domingo, 2 de octubre de 2005

La incesante búsqueda de la felicidad

Hoy sufrí. Con el sufrimiento ajeno. Al comprobar lo vulnerables que podemos volvernos, el equilibrio precario de nuestra cotidianeidad.
Una de mis más queridas amigas me llamó. Me pidió que la llevara a comprar, a dar una vuelta, a tomar aire.
"Necesito que alguien me acompañe. Estoy dejando los antidepresivos y me asusta lo que me pueda pasar."
Partimos. Felices. Ella se probaba ropa, yo la miraba con ojo crítico. Por dentro y por fuera. Risas, tallas chispeantes, podríamos haber estado protagonizando una perfecta película teenager. Hasta que...
"Sombra, me siento mal. Vámonos, por favor."
Salimos de la tienda, tuvimos que sentarnos en el pasillo del mall, que estaba atiborrado de personas intentando matar toda clase de inquietudes a través del consumo. Como nosotras.
"¿Me abrazas?"
"Pero claro"
"¿No te importa que sea aquí?"
"¿Por qué me va a importar? No seas tonta, ven para acá."
Y mientras ella, cual niñita perdida, se refugiaba en mis brazos, comencé a recordar el camino que la había llevado hasta aquí. Hasta este frío e iluminado pasillo, donde estaba viviendo uno de sus momentos más oscuros. Todo empezó hace más de diez años, cuando el quiebre con un pololo que ella tuvo la pilló volando bajo y se detuvo todo a su alrededor. Sus papás, intentando mejorar la situación, la llevaron al siquiatra más que rápido. Conclusión: pastillas para todo. Para despertar, para dormir, para tranquilizarse, para animarse. Su velador parecía una farmacia, su vida parecía estar en piloto automático. Y vinieron más pololos, la universidad, el trabajo, y ella siempre sintiendose una inválida emocional.
"¿Sabes?" me dijo una vez, "lo peor de estar enferma de la cabeza es el hecho de que nadie lo vea. Si tuviera el rostro deforme, todos me tendrían paciencia y compasión. Pero como me veo perfectamente normal, no pueden entender el calvario que se lleva adetro. Te exigen que rindas, que salgas adelante, no entienden que te bajonees o que a veces no te soportes ni a ti misma."
Debe ser terrible eso de no soportarse a sí mismo. De odiarse sin razones aparentes, de no encontrar motivos para validarse como ser humano. Si uno mismo se quiere morir en aquellos días en que nada sale bien, en que tu propia torpeza te pasa la cuenta. Pero esos días pasan para uno, y en recompensa vienen algunos en que pareciera que los astros se alinearon para sonreirnos. Para ella, en cambio, esta sensación de orfandad es una constante.
Hace un par de semanas, cansada de buscar la felicidad encapsulada, pidió a su siquiatra que le bajara las dosis de remedios. Juntas programaron cuidadosamente un plan de acción. Los remedios no se pueden dejar de un día para otro, porque la descompensación te puede mandar a volar, según me explicó. Y hoy era el primer día en que tomaba sólo la mitad de sus dosis acostumbradas.
Luego de largos minutos de angustia, pudo al fin reunir fuerzas para ponerse de pie y caminar hasta el auto. Iba blanca, erguida, caminando como una autómata, tratando de no derrumbarse. Y yo, a su lado, dando la mitad de mi vida por llevarme la mitad de su carga, al menos, por un día.
Para ofrecerle un descanso, un oasis en medio de ese desierto agresivo y eterno que ha sido su caminar, sin rumbo, en busca de la normalidad.

3 comentarios:

grillermo dijo...

Cuando su cuerpo se ha acostumbrado, su cerebro lleno de eso, le dolerá hasta el alma dejarlo, después sigue su cerebro acostumbrado al dolor, eso será aun mas dificil, hasta que luchando contra si misma se reestablezca con la capacidad de felicidad y tristeza normales.

Lautaro dijo...

debe ser muy muy dificil. lo egoísta es darse cuenta que cuando uno está triste es un moco al lado de otros que lo están en estado permanente. y hoy ando triste, pero sé que se me va a pasar y lo terrible es que a otros no se les pasa. y ni mil bear hugs pueden solucionarlo.
bear hug,

P dijo...

Ayer.

En el patio de mi universidad.

- Tienes una amiga a la que le gustas ah? - me dijo
- Mmmm, ¿cuál? perdón.
- Una que habla de su amiga que dejó las antidepresivos.
- Bah, no cacho a quien refieres - le dije.

Claro, no sé por qué no había leído esta historia.