del otro, como hermanos, a ver televisión en mi cama.
Me encanta cuando me mira con autoridad, como poseyéndome, como entregándose, y entonces sé que él arriesgaría todo lo que tiene para defenderme, salvarme o cuidarme si lo llegara a necesitar.
Domingo no se asusta cuando lloro. No se enoja cuando me enojo. Se emociona conmigo cuando estoy feliz, y se ríe con ganas de mis tonteras y mis bromas.
Lo encuentro buenmozo, inteligente, atractivo.
Lo echo terriblemente de menos cuando no está cerca.
Y cuando está, siento patente su presencia imprimiéndose en mí, aunque no se encuentre corporalmente a mi lado.
Sé que se pone celoso cuando abrazo a otros hombres. Lo noto porque su mano busca mi mano rápidamente, y me atrae hacia sí mismo con un gesto (que sé perfectamente) que le resulta casi inconsciente.
Me pongo celosa cuando se le acercan pendejas gritonas (totalmente adecuadas para su edad y candidatas más que seguras a ser sus pololas) y le hablan, haciendo bailar sus pestañas de manera indecentemente coqueta.

No sé qué hacer.
En realidad, no sé si quiero hacer algo.
Es tan lindo lo que tenemos, es tan puro, profundo y tranquilo.
Lo mejor del día del otro se encuentra contenido en cada uno.

Y me da susto cambiarlo.
Para qué, además, si en realidad esto antes de nacer estaba muerto.

Sus papás me demandarían.
Sus amigos jamás lo entenderían. (Los míos menos).
Saldríamos en la portada de Lun.com

Lograríamos, quizás, sobreponernos a todo lo anterior, pero los mundos de cada uno terminarían chocando con más fuerza y consecuencias que el mismísimo Big Bang.

Él todavía tiene que pasar por la universidad, ser rebelde, promiscuo, audaz, tonto, ciego, loco, equivocarse mucho y forjarse un camino y un carácter con elementos de dulce y de agraz. Proceso normal que lleva a cabo todo ser humano, que la mayoría de las veces requiere de libertad de acción y de algo de azar, de pocos planes, de menos certezas, de probar mucho y no saber nada de nada, ya que el mundo irremediablemente se encargará de ir cerrando todas las puertas que hayan ido quedando abiertas y poco le dejará para sorprenderse e improvisar.

Mientras tanto yo, rodeada cada vez más de gente casada y procreando, estaré sintiendo los alaridos de mi reloj biológico, emocional y social, que me exige asentarme, enseriarme, acotarme. Que me pide éxito en el trabajo, familia, marido e hijos dentro del próximo lustro, quizás dos.

Sería egoísta quitarle su juventud.
Sería terrible renunciar a mi graduación en el mundo adulto por una apuesta absurda y arriesgada como la que más.

Tengo, sinceramente, el corazón quebrado en dos pedazos.
Uno, que es feliz de conocerlo, y de tenerlo por amigo. Que agradece cada día al cielo su presencia, su consejo, la laguna quieta de sus ojos verdes con mi reflejo grabado en su pupila.
El otro, muerto por la certeza de que ante mí se encuentra una de las personas que más me ha querido, que mejor me ha tratado, que más me ha entendido, que más profundo me ha tocado el alma. Que podría ser, perfectamente, el hombre de mi vida. Y yo, la mujer de la suya.

Pero es como si estuviera detrás de una vitrina.
Se mira pero no se toca.
Y ese, creo, es el mejor, más sabio y más amoroso regalo que puedo darle a este pequeño gran hombre que quiero tanto y que se merece lo mejor de la vida.
Mi consejo, mi compañía, mi escucha, mi apoyo moral.
Y también mi silencio, mi renuncia, su libertad.

lunes, 10 de abril de 2006

Cero

No he podido escribir.

Ando tonta.

Llorona.

Desanimada.

A oscuras.

Muy pocas certezas, demasiadas dudas.

Hormonal, parece.

Vulnerable, seguro.

Sola.

Incomprendida.

Cansada.

No quiero más.

No escribo hasta que no tenga algo bueno que contar.

lunes, 3 de abril de 2006

Crash

A veces la vida irrumpe violentamente en la rutina.
Y no siempre es divertido.

El viernes íbamos con la Cote y el Pelao al trabajo, felices conversando cualquier cosa, cuando, en milésimas de segundo, el aire se llenó de vidrios, chillidos y sangre.

Sí, habíamos chocado.

Con un señor que nunca aprendió el uso de los espejos retrovisores, y se nos cruzó.

Lo peor fue que lo pagó caro.

Apenas el auto se detuvo, y mientras la Cote (que era la que manejaba) se tiraba, literalmente, las mechas y lloraba, el Pelao y yo nos miramos y supimos que teníamos que mantener la compostura o morir en el intento.

Me convertí instantáneamente en la persona más ejecutiva del planeta. Mientras el Pelao se bajaba a ver al otro chofer, yo llamé a los carabineros, la ambulancia, la pega y a la familia de la Cote.

No tuve tiempo ni para urgirme.

El señor del otro auto estaba conciente, pero sangrando de la cabeza. No entendía muy bien lo que pasaba.El Pelao se hizo cargo de él y yo de la Cote. La abracé, la dejé llorar, consolé su pena y aclaré sus dudas, porque ella de asesina para arriba se sentía.

Casi una hora después (gracias a la "rapidez" de los servicios de urgencia) ya todo había pasado.

Me fui a la pega con el Pelao y Esteban, otro compañero que nos cayó del cielo.

La Cote se fue con los de la ley a hacer los trámites de rigor.

Y recién llegando para allá pude relajarme y empezar a procesar lo vivido. Los ruidos. Los llantos. El olor a sangre y el estupor reinante.

Creo que hice bien. Que en ese minuto era necesario que sacara fuerzas de flaqueza, y actuara como adulta autosuficiente.

Pero mi angustia de todavía me indica que en algún minuto me faltó el abrazo protector y oportuno de alguien más.