Todo en uno
Ardua tarea escribir sobre un tema que ha sido tratado innumerables veces por gente más talentosa, sabia y experimentada que yo. Pero es que tengo demasiadas ganas de hablar de ellos. De mis amigos. De esas personas que, a diferencia de mi familia, he elegido para ser parte de mi vida. Y que a su vez me han elegido para jugar una pequeñísima parte en las suyas. Sentimiento poderoso y abrumador. Responsabilidad y privilegio enorme. Motor de mis días, esos entrañable seres que he ido encontrando en el camino y que se han ido quedando a mi lado para hacer la diferencia.
La mayor parte de mis amigos son hombres. Tengo una teoría acerca de esta situación, pero es larga y la dejaré para otro post. Lo único que diré ahora es que me encanta que sea así. Me gusta ser la pequeña Lulú. Me fascina que me incluyan en sus historias y sueños, que me comenten las cosas que les gustan de las mujeres y me pidan consejos acerca de ellas; que se atrevan a contarme chistes cochinos y yo ser capaz de reírme sin tapujos con ellos. Siento que son mucho más simples, más felices, más frontales que las mujeres. Me cargan los cahuines y manipulaciones que algunas minas utilizan con sus “amiguis”. En cambio sé que con mis amigos no me puedo equivocar. Porque no me dejarían. Si la cago, me avisan altiro, si soy como el pico, me lo dicen con todas sus letras. Y es increíble la seguridad que eso te da. Das un paso y sabes que hay muchos que no solo te están apoyando, sino que están prestos a corregirte, criticarte, juzgarte, sin anestesia. Y a continuación te van a recoger, te van a salvar, te van a hacer reír con alguna talla de alto calibre, y echémosle pa´ delante que de eso se trata la cosa. Sin rollos, sin terapias, sin recovecos. As simple as it is.
Mis amigos no se venden ni me venden la pomada. Son francotes, bruscos, garabateros, territoriales como ellos solos. Si salgo con un hombre, o me ven extremadamente feliz, inmediatamente, y sin conocer nombre ni cara del pobre cristiano, lo tildan de pastel y ahueonao. No te merece y le vamos a sacar la chucha a ese hueón, me agregan. Me da risa porque sé que en el fondo son como cabros chicos, se derriten si me ven triste o aproblemada, y me abrazan con todas sus ganas cuando detectan el miedo en mi mirada. Leen en mis ojos como en un libro abierto, y me permiten entrar en sus vidas como a casi nadie se lo aguantan. Me llevan al fútbol, al rugby, a subir cerros, a comprar repuestos para el auto. Me piden que los acompañe a los matrimonios lateros, al supermercado, a ver a la guagua de fulanito que nació hace un mes y me da paja ir a verla solo, poh Sombra. Tengo que asesorarlos en moda, y decirles si el poto se les ve bien o mal con esos pantalones, y aprender sobre minas ricas (y no tanto) a través de los comentarios que me hacen en la calle, en las fiestas, donde estemos.
Mis amigos me regalonean, me enseñan, me retan, me quieren, me aconsejan, me escuchan, me asesoran, me acompañan, me incluyen en sus vidas de tal manera que hasta tengo las llaves de la casa de dos de ellos.
Son como mis hijos. También como mis papás. Y como mis hermanos. Todo en uno.
Lo anterior se resume en que me siento única, parte de una hermandad, un pacto secreto, un cese al fuego entre los sexos, que pocas de mis amigas han podido experimentar. Con cada uno de mis cuatro amigos del alma, tengo un pequeño mundillo, único y exclusivo de nosotros, donde sobran el amor, la confianza, la entrega, la franqueza y la fidelidad a toda prueba. Lo único que sabemos que da lo mismo es el lugar en el que estemos, el tiempo que haya pasado y lo poco que hayamos hablado. Nosotros somos familia, de una extraña y valiosa manera. Y eso, por miles de veces que se haya escrito, siempre vale la pena volver a mencionarlo.
La mayor parte de mis amigos son hombres. Tengo una teoría acerca de esta situación, pero es larga y la dejaré para otro post. Lo único que diré ahora es que me encanta que sea así. Me gusta ser la pequeña Lulú. Me fascina que me incluyan en sus historias y sueños, que me comenten las cosas que les gustan de las mujeres y me pidan consejos acerca de ellas; que se atrevan a contarme chistes cochinos y yo ser capaz de reírme sin tapujos con ellos. Siento que son mucho más simples, más felices, más frontales que las mujeres. Me cargan los cahuines y manipulaciones que algunas minas utilizan con sus “amiguis”. En cambio sé que con mis amigos no me puedo equivocar. Porque no me dejarían. Si la cago, me avisan altiro, si soy como el pico, me lo dicen con todas sus letras. Y es increíble la seguridad que eso te da. Das un paso y sabes que hay muchos que no solo te están apoyando, sino que están prestos a corregirte, criticarte, juzgarte, sin anestesia. Y a continuación te van a recoger, te van a salvar, te van a hacer reír con alguna talla de alto calibre, y echémosle pa´ delante que de eso se trata la cosa. Sin rollos, sin terapias, sin recovecos. As simple as it is.
Mis amigos no se venden ni me venden la pomada. Son francotes, bruscos, garabateros, territoriales como ellos solos. Si salgo con un hombre, o me ven extremadamente feliz, inmediatamente, y sin conocer nombre ni cara del pobre cristiano, lo tildan de pastel y ahueonao. No te merece y le vamos a sacar la chucha a ese hueón, me agregan. Me da risa porque sé que en el fondo son como cabros chicos, se derriten si me ven triste o aproblemada, y me abrazan con todas sus ganas cuando detectan el miedo en mi mirada. Leen en mis ojos como en un libro abierto, y me permiten entrar en sus vidas como a casi nadie se lo aguantan. Me llevan al fútbol, al rugby, a subir cerros, a comprar repuestos para el auto. Me piden que los acompañe a los matrimonios lateros, al supermercado, a ver a la guagua de fulanito que nació hace un mes y me da paja ir a verla solo, poh Sombra. Tengo que asesorarlos en moda, y decirles si el poto se les ve bien o mal con esos pantalones, y aprender sobre minas ricas (y no tanto) a través de los comentarios que me hacen en la calle, en las fiestas, donde estemos.
Mis amigos me regalonean, me enseñan, me retan, me quieren, me aconsejan, me escuchan, me asesoran, me acompañan, me incluyen en sus vidas de tal manera que hasta tengo las llaves de la casa de dos de ellos.
Son como mis hijos. También como mis papás. Y como mis hermanos. Todo en uno.
Lo anterior se resume en que me siento única, parte de una hermandad, un pacto secreto, un cese al fuego entre los sexos, que pocas de mis amigas han podido experimentar. Con cada uno de mis cuatro amigos del alma, tengo un pequeño mundillo, único y exclusivo de nosotros, donde sobran el amor, la confianza, la entrega, la franqueza y la fidelidad a toda prueba. Lo único que sabemos que da lo mismo es el lugar en el que estemos, el tiempo que haya pasado y lo poco que hayamos hablado. Nosotros somos familia, de una extraña y valiosa manera. Y eso, por miles de veces que se haya escrito, siempre vale la pena volver a mencionarlo.
3 comentarios:
¡Qué linda la hueá amigui!
idea mía o cambiaste la plantilla de tu blog? tá bonita.
los amigos, gran tema. tengo pocos y desperdigados por ciudades. me gustaría obligarlos a vivir en Valpo, me gustaría tener plata para llamarlos por teléfono todos los días.
me gustaría que se conocieran entre ellos. no soy de patotas y prefiero el trato de a uno, pero sería choro verlos juntos algún día.
bear hug,
lindos colores
lindos links
Publicar un comentario