Es un asunto de higiene, Cecilia.
No hay caso. Es un hecho.
Soy una mala influencia para la Cecilia. Al menos, en el ámbito oral.
Cuando está conmigo ella dice, piensa y hasta escribe, miles de garabatos. Aprende los más nuevos, saborea los más duros, se ríe de los más ingeniosos.
Establecemos rankings de los que más nos gustan, los que más nos liberan, los que más vergüenza nos da decir. Los que se nos han salido en público, los que nunca se nos habían ocurrido.
Mierda.
Hueón, hueada, hueeta, ahueonado, hueonazo.
Chucha.
Pico.
Conche tu madre.
Hije Puta.
Conche la Lora.
Sacoe huea.
Y suma y sigue...
Después, se pega en la boca a modo de autocastigo.
- Mi hijo no puede, ni debe, escuchar todas estas palabrotas.
Es casi como si nos fusionaramos en parte. Yo me pongo pía y cito a los santos y ángeles de la misericordia. Ella, simplemente, habla y piensa un poco como yo.
Mucho cargo de conciencia le dará.
Pero yo insisto.
Decir garabatos es higiene bucal. Higiene mental.
No hay nada más rico que un garabato bien dicho en el momento oportuno.
Cuando te pegas en el codo con la puerta del auto.
Cuando alguien te da una mala noticia.
Cuando no te resulta lo que querías.
Cuando se lo diriges a alguien que en verdad se lo merece. Aunque no pueda escucharte.
Hoy íbamos en auto, a mil por hora, conversando de las miles de cosas que la vida nos ha regalado sin haberlas pedido. Sobre los dolores y las cargas que nos paralizan a veces.
Mientras yo hilaba un sesudo y cuerdo argumento acerca de las cosas malas que te pasan, y de todo lo que te enseñan, llegamos al semáforo.
Pedro de Valdivia con Irarrázabal.
Luz roja.
Me paré y la miré, por primera vez en mucho rato.
Al lado mío no estaba la Cecilia.
Había una niñita chica, indefensa, asustada, al borde del llanto.
- ¿Por qué me pasan estas cosas a mí, Sombra? Tengo tanto miedo... -casi suspiró, apoyando la frente en el vidrio.
No puedo contarles lo que le está pasando. Es demasiado grande, demasiado fuerte, el miedo más inconmensurable, por lo menos de mi propia vida, hecho realidad. Una realidad palpable, latente, existente, colgando cual espada de Damocles sobre su cabeza.
Solamente atiné a abrazarla bien fuerte, a hacerle cariño en la espalda, a prometerle que pase lo que pase, siempre me va a tener a su lado.
Me di cuenta de que mis atados son unas cagadas al lado de sus problemas, con mayúsculas.
Me di cuenta también de que si no hacía algo rápido, la Cecilia se me desmoronaba ahí mismo.
- Pico Cecilia, pico con todo. A la chucha las huevadas, a la mierda todo. Te invito a almorzar a alguna parte.
- Bueno...
- Ya, pero antes, hazme un favor.
- ¿Cuál?
- Grita conmigo
-¿?
- Picooooooooooooooooooooo
- Picooooooooooooooooooooo
- Más fuerte, Cecilia. Abre la ventana.
- Picooooooooooooooooooooo - las dos, con los pelos al viento, en pleno Pedro de Valdivia.
- ¿Te sientes mejor?
- Ojalá nadie nos haya escuchado
- Ni cagando, no te preocupes
- Jajajajajaja
- Jajajajajaja
- ¿Cantemos?
- Obvio
- Ella es menor, él es normal, yloqueestánhaciendoesunpecadomortal....
2 comentarios:
Hola Sombra de Tú:
Gracias por postear en mi blog. Como habrás notado, es un espacio abierto para la esquizofrenia...pero de la chistosa, no la asesina...
Estaba cagado...o sea, perdón, muerto de la risa con tu último post...yo personalmente soy super chucheta, y pensé que al estar en la U con mujeres todo el día (pues estudié en colegio de hombres) se me iba a pasar, pero no...fue para peor, porque contagié a otras niñas que jamás habían visto a un especimen como yo...ja!
Me despido ya, no sin antes decir el garabato que me gusta más, y que uso abiertamente cuando quiero gritarle a Pedro, Tomate o Daniel (entre otros)...
¡¡¡Callate, maricón culiao chupapicos!!!...
finito...
Saludos
picoooooooooooooooooooooooooooooooo!!!!!!!!!!!!
Publicar un comentario