miércoles, 9 de noviembre de 2005

Boca arriba

El espejo retrovisor muestra un cerro San Cristóbal en llamas. Pleno atardecer. La perspectiva hacia adelante es mucho menos inspiradora: Taco. Más taco. Maldita metrópolis. Se siente contrariada a causa de la inspiración, que repentina, y a borbotones, ha llenado su cabeza de buenas ideas para el blog. No tiene ninguna posibilidad de bosquejar un par de palabras siquiera. No hay papel a mano. No hay lápiz a mano. No hay manos. Intentará recordarlo todo para poder escribirlo más tarde.
Tiene siete, quizás ocho años. Estirada cuan larga es, sobre el verde pasto tachonado de minúsculas margaritas de la casa de su abuela, mira al cielo con detención. Tiene todo el tiempo del mundo, y la perspectiva de estar tirada en el suelo, observando tantas nubes, es simplemente perfecta. Sólo se escuchan sonidos lejanos de autos y las respiraciones entrecortadas y felices de sus primos, cansados de tanto correr. Juegos infantiles de tardes enteras. Pocas preocupaciones. Ninguna prisa.
Tiene diecisiete años. La arena bajo su cuerpo se siente bien, el cuerpo que yace bajo su cabeza también. Desde donde está puede escuchar su corazón y oler su perfume característico. No hacen falta palabras, ya se lo han dicho todo. El lago está extrañamente calmado esta noche, y las estrellas ofrecen un espectáculo difícil de encontrar en la gran ciudad. Una, dos, quince estrellas fugaces. Espera que este momento dure para siempre.
Han pasado ya más de diez años. Percibe su cuerpo cansado, flotar en el vacío perfecto que le otorga este momento. Ahora está sola, pero nada importa. El silencio es prístino, uterino; el agua, de una transparencia que deleita. De a poco va logrando separarse de todo. Los miedos, las preocupaciones, las pesadas cargas laborales. Deja que el líquido penetre y la lave, por dentro y por fuera. Intenta seguir el ritmo de su palpitar, que sea cada vez más lento, más acompasado, que sirva de música de fondo a los recuerdos que convoca a su mente. Ama sus recuerdos. Ama las cosas que ama. Ama amar las cosas que ama de esa manera tan intensa. El cielo no le ofrece estrellas ni nubes, sólo luces fluorescentes. Pero no importa. Sus ojos están revisitando lugares, personas, miran sin ver. Tiene tan poco tiempo ahora para detenerse así...
¿Cómo será a los treinta y siete? ¿Qué cosas mirará cuando se acueste boca arriba? No quiere pensar en eso, más bien prefiere concentrarse en este momento. Perfecto, íntimo, único. Como todos los anteriores. Como todos los que le han llevado a concluir que la suya ha sido, una buena vida boca arriba.

3 comentarios:

Lautaro dijo...

bueno, yo ya te adelanté algo como estarás a los 47 mas o menos, con Manuelito (aunque el nombre está en proceso de revisión)y la Victorita en Odesa, con la guata al sol, en el Mar Negro (no sé cómo pude decir que era el Caspio!).
y también estarás boca arriba, y tomando sol, jejeje.
bear hug,

P dijo...

por qué quieres ir allá?

yo tb!

sombra_de_mi dijo...

Vamos!!!
Pero a dónde?
No caché....