Keys
Al prender la tele, cuando chica, muchas veces me encotraba con la imagen de un alcalde dibujo-animado entregando las gigantescas (y dibujo-animadas) llaves de una ciudad a los superhéroes dibujo-animados del momento.
Nunca entendí para qué cresta les entregaban esas llaves. Si las ciudades, hasta donde sabía yo, no tenían puertas.
Crecí un poco y supe que en la vida real también se hacía esto. Pero los privilegiados no eran superhéroes, sino deportistas, estadistas, artistas y varios istas más, que se destacaban en su quehacer. Ah, y también la llave era harto más chica y menos glamorosa.
Y yo seguía sin entender la utilidad de la ceremonia.
Hoy me llegó un mensaje de texto al celular de mi querida amiga Cecilia:
"Para que veas que me acuerdo de mis promesas, tengo lista la copia de las llaves de mi oficina para ti. Besos, C."
La Cecilia y yo trabajamos en una institución grande, con muchos empleados. Ella tiene un puesto más alto que el mío, por lo que le toca tener oficina privada, con computador, tacitas de café, teléfono de uso libre, baño para ella sola, calefacción y otras comodidades.
En cambio yo, que soy más del pueblo, comparto una especie de planta libre con otras veinte personas. Con tres computadores para todos, un teléfono con celulares bloqueados y vía operadora al exterior, baño compartido, sin calefacción y además teniendo que lidiar con el malhumor de la vieja que está a dos metros de mí, que me hace callar cada vez que me río y se queja abiertamente de que con mis amigos no la dejamos trabajar con nuestro permanente hueveo.
Hace unos días, viendo que ya estaba superada con las malas ondas de la vieja, la Cecilia se las jugó y me ofreció su oficina, libre disposición. Sesión propia en el computador, armario para dejar mis cosas, y llaves de la puerta. Porque, al ser nuestra empresa muy grande, circula mucha gente por ahí, y todos los lugares donde se guarda información importante o hay cosas de valor tienen que estar con llave si no hay nadie en ellos.
Me doy cuenta de su voto de confianza, y eso me emociona mucho.
Porque si nuestro jefe se entera de esto, la matan.
Y yo, capaz que me mande un codoro sin querer, como dejar corriendo la llave del baño, prendido el computador o sin cerrar la puerta.
Se unen estas llaves a las que hace algunos meses me dio el papá de la Mari, mi amiga del alma, de su casa.
- Mire mijita, si usted pasa aquí, tiene su propia cama y su pieza, su toalla en el baño y hasta maneja los autos, ¿para qué nos sigue jodiendo con el timbre?
Con eso el tío Emilio me curó de una todas las heridas que me hizo en el corazón el imbécil de su hijo Fernando alguna vez.
Mi llavero ahora sí que le compite al de San Pedro.
Y me queda más que claro lo que una llave representa.
Es una invitación no solo a entrar, sino a quedarse, a volver siempre, a ser de la casa.
Es la adopción hecha objeto.
Estoy doblemente feliz.
Uno, porque colecciono llaves, no importa del tamaño que sean.
Dos, porque al fin entiendo de qué se tratan esos gigantes, dorados y engalanados presentes que se otorgan, en la vida real o en la ficción, a aquellos que se las merecen.
1 comentario:
qué envidia.
ni siquiera sé si es sana :P.
a mí nadie me ha dado las llaves de ninguna parte. tampoco he sido invitada a quedarme en la vida de alguien. qué complejo.
siempre pienso en cuando tenga al fin mi departamento y la opción de decidir quién entra. no sé, ni siquiera, a quiénes voy a invitar. seguro le daré una llave a la toña y paramos de contar.
es todo un tema eso de compartir espacios.
envidia, envidia, envidia...
te dejo besos.
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