domingo, 23 de abril de 2006

Como clímax de teleserie (pero de verdad)

Si alguna vez ustedes han tenido alguna duda acerca de la veracidad de mis escritos, ahora sí que les va a caber.
Porque lo que me pasó anoche en verdad tiene tintes tan surrealistas que no me enojo si levantan una ceja y dicen: No.... no puede ser cierto!!! (¡Pero lo es!)

Era un sábado en la noche cualquiera. Un cumpleaños cualquiera. Sombra conversaba con cualquiera, de cualquier cosa. Ya era tarde, pasadas las dos de la madrugada.
De pronto, se abrió la puerta y entró él. Feña. En resumen, el que alguna vez fue mi mejor amigo, que luego se acostó conmigo, llenándome de ilusiones, y a continuación me dejó botada, destruyéndome. Sabiendo que me destruía. Y desapareció.
No era mayor problema. Nos hemos encontrado en otras ocasiones desde que pasó lo que acabo de contar. Y él ya no se digna mirarme. Ni conversarme. Todo estaba bajo control, he aprendido a nadar en sus aguas turbias sin ahogarme. Básicamente porque se mantienen quietas a mi alrededor.
Pero anoche había algo distinto.
Primero se acercó y me dijo, con tono muy amable:
- ¡Sombra de Mí! Tanto tiempo sin verte.... ¿Cómo estás?
Se sentó a mi lado y comenzó a hablarme, usando todas las estrategias que conoce para ser encantador. Que son muchas. Una pequeña alarma se encendió en mi cabeza.
Mientras hablábamos, sonó mi celular. Mensaje de texto.
- ¿Dónde estás? ¿Por qué no te vienes para acá? Te echo de menos. Domingo.
Estaba tan concentrada en abrir el mensaje y leerlo, que no noté cómo Feña se acercaba a mí y lo veía por sobre mi hombro.
Silbó:
- Esa onda - agregó
Me sonreí, primero, por la ternura de Domingo. Segundo, porque me estaba mandando su ayuda y energía en este trance extraño.
Como una hora después, tomé mis cosas, me despedí de la gente y salí a la calle.
A punto de subirme a mi auto, vi que me seguía al trote el Feña.
- Oye...
- ¿Sí?
- ¿Vamos a mi casa? Estoy solo.
La cara de maldad de Feña en ese minuto era gigante. El diablo tentando al ser humano se quedaba chico a su lado. Porque él sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Metiendo su dedo en una llaga demasiado profunda. Removiendo cosas dolorosas, despertando deseos muertos a palos hace un tiempo ya, proponiendo una aventura peligrosa, dañina, ilegal, traicionera.
En tres ocasiones anteriores le había resultado.
Y en el minuto fue fantástico.
Pero luego, nada. Sentirse como el ajo. Culpable. Arrepentida. Destrozada. Utilizada.
Por eso dije que no quería más.
- No Feña, en verdad, no gracias.
- Pero Sombra... ¿por qué no?
- No nomás. Que te vaya bien - e intenté subirme al auto. Una mano de hierro me detuvo por el brazo.
- ¿Es acaso por ese tal Domingo? ¿El que te mandó el mensaje?
Justo en ese instante, mi celular sonando. Domingo.
- Oye, estoy en la Esso que queda cerca de tu casa, ¿te vienes?
- Domingo, voy saliendo, por favor espérame - la voz me temblaba un poco.
Feña se había acercado peligrosamente y me tenía acorralada contra el auto.
- Lo que pasa contigo es que no vives el momento, Sombra. Yo sé que es ilegal lo que vamos a hacer, pero tienes que verlo como una aventurilla, algo sin importancia.
- No
- ¿PERO POR QUÉ NO? Por lo menos dime por qué no...
- Por favor, ¿te lo puedo explicar otro día? Me están esperando - Suspirando, con la garganta atascada. Las manos muy temblorosas.
- No, ahora - acercándose aún más - Además, me importa una mierda ese hueón que te está esperando.
- Porque me hace mal, Feña. Porque cada vez que nos pasa esto yo después me paso como un mes sufriendo, porque no logro disociar mente y cuerpo, porque me paso puros rollos, porque sé que no es correcto lo que hice.
- Pajas mentales.
- Puede ser, pero me pasa, así que no te voy a dar en el gusto. No quiero terminar odiándote. No quiero terminar odiándome.
- Mira, yo no te voy a obligar a hacer nada, pero te digo que sé que te vas a subir a ese auto y al minuto te vas a arrepentir. Sígueme mejor. Tenemos la noche entera por delante, y además hay mil cosas que tenemos que conversar.
- Feliz me junto contigo otro día. A comer, a almorzar, a tomarnos un café. Ahí conversamos.
- Para qué, mejor te invito a conversar en mi cama - media sonrisa, socarrona.
En ese momento el cerco al que me tenía acotada se cerró definitivamente y, abrazándome, intentó besarme. Lo impedí como pude.
- Pero Sombra, no seas así - entre risas y forcejeos.
- Déjame Feña, por favor te ruego que me dejes - suplicante. Mis barreras estaban a punto de caer.
- Mira - quitándome el celular - aquí está mi nuevo teléfono. Si te arrepientes llámame.
Me subí al auto y cerré la puerta. Cubrí la distancia que me separaba de la Esso en tiempo récord.
Domingo me esperaba, sonriente, apoyado en una camioneta. Me estacioné al lado y, en un solo movimiento, me bajé y me lancé a sus brazos sin decir una palabra.
- Qué te pasó, Sombrita, ¡estás temblando! - me abrazaba muy fuerte y me hacía cariño en la espalda.
- No puedo con él, Domingo, me da susto, pena, rabia. No puedo... - Yo estaba casi llorando. Domingo apoyaba su barbilla en mi cabeza, sin soltarme, y podía percibir en la tensión de su cuerpo la preocupación.
- ¿Qué pasó? Déjame adivinar, te encontraste con Feña.
- Mmmmm - asintiendo con la cabeza.
- ¿¡Qué te hizo ese desgraciado!? - su cuerpo, más tenso todavía.
Nos sentamos en la cuneta, yo aferrada a su brazo, y, sin mirarlo, le conté todo, detalle por detalle. Tuvo que prenderme un cigarro, porque mi pulso ni para eso daba.
- Está loco. De remate. Es un desgraciado, un bastardo.
Domingo se lanzó en una perorata de por lo menos diez minutos en la cual lo insultó, me consoló, me hizo reír, propuso soluciones que lo hicieran pasar todo por un desafortunado accidente... terminando con un prosaico, pero necesario:
- ¿Vamos por una bebida? Yo invito. ¡¡Tengo luca en la billetera!!
- Gracias precioso, yo no sé qué haría sin ti...
- Morirte de sed, probablemente - carcajadas de los dos.
Así, riéndonos, nos subimos a mi auto. En mi celular, un mensaje nuevo.
- Te estoy esperando... Feña.
Domingo tomó el aparato y en un par de rápidos movimientos, borró el mensaje. Los dos nos miramos, con la esperanza de borrar de esta misma manera, al desgraciado de Feña de mi vida.
Luego, en silencio de comunión, se fue manejando hasta su casa y con un beso apretado, me dejó sola conmigo misma, a las cinco de una fría madrugada, segura de que al fin había podido devolverle un revés a esta maldita historia.

3 comentarios:

Lautaro dijo...

uff!!! menos mal que no hiciste nada con feña, mi niña.
menos mal que tienes a Domingo para contenerte, para apoyarte.
Bear hug,
Eleu

carolita dijo...

qué valiente. no sé si yo hubiera podido.

es loquísimo, pero cuando te leo es como si te conociera de toda la vida y te entiendo demasiado. una vez estuve con alguien así, como feña, aunque a menor escala. no fuimos mejores amigos, pero casi. tampoco nos acostamos, pero casi. todo fue casi, un millón de veces. y ese juego de manipulación lo viví por un año.

hasta el día en que uno es capaz de darse media vuelta y decir ya no. sólo derá otra vez si un día me dan ganas y yo te voy a buscar, per conmigo no juegas más. y eso es todo.

no pierdas a domingo por nada del mundo. es poca la gente que a una llega a quererla tanto.

kisses!!

P dijo...

felicitaciones