lunes, 30 de enero de 2006

El que se acuesta con niños…. Parte I

Hace como dos meses que ando francamente atragantada con algo que me pasó.
No había querido escribirlo, porque el protagonista a veces me lee.
(Supongamos que todavía me lee).
Pero bueno, para eso inventé este blog.
Para evitarme visitas al sicólogo,
Para echar afuera.
Así que nada… lo cuento.
Lo único que haré es modificar ciertos datos, porque respeto la privacidad de esta persona, a la que llamaremos Alberto, y no pretendo herirlo, ridiculizarlo o vengarme. Tan solo quiero, y necesito de verdad, desahogarme.

Todo comenzó, casi junto con mi blog, en julio.
Empecé a escribir de asfixiada, de parqueada, de curiosa.
Nunca me esperé que aparecieran tantos y tan diversos comentaristas.
Y que empezara a hacer amigos de verdad. Como Eleutherio, mi más fiel y eterno seguidor y hoy en día amigo. En carne y hueso, Messenger y celular.

Siempre que alguien me visita en el blog, le doy una vuelta a su página y me entero de las cosas que escribe. Y si me gusta, le comento de vuelta y lo agrego a mis favoritos, para seguirle la pista.
Así fue como Alberto y yo empezamos, primero, a comentarnos y leernos mutuamente.
Presos ambos por la prosa, valiente y honesta, del otro.
Él era un poco menor que yo, y en todo distinto a mí. Ideas políticas, religiosas, familiares, intelectuales. Sin embargo, con mucho en común. Gustos sobre literatura, amor por la música, creencias acerca de la amistad y las relaciones.
Interesante, muy interesante.
Él mostraba además en su blog, su verdadero nombre y el rostro, a través de fotos.
Yo me ocultaba lo más que podía.
Pasamos algo menos de dos meses leyéndonos atentamente, cuando decidí darle un vuelco al asunto y le pedí a través de mi propio blog que me mandara un mail, para conversar más personalmente, ya que él, de un día para otro, había dejado de admitir comentarios en el suyo y tampoco había una dirección electrónica de contacto en su perfil.
También le ofrecía mostrarle mi rostro, e intercambiar algunas informaciones más personales que no quería revelar públicamente.
Tal como lo habíamos hecho con Eleutherio.
Demoró como cuatro días.
Su mail llegó a fines de septiembre, y desencadenó una ola de “cartas”, diría que unas tres o cuatro diarias, durante algo así como tres días.
Hasta que el próximo paso lo dio él, pidiéndome mi dirección de MSN.
- Quiero sentir el vértigo de MSN contigo - dijo textual.
Me costó otorgar esa concesión, ya que mi dirección en este medio consiste en mi verdadero nombre y apellido, y hasta el momento solo Eleu conocía mi identidad completa.
Al hacer esto traicionaba el principio número uno de mi blog: El anonimato.
Pero bueno, Alberto no era cualquiera, y creí que valdría la pena el esfuerzo.
Lo añadí a mi lista de contactos y ese mismo día estuvimos como dos horas conversando, cosa que inmediatamente se hizo una costumbre casi cotidiana.
Mientras tanto, crecía cierta atracción mutua, un interés recíproco, sazonados con pequeñas grandes declaraciones del tipo “te he echado de menos”, o “me acordé de ti todo el día”, “esperaba verte conectada para que conversáramos” y, la que más me gustó lejos, “eres irresistible”.
Las cosas agarraban vuelo, y juro que no es idea mía, nos quedábamos a veces hasta las cuatro de la mañana hablando de cualquier cosa, contándonos anécdotas tontas de cuando éramos chicos, compartiendo nuestras canciones favoritas y escuchándolas juntos; hasta dejamos de salir con nuestros amigos un viernes para conversar.
A estas alturas yo me sentía a bordo de una montaña rusa. Era una experiencia interesante, adrenalínica, alucinante, única.
¿Qué éramos? ¿Para dónde íbamos? Daba lo mismo, no me interesaba mucho en verdad. He aprendido con el tiempo a no hacerme grandes expectativas acerca de las cosas en una primera instancia, y a gozar intensamente de los momentos.
Y créanme que cada día tenía su momento.
Entonces pasaros dos cosas notables:
- Mis compañeros de trabajo se dieron cuenta de que algo me traía entre manos, por lo contenta y cantarina que me veían.
- Eleutherio dio la voz de alarma.

¿Y yo? Yo andaba como drogada por la vida, disfrutando de mis quince minutos de intensidad por la red…


Continuará…

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